Alberto J. Olvera
Las realidades del PRI
La políticamente fallida elección del presidente del PRI ha aumentado la incertidumbre sobre el futuro del otrora partido oficial. Ha quedado demostrado que el PRI es una mera federación de sectas y grupos regionales, cada uno de los cuales apoyó a uno u otro candidato de acuerdo con pactos de repartición del poder y de áreas de influencia. Sus fuerzas están empatadas y ninguna tiene líderes con legitimidad y reconocimiento nacionales. Por tanto, la crisis de sucesión en el PRI no se ha resuelto con esta elección, y al contrario, se ha profundizado a niveles probablemente irreversibles. Más aún, quedó demostrado que la fuerza del PRI sólo es tal por la debilidad de sus oponentes.
Roberto Madrazo y su equipo no pueden ser más lo que siempre han sido: truhanes electorales sin moral ni principio alguno. Los increíbles abusos cometidos en Oaxaca por el gobernador Murat y en Tabasco por el propio Madrazo pintan a esta facción de cuerpo entero. En realidad esta operación fraudulenta se extendió a todo el sureste del país, donde Madrazo obtuvo más de la mitad de su votación, a pesar de que en la región sólo vive menos de una quinta parte de los mexicanos. Oaxaca (176 mil), Veracruz (135 mil), Tabasco (121 mil 498), Chiapas (83 mil 160), Guerrero (78 mil 104), Yucatán (68 mil 340), Campeche y Quintana Roo, en ese orden, le dieron la base del triunfo. La única otra entidad que le dio una amplia votación fue el estado de México (110 mil 541), donde según las estadísticas oficiales más de 400 mil alegres priístas salieron a votar, casi 8 por ciento del padrón electoral de la entidad. Más o menos esa misma proporción de ciudadanos priístas acudió a las urnas en Veracruz y en Puebla, Tamaulipas, Hidalgo, Coahuila, Chiapas, Durango y Guerrero, es decir, los estados fuertemente controlados por el PRI. Pero en Oaxaca (200 mil) y en Tabasco (149 mil) como por arte de magia la proporción se fue arriba de 10 por ciento.
Beatriz Paredes le apostó al apoyo de algunos gobernadores, los más renuentes a aceptar a Madrazo como líder. El campeón fue el del estado de México, quien le dispensó 20 por ciento de su votación (296 mil 152). Generosos fueron también los de Puebla (78 mil 71), Hidalgo (70 mil 458) y Tamaulipas (84 mil 931), que se comprometieron con ella, y el de Veracruz (149 mil 78), quien al parecer decidió repartir salomónicamente los votos de su entidad, al no dar línea. Paredes tuvo apoyo en el centro y centro-norte del país, y en varios casos sus simpatizantes recurrieron a las mismas tácticas que los oponentes.
La dependencia financiera y organizativa del PRI respecto de los gobiernos estatales y municipales quedó demostrada por el hecho de que los estados donde hubo votación elevada fueron sólo aquellos que el PRI gobierna. No es sorpresa que en los demás la votación fuera muy baja, alrededor de 2 por ciento del padrón (con excepción de Chiapas y Yucatán), y los resultados, menos sesgados. Los casos del Distrito Federal, Guanajuato y Baja California son los más impactantes, por su baja votación relativa. Entre los estados priístas llaman la atención los del norte, en especial Chihuahua, Sinaloa, Sonora y San Luis Potosí, donde la votación fue también precaria. El PRI está en todo el país, pero su fuerza es muy diversa. Se concentra cada vez más en las áreas rurales y en estados en pleno estancamiento económico.
Los 3 millones de votos totales en esta elección, de carácter abierto a toda la ciudadanía, se han conseguido haciendo el máximo esfuerzo organizacional y gastando muchos recursos cuyo origen no está aclarado. Esta cifra contrasta con los supuestos 10 millones de votos emitidos en las primarias del PRI en 1999. Ahora está claro que esos 10 millones fueron, al menos en 50 por ciento, producto de la mejor ficción priísta.
Los abusos cometidos en la elección interna han deslegitimado el probable triunfo de Madrazo, quien si se empeña en imponerse a toda costa, como parece que lo hará, dividirá al PRI. Sólo una coalición de gobernadores podría evitar este desenlace, pero pagando un precio muy alto: la anulación de la elección. Si no se llega a este extremo, se tendrá a un líder debilitado por la división y prisionero de las fuerzas más oscuras del viejo aparato autoritario. Cualquier alternativa es costosísima a estas alturas. El PRI tendrá que decidir si enfrenta el riesgo de la división para salvar un partido creíble como alternativa política, o si mantiene la unidad en torno de intereses mezquinos de corto plazo en medio del desprestigio y el escándalo.