Adolfo Gilly
Monterrey: el gran ausente
Buenos Aires, 17 marzo de 2002. En la reunión
de jefes de Estado y de gobierno que se inaugura en Monterrey, territorio
de México, país anfitrión, todo indica que habrá
un gran ausente. Es lo que uno alcanza a ver desde este extremo sur de
América, esta Argentina arrasada y saqueada por las finanzas internacionales
y nacionales y puesta en estado de indefensión por el FMI y por
su propia clase dirigente, sus ricos de siempre, sus grandes empresarios,
sus políticos de todos los colores: peronistas, radicales, frepasistas.
La reunión de Monterrey tratará, dicen,
sobre los medios para "erradicar la pobreza, lograr un crecimiento económico
sostenido y promover un desarrollo sostenible al tiempo que se avanza hacia
un sistema económico mundial basado en la equidad y que incluya
a todos".
Escondido bajo esta insufrible jerigonza de lugares comunes
tomada de los discursos de los partidarios de la tercera vía,
el Consenso de Monterrey, según todos los anuncios, insistirá
en la importancia de las inversiones extranjeras directas, la desregulación
de las economías y la privatización de todos los bienes públicos
en los que llaman "países en desarrollo" (ejemplo imperecedero,
Argentina), políticas que han ido dejando en la indefensión
a las naciones de América Latina, a sus sistemas jurídicos,
económicos e institucionales, y a sus Estados.
La reunión de Monterrey tiene lugar en momentos
en que uno de los países más industrializados, con mayores
niveles educativos y ?todavía hoy? menos pobres de América
Latina, la República Argentina, lleva ya tres meses de una crisis
social y política sin precedentes.
Argentina
ha sido víctima de una década de privatización de
todas sus empresas públicas (desde el petróleo, la aviación
y los ferrocarriles hasta los servicios de agua, el Metro y el correo);
la fuga en el último año de los capitales de grandes empresarios;
el saqueo y la quiebra del sistema financiero por los mismos bancos extranjeros
que lo adquirieron a precio vil y ahora no responden por los depósitos
de los ahorristas; el desfalco del sistema de jubilaciones y pensiones
privatizado; la confiscación por decreto presidencial de los ahorros
de la población, con los depositantes sin poder disponer lo que
es suyo ni para sus gastos cotidianos, mientras esos haberes se van licuando
con la desvalorización cotidiana del peso; la existencia de catorce
"monedas" locales, bonos emitidos por los gobiernos provinciales para pagar
a sus empleados porque no disponen de dinero efectivo; la caída
vertical de las inversiones productivas; una deuda externa cuyo crecimiento
descomunal servía, entre otras estafas, para mantener la ficción
de la paridad cambiaria estable entre el peso y el dólar (la llamada
convertibilidad uno a uno), tras la cual se escondía una perversa
y creciente sobrevaluación del peso que condujo, en los últimos
tres meses, a una abrupta devaluación de 170 por ciento; un índice
de desocupación que ya supera 22 por ciento y otro tanto de subocupación;
el cierre en cadena de decenas de miles de negocios (62 mil 500 en lo que
va del año) y pequeñas empresas en esos mismos meses (uno
recorre en el centro de Buenos Aires un paisaje desolado de locales vacíos
y abandonados, cuyos portales sirven al menos para que allí duerman
quienes ya no tienen casa); un aumento de los despidos en 3 mil 200 por
ciento (sí, tres mil doscientos por ciento) comparando las cifras
de febrero de 2002 con las de febrero de 2001; la recaudación fiscal
en lógica caída vertical; los hospitales en crisis; la criminalidad
en crecimiento exponencial, en medio de la angustia, la desprotección
y el hambre de quienes ?trabajadores, profesionistas, comerciantes, educadores,
jubilados? en poco tiempo fueron perdiendo todo y no saben por qué
ni cómo fue; mientras, en los barrios hermosos de trazado europeo
el lujo, la dulzura de vivir y el esplendor de la gente bonita brillan
igual que siempre (protegidos, eso sí, por ejércitos crecientes
de cuerpos de seguridad privados, una de la industrias florecientes en
la crisis).
Argentina estará representada en Monterrey por
Eduardo Duhalde, un presidente famoso por su clientelismo y sus bandas
de matones cuando era gobernador de la provincia de Buenos Aires. El presidente
no fue elegido por el voto ciudadano, sino designado por un Congreso desprestigiado
que debe sesionar protegido por alambradas. Ocupa ahora la cúspide
de un aparato de Estado cuya inercia lo mantiene en movimiento. Pero no
representa ni tiene respeto ni apoyo de una ciudadanía que no lo
eligió ni acepta su política. En el "Que se vayan todos"
que día tras día gritan a la clase política las manifestaciones
de todo tipo en las calles de las ciudades argentinas, Eduardo Duhalde
ocupa un lugar de primera línea.
Este funcionario y su gobierno, además, acaban
de ser maltratados por la misión del FMI que visitó Buenos
Aires y se fue negando por el momento todo apoyo financiero mientras ese
gobierno no cumpla las draconianas condiciones puestas por aquel organismo.
