Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 18 de marzo de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Política
Adolfo Gilly

Monterrey: el gran ausente

Buenos Aires, 17 marzo de 2002. En la reunión de jefes de Estado y de gobierno que se inaugura en Monterrey, territorio de México, país anfitrión, todo indica que habrá un gran ausente. Es lo que uno alcanza a ver desde este extremo sur de América, esta Argentina arrasada y saqueada por las finanzas internacionales y nacionales y puesta en estado de indefensión por el FMI y por su propia clase dirigente, sus ricos de siempre, sus grandes empresarios, sus políticos de todos los colores: peronistas, radicales, frepasistas.

La reunión de Monterrey tratará, dicen, sobre los medios para "erradicar la pobreza, lograr un crecimiento económico sostenido y promover un desarrollo sostenible al tiempo que se avanza hacia un sistema económico mundial basado en la equidad y que incluya a todos".

Escondido bajo esta insufrible jerigonza de lugares comunes tomada de los discursos de los partidarios de la tercera vía, el Consenso de Monterrey, según todos los anuncios, insistirá en la importancia de las inversiones extranjeras directas, la desregulación de las economías y la privatización de todos los bienes públicos en los que llaman "países en desarrollo" (ejemplo imperecedero, Argentina), políticas que han ido dejando en la indefensión a las naciones de América Latina, a sus sistemas jurídicos, económicos e institucionales, y a sus Estados.

La reunión de Monterrey tiene lugar en momentos en que uno de los países más industrializados, con mayores niveles educativos y ?todavía hoy? menos pobres de América Latina, la República Argentina, lleva ya tres meses de una crisis social y política sin precedentes.

plaza_monterrey_3deArgentina ha sido víctima de una década de privatización de todas sus empresas públicas (desde el petróleo, la aviación y los ferrocarriles hasta los servicios de agua, el Metro y el correo); la fuga en el último año de los capitales de grandes empresarios; el saqueo y la quiebra del sistema financiero por los mismos bancos extranjeros que lo adquirieron a precio vil y ahora no responden por los depósitos de los ahorristas; el desfalco del sistema de jubilaciones y pensiones privatizado; la confiscación por decreto presidencial de los ahorros de la población, con los depositantes sin poder disponer lo que es suyo ni para sus gastos cotidianos, mientras esos haberes se van licuando con la desvalorización cotidiana del peso; la existencia de catorce "monedas" locales, bonos emitidos por los gobiernos provinciales para pagar a sus empleados porque no disponen de dinero efectivo; la caída vertical de las inversiones productivas; una deuda externa cuyo crecimiento descomunal servía, entre otras estafas, para mantener la ficción de la paridad cambiaria estable entre el peso y el dólar (la llamada convertibilidad uno a uno), tras la cual se escondía una perversa y creciente sobrevaluación del peso que condujo, en los últimos tres meses, a una abrupta devaluación de 170 por ciento; un índice de desocupación que ya supera 22 por ciento y otro tanto de subocupación; el cierre en cadena de decenas de miles de negocios (62 mil 500 en lo que va del año) y pequeñas empresas en esos mismos meses (uno recorre en el centro de Buenos Aires un paisaje desolado de locales vacíos y abandonados, cuyos portales sirven al menos para que allí duerman quienes ya no tienen casa); un aumento de los despidos en 3 mil 200 por ciento (sí, tres mil doscientos por ciento) comparando las cifras de febrero de 2002 con las de febrero de 2001; la recaudación fiscal en lógica caída vertical; los hospitales en crisis; la criminalidad en crecimiento exponencial, en medio de la angustia, la desprotección y el hambre de quienes ?trabajadores, profesionistas, comerciantes, educadores, jubilados? en poco tiempo fueron perdiendo todo y no saben por qué ni cómo fue; mientras, en los barrios hermosos de trazado europeo el lujo, la dulzura de vivir y el esplendor de la gente bonita brillan igual que siempre (protegidos, eso sí, por ejércitos crecientes de cuerpos de seguridad privados, una de la industrias florecientes en la crisis).

Argentina estará representada en Monterrey por Eduardo Duhalde, un presidente famoso por su clientelismo y sus bandas de matones cuando era gobernador de la provincia de Buenos Aires. El presidente no fue elegido por el voto ciudadano, sino designado por un Congreso desprestigiado que debe sesionar protegido por alambradas. Ocupa ahora la cúspide de un aparato de Estado cuya inercia lo mantiene en movimiento. Pero no representa ni tiene respeto ni apoyo de una ciudadanía que no lo eligió ni acepta su política. En el "Que se vayan todos" que día tras día gritan a la clase política las manifestaciones de todo tipo en las calles de las ciudades argentinas, Eduardo Duhalde ocupa un lugar de primera línea.

Este funcionario y su gobierno, además, acaban de ser maltratados por la misión del FMI que visitó Buenos Aires y se fue negando por el momento todo apoyo financiero mientras ese gobierno no cumpla las draconianas condiciones puestas por aquel organismo.

