Leonardo García Tsao
Conclusiones de la 52 Berlinale
Según se había predicho, los premios del recién concluido Festival de Cine de Berlín se instalaron en el disparate. Repartir el Oso de Oro entre un par de cintas mediocres no revestía tanta novedad como que una de ellas, Sen to Chihiro no kamikakushi, de Hayao Mizaki, fuese un convencional largometraje de animación japonesa. La otra ganadora, la muy torpe Bloody sunday, del inglés Paul Greengrass, significó un caso más en que las intenciones -denunciar un histórico acto de represión británica en Irlanda del Norte- se confundieron con la calidad cinematográfica. En realidad no se podía esperar otra cosa de un jurado presidido por una cineasta tan mediocre como Mira Nair.
Al margen de los premios, siempre una instancia discutible, los resultados de la 52 Berlinale han provocado una evaluación igualmente dividida. Por un lado, la crítica internacional se quejó por consenso del abismal nivel de la competencia. Por otro, la industria local celebró la debutante administración de Dieter Kosslick como otro síntoma de la recuperación del cine alemán. Según declaró el propio canciller Gerhard Schroeder, se trataba de la primera vez que el Estado alemán daba su entero apoyo a la Berlinale, promoviéndolo a evento nacional, algo muy significativo en un panorama de recesión económica y recortes financieros.
Desde que tomó posesión del cargo en mayo pasado, Kosslick enfatizó su intención primordial de promover al cine teutón, y eso explica los cuatro títulos en competencia, aun cuando ninguno era de calidad abrumadora. El Premio Especial del Jurado a Halbe Treppe, de Andreas Dresen, compartió el aprecio de ciertos colegas que por alguna razón encontraron meritoria esa comedia agridulce sobre la crisis de la pareja. Pero ni el más optimista podría tomar la cinta -o a Heaven, la nueva de Tom Tykwer- como un signo evidente de la tan cacareada recuperación.
Mientras tanto, el representante del llamado nuevo cine alemán de los 70, Wim Wenders, demostró seguir los pasos del español Carlos Saura en cuanto a distraer el agotamiento expresivo con un interés musical; su documental Viel passiert-Der BAP Film resultó ser un consternante homenaje al desconocido grupo de rock alemán BAP, que en pantalla hizo evidente por qué sigue desconocido.
Lo cierto es que Kosslick se reveló como una figura diametralmente opuesta a la del anterior director, el antipático Moritz de Hadeln. Siempre sonriente y con un chistorete a flor de labios, el otrora productor parecía más bien un agente de relaciones públicas del festival (en la fiesta de Wenders, Kosslick hasta tomó una guitarra acústica para echarse un palomazo con BAP). No obstante, ni el más empeñado publirrelacionista podría ocultar que la programación fue deficiente. Kosslick adoptó la frase "Aceptar la diversidad" como un oportuno lema del festival, aunque más bien reveló que él y su comité no supieron encontrar ningún criterio, tendencia o línea coherente en su selección.
Mentalidad publicitaria
Otro síntoma de la mentalidad publicitaria del funcionario fue el boletín inmediato, tras el anuncio de las postulaciones de la Academia hollywoodense, para ostentar que las numerosas películas gringas en la Berlinale reunían un total de 21 candidaturas al Oscar. Como si eso fuera garantía de calidad. (Claro, tampoco tardó nada el padrino del cine hollywoodense, Jack Valenti, en pronunciar su aprobación de Kosslick, aun cuando el único premio para sus ahijados fue el de actuación femenina para Halle Berry.)
En honor al fair play, aceptemos que Dieter Kosslick podrá corregir los errores de programación en las siguientes ediciones. La Berlinale no es como la Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara, en la que el más reciente director -el octavo en 17 años, si no me equivoco- renunció a escasos meses de haber tomado el puesto.