El economista Julio Nudler (Página 12, 16
marzo 2002) resume bien la situación de Duhalde: "su estrategia
está jugada al respaldo del Fondo Monetario y a que los trabajadores
se resignen a la licuación de sus salarios". Una sola de esas condiciones
no bastaría, dice, y por ahora no tiene la una ni la otra. "El gobierno
necesita ?agrega? que la gran masa del pueblo colabore con su aceptación
de la miseria para ir estabilizando las expectativas cambiarias y armando
un mercado financiero donde la tasa de interés vuelva a existir".
El problema, el gran problema, es que esa pasiva aceptación
no existe. Van tres meses ya y la protesta cotidiana no cede, el estado
de asamblea de los barrios continúa, el pueblo no se resigna. Sabe
que tiene acorraladas a las cúpulas gobernantes, las ve moverse
con temor y con cautela, no ignora sus feroces peleas internas, pero tampoco
tiene ahora con qué sustituirlas.
En este empate social y esta deslegitimación del
orden político, la inercia propia del poder estatal sigue, sin embargo,
tomando medidas que, en conjunto, benefician más y más a
los sectores concentrados del capital, aquellos que pueden presionar sobre
un gobierno como éste, con el apoyo del FMI y el respaldo del Departamento
de Estado. Estos apuestan a que, finalmente, los argentinos se cansen y
se resignen. El riesgo que corren, en cambio, es que la paciencia se acabe
y la furia se manifieste, quién sabe cuándo y sobre todo
quién sabe cómo y con provecho para quién.
No es irracional la política del FMI. No tiene
confianza en los gobernantes argentinos, pese a la fidelidad de éstos
a sus dictados. No quiere que Argentina salga fácilmente del default
en el pago de la deuda declarado en diciembre, para así dar
un ejemplo a otros deudores, entre ellos Brasil.
Quiere no dejar escapar la coyuntura para imponer sus
condiciones hasta el fin, sobre todo en el plano social. Estados Unidos,
detrás del FMI, quiere además pulverizar toda idea o fantasía
subsistente sobre el Mercosur, sobre todo si éste pone en riesgo
la tersura de la imposición del ALCA; y también hacer saber
a los capitales europeos que tiene un costo andar invirtiendo sin permiso
en Argentina y en estas tierras latinoamericanas que pertenecen al Imperio.
Mucho de la política inmediata y futura de Estados
Unidos hacia América Latina se juega hoy en Argentina. La jugada
parece más compleja e incierta que el mismo Plan Colombia, aunque
no sea tan espectacular. El gobierno brasileño da indicios de percibirlo,
si bien no osa levantar demasiado la voz.
El gobierno de George W. Bush ha entrado de lleno en una
restructuración epocal del comando político del capital globalizado,
como corolario de la restructuración del capital en las dos décadas
precedentes. Iniciativas militares y sobre todo medidas políticas
han seguido al golpe de Estado mundial declarado por Bush en su discurso
del 20 de septiembre. La nueva dominación sobre todo el continente
americano es condición primordial para el éxito de esos proyectos
mundiales.
La bancarrota del establishment capitalista argentino
y el estado de insubordinación que no cesa de la población
de todo el país, son un tropiezo y a la vez una prueba para esa
restructuración. Declaran que el caso argentino es marginal, que
no habrá contagio y que no los preocupa tanto. Me permito no creerlos
tan idiotas: sus focos rojos están encendidos en Argentina, más
aún que en Colombia y Venezuela porque el desafío de esta
insubordinación general sin dirigentes es menos inmediato pero,
en cierto modo, más profundo y peligroso.
No sé si algo parecido se discutirá en reuniones
privadas en Monterrey. Tal vez no, porque los funcionarios allí
reunidos piensan en términos diferentes y llevan discusiones paralelas
a estas realidades. Son otros los ámbitos donde se decide.
Por lo que se conoce del proyectado Consenso de Monterrey,
será éste un documento más, pensado antes de la catástrofe
argentina y vaciado aún más de contenido por esta bancarrota
financiera, social y política de una fracción no despreciable
del capital y del poder y el consenso de las clases dirigentes en el continente
americano.
En otros tiempos, un país de América Latina
al menos, en reuniones como ésta y en circunstancias también
dramáticas, solía alzar su voz disidente, en tonos mesurados
en la forma y firmes en la sustancia, para presentarse como la barrera
que siempre fue para América Latina frente al poder del Imperio,
y para ser escuchado y respetado en los demás países desde
el río Bravo hasta el extremo sur. Ese país, todos lo saben,
era México, el que no restableció relaciones con la España
de Franco y el gobierno de Pinochet y se negó a seguir el dictado
de la ruptura con Cuba.
La reunión de jefes de Estado y de gobierno tendrá
lugar en Monterrey. A primera vista, parecería ser un éxito
consagratorio de la diplomacia y del gobierno de Vicente Fox. Mirado más
de cerca, promete ser el escenario donde culminarán, en territorio
mexicano y ante los jefes de Estado y de gobierno allí presentes,
los sucesivos actos de vasallaje de ese gobierno ante el Imperio, iniciados
con la declaración conjunta del 16 de febrero de 2001, aquella donde
se decía que "compartimos intereses y valores" mientras como música
de fondo caían las bombas sobre Irak.
En la reunión de Monterrey estarán, pues,
el gobierno mexicano y sus altos funcionarios. El gran ausente, por esta
vez, será México.