TOROS
43 orejas y un rabo en 19 tardes, pueblerino saldo
de la temporada 2001-2002
Consolidar la dependencia taurina, principal logro
de la Plaza México
Prevalecieron la mansedumbre, los carteles desequilibrados
y las medias entradas
LEONARDO PAEZ
Al margen de la compulsión orejera que invadió
a jueces y público de la Plaza México en la temporada 2001-2002,
lo que redujo el otrora coso más importante del continente a grotesca
pasarela de cachondeos taurinos, las 19 corridas permitieron corroborar
algunos de los rasgos que caracterizan hoy en día a lo que va quedando
del espectáculo:
1.
La comodina reiteración de la empresa de que al no haber toreros
atractivos en el país, gracias a la pobre visión de los empresarios,
debe armar la temporada en función de las exigencias y caprichos
de los diestros que se ve obligada a importar, sean estos buenos, regulares
o malos. Esa deliberada dependencia taurina en beneficio de unos cuantos
de aquí y de allá, será la puntilla de un espectáculo
que, con criterios menos colonizados, hace tiempo habría recuperado
su grandeza.
2. El amiguismo como política empresarial, al grado
de que algunas ganaderías enviaron hasta tres encierros -De Santiago-
o dos -Reyes Huerta y Xajay-, independientemente de su juego e integridad
de sus astas, aprovechando la anuencia de la delegación Benito Juárez
de no efectuar exámenes post-mortem ni a aquellas reses sospechosas
de manipulación.
Igualmente la necedad de repetir o de incluir a toreros
nacionales e importados sin merecimientos ni atractivo (Paco Ojeda, Javier
Conde, Alberto Rodríguez y Pepín Liria, y las desalmadas
contrataciones de rejoneadores como Martín González Porras
y Luis Carredano) en perjuicio de otros con más cualidades y verdadero
potencial o que ni siquiera comparecieron no obstante estar en el derecho
de apartado (El Conde, Jorge Mora y Alejandro Anaya).
Y por último, el voluntarismo de la empresa para
sacarse de la manga seis infames carteles de ocho o más toros, siendo
que la gente sólo llenó el coso en el festejo de aniversario
de la plaza, el 5 de febrero.
3. La frivolidad ganadera empeñada en buscar el
buen estilo en los astados a costa de su bravura, o si se prefiere: Ante
la tempestad de la creciente mansedumbre, la renuencia de los criadores
para hincarse a recuperar la casta. El kilismo como sustituto del
celo y los cinqueños en lugar de la codicia. Si a esa falta
de espectacularidad en las reses se añade la falta de hambre en
los toreros, se explica el poco interés que las combinaciones despertaron
en el público, que no hizo más de dos llenos y sí
numerosas medias y cuartos de entrada.
4. La escasa sensibilidad e imaginación del promotor
tanto para combinar nombres y animales -las reses de la ilusión,
mansas pero repetidoras, a los coletas consagrados y los toros con
verdaderos problemas o franco mal estilo, para los diestros menos fogueados-
como para repetir, con oportunidad y criterio taurino, a aquellos matadores
que dejaron buen ambiente (Fermín Espínola, Antonio Barrera
y Mariano Ramos, entre otros).
5. La por todos conceptos lamentable actuación
de los jueces de plaza Manuel Gameros ?aquel bochornoso indulto involuntario
era causal de destitución, pero los gobiernos del cambio
también prefieren llevar la fiesta en paz?, Heriberto Lanfranchi
y Ricardo Balderas, este último con más criterio taurino
que sus colegas pero todos aquejados de una mortal apendicitis ante
la menor presión del público e incluso de motu proprio,
por no hablar de su benevolencia para aprobar novillotes mochos para los
ases nacionales e importados.
6. El condicionamiento consumista de un público
mitotero y desinformado que bastante hace con acudir ?y pagar reventa?
cuando anuncian a productos como Hermoso o El Juli, mientras el
promotor tiene cara para quejarse de que el público rechace pagar
lo mismo por ternas modestas.
Lo memorable
Poco se puede rescatar del errático serial, habida
cuenta de que el toro bravo es la condición sine qua non
para una tauromaquia trascendente, por lo que más que del talento
valdría hablar del talante de algunos matadores, sin tomar en cuenta
las orejas cortadas dado el nivel festivalero que prevalece en la plazota.
Encabeza la lista Eulalio López El Zotoluco,
triunfador en España, quien en cuatro actuaciones corroboró
su nivel tauromáquico y su celo torero, realizando faenas inteligentes
y pundonorosas, sin que faltara la inspiración, a toros de muy diversos
estilos. Le sigue Rafael Ortega, que en tres tardes -nunca con El Juli,
al que le resulta muy incómodo-desplegó su afición
y dominio cabal de los tres tercios. Si cambiara de administración...
Con novillotes de la ilusión se despidió
por segunda vez Eloy Cavazos, en tarde en que Jorge Gutiérrez aprovechaba
la docilidad de su lote y se permitía ordenar al pasmado juez Gameros
el indulto de Fenómeno, su segundo. Tras ese chou, buen
cuidado tuvo Jorge de no regresar. En tres tardes Miguel Espinosa exhibió
el nivel detallista de siempre y en una sola Mariano Ramos realizó
dos magistrales trasteos con inválidos de Celia Barbabosa. En lugar
de repetirlo, la empresa optó por las importaciones absurdas de
Ojedas y demás aventureros.
Entre los diestros mexicanos jóvenes sobresalió
por su decisión y carisma Leopoldo Casasola en tres actuaciones,
si bien utilizado en dos por la empresa para presionar al Juli.
Otros jóvenes que apuntaron ?cuando ya debían haber disparado?
fueron Jerónimo, Fernando Ochoa, Ignacio Garibay y Alfredo Gutiérrez
?quizá las mejores verónicas de la temporada?, en tanto que
Antonio Urrutia y Manolo Mejía parecen haber dado lo que tenían
que dar.
Los ases españoles preferidos de la empresa hicieron
evidentes sus avances luego de torear en su país cien corridas o
más. El Juli hasta un rabo se llevó por completa lidia
a Rey de Oro, de Reyes Huerta, y Enrique Ponce, con el noble Quinito
de Teófilo Gómez, realizó en la decimocuarta corrida
su mejor faena, luego de nueve temporadas consecutivas. Espectacular pero
predecible y mecánico se vio a Hermoso de Mendoza en dos tardes.
Por nota toreó Finito de Córdoba en su primera tarde
y devolvió las orejas en la segunda.
Otros jóvenes españoles que mostraron torerismo
fueron Morante de la Puebla, con una calidad fuera de serie; Juan
José Padilla, interesante y temerario, y Antonio Barrera, con una
quietud excepcional. Todos volvieron ya a su país a seguir toreando;
nuestros empresarios los esperarán.