El economista Julio Nudler (Página 12, 16 marzo 2002) resume bien la situación de Duhalde: "su estrategia está jugada al respaldo del Fondo Monetario y a que los trabajadores se resignen a la licuación de sus salarios". Una sola de esas condiciones no bastaría, dice, y por ahora no tiene la una ni la otra. "El gobierno necesita ?agrega? que la gran masa del pueblo colabore con su aceptación de la miseria para ir estabilizando las expectativas cambiarias y armando un mercado financiero donde la tasa de interés vuelva a existir".

El problema, el gran problema, es que esa pasiva aceptación no existe. Van tres meses ya y la protesta cotidiana no cede, el estado de asamblea de los barrios continúa, el pueblo no se resigna. Sabe que tiene acorraladas a las cúpulas gobernantes, las ve moverse con temor y con cautela, no ignora sus feroces peleas internas, pero tampoco tiene ahora con qué sustituirlas.

En este empate social y esta deslegitimación del orden político, la inercia propia del poder estatal sigue, sin embargo, tomando medidas que, en conjunto, benefician más y más a los sectores concentrados del capital, aquellos que pueden presionar sobre un gobierno como éste, con el apoyo del FMI y el respaldo del Departamento de Estado. Estos apuestan a que, finalmente, los argentinos se cansen y se resignen. El riesgo que corren, en cambio, es que la paciencia se acabe y la furia se manifieste, quién sabe cuándo y sobre todo quién sabe cómo y con provecho para quién.

No es irracional la política del FMI. No tiene confianza en los gobernantes argentinos, pese a la fidelidad de éstos a sus dictados. No quiere que Argentina salga fácilmente del default en el pago de la deuda declarado en diciembre, para así dar un ejemplo a otros deudores, entre ellos Brasil.

Quiere no dejar escapar la coyuntura para imponer sus condiciones hasta el fin, sobre todo en el plano social. Estados Unidos, detrás del FMI, quiere además pulverizar toda idea o fantasía subsistente sobre el Mercosur, sobre todo si éste pone en riesgo la tersura de la imposición del ALCA; y también hacer saber a los capitales europeos que tiene un costo andar invirtiendo sin permiso en Argentina y en estas tierras latinoamericanas que pertenecen al Imperio.

Mucho de la política inmediata y futura de Estados Unidos hacia América Latina se juega hoy en Argentina. La jugada parece más compleja e incierta que el mismo Plan Colombia, aunque no sea tan espectacular. El gobierno brasileño da indicios de percibirlo, si bien no osa levantar demasiado la voz.

El gobierno de George W. Bush ha entrado de lleno en una restructuración epocal del comando político del capital globalizado, como corolario de la restructuración del capital en las dos décadas precedentes. Iniciativas militares y sobre todo medidas políticas han seguido al golpe de Estado mundial declarado por Bush en su discurso del 20 de septiembre. La nueva dominación sobre todo el continente americano es condición primordial para el éxito de esos proyectos mundiales.

La bancarrota del establishment capitalista argentino y el estado de insubordinación que no cesa de la población de todo el país, son un tropiezo y a la vez una prueba para esa restructuración. Declaran que el caso argentino es marginal, que no habrá contagio y que no los preocupa tanto. Me permito no creerlos tan idiotas: sus focos rojos están encendidos en Argentina, más aún que en Colombia y Venezuela porque el desafío de esta insubordinación general sin dirigentes es menos inmediato pero, en cierto modo, más profundo y peligroso.

No sé si algo parecido se discutirá en reuniones privadas en Monterrey. Tal vez no, porque los funcionarios allí reunidos piensan en términos diferentes y llevan discusiones paralelas a estas realidades. Son otros los ámbitos donde se decide.

Por lo que se conoce del proyectado Consenso de Monterrey, será éste un documento más, pensado antes de la catástrofe argentina y vaciado aún más de contenido por esta bancarrota financiera, social y política de una fracción no despreciable del capital y del poder y el consenso de las clases dirigentes en el continente americano.

En otros tiempos, un país de América Latina al menos, en reuniones como ésta y en circunstancias también dramáticas, solía alzar su voz disidente, en tonos mesurados en la forma y firmes en la sustancia, para presentarse como la barrera que siempre fue para América Latina frente al poder del Imperio, y para ser escuchado y respetado en los demás países desde el río Bravo hasta el extremo sur. Ese país, todos lo saben, era México, el que no restableció relaciones con la España de Franco y el gobierno de Pinochet y se negó a seguir el dictado de la ruptura con Cuba.

La reunión de jefes de Estado y de gobierno tendrá lugar en Monterrey. A primera vista, parecería ser un éxito consagratorio de la diplomacia y del gobierno de Vicente Fox. Mirado más de cerca, promete ser el escenario donde culminarán, en territorio mexicano y ante los jefes de Estado y de gobierno allí presentes, los sucesivos actos de vasallaje de ese gobierno ante el Imperio, iniciados con la declaración conjunta del 16 de febrero de 2001, aquella donde se decía que "compartimos intereses y valores" mientras como música de fondo caían las bombas sobre Irak.

En la reunión de Monterrey estarán, pues, el gobierno mexicano y sus altos funcionarios. El gran ausente, por esta vez, será México.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año