Ugo Pipitone
Tipo de cambio
Argentina vivió por años en una especie de letargo tecnocrático por el cual el combate contra la inflación era la llave universal del desarrollo. Meciéndose en esta media verdad, el país fue poco a poco enyesándose a sí mismo hasta llegar al desastre de la actualidad. ƑQué moralejas derivar de esta experiencia? Limitémonos aquí a una, la más obvia: toda economía es equilibrio dinámico entre macrovariables, y estabilizar una de ellas es "bueno" sólo si contribuye a activar factores de dinamismo en las otras.
Pero dejemos Argentina y pasemos al argumento general: un país en vía de desarrollo que se vea forzado a operar con mayor eficacia en los mercados internacionales, tiene en su contra casi todo: una administración pública deficiente, una baja recaudación fiscal que limita la modernización infraestructural, altos costos financieros y atraso tecnológico. En un escenario de este tipo, si la estrategia exportadora quiere ser exitosa en el mediano-largo plazo, necesita subsanar progresivamente estos lastres. Pero, mientras esto ocurre, un tipo de cambio ligeramente subvaluado juega un papel importante como factor cambiario de compensación parcial de los otros factores que juegan en un sentido contrario a la competitividad.
Es evidente que una orientación de este tipo supone una especial atención a la política monetaria para evitar que la inflación se dispare. Pero, si en el balance entre estabilidad y crecimiento, la política económica favorece el primer término, se corre el riesgo de que la misma estabilidad se vuelva insostenible en el mediano plazo. Gran parte de las experiencias de desarrollo acelerado de Asia oriental en las últimas décadas muestran claramente cómo un tipo de cambio ligeramente subvaluado fue un componente de estímulo a las exportaciones y contención de las importaciones, además de ser un requisito para continuar el aprendizaje competitivo en condiciones de crecimiento económico.
Lleguemos a México. La memoria nos indica tres fechas fatídicas: 1976, 1982 y 1994. Tres años en que resultó claro que la sobrevaluación cambiaria se había vuelto insostenible y que anunciaba ciclos recesivos más o menos prolongados para los años siguientes. Y ahora, aparentemente, nos acercamos al mismo escenario. Desde hace un par de años, la sobrevaluación cambiaria se vuelve a presentar como un factor de contención del potencial económico del país y como elemento de mayor fragilidad frente a posibles embates especulativos.
Reconozcamos, sin embargo, que la situación actual es distinta respecto al pasado: no obstante ligeras flexiones, las exportaciones se mantienen, las reservas son mayores que antes, así como el aporte externo de capitales no especulativos y, finalmente, el déficit de cuenta corriente, si bien en aumento, no llega a los niveles previos. Todo esto, sin embargo, sólo nos dice que la enfermedad (la sobrevaluación cambiaria) no ha producido hasta ahora los desastres del pasado; por el momento se limita a contener el crecimiento potencial del país. Aún no sabemos si el TLC será condición suficiente para evitar catástrofes similares a las del pasado reciente, pero sí sabemos una cosa: para el año 2002, con una previsión de crecimiento de 1.7 por ciento, se prevé que la cuenta corriente de la balanza de pagos registrará el mayor déficit de los últimos años: 3.4 por ciento del PIB.
Los libros de macroeconomía nos dicen que cuando la economía crece poco o nada, normalmente se asiste a un alivio de las presiones asociadas a cuentas externas deficitarias. Entre 1996 y 2000, la economía mexicana creció por arriba de 5 por ciento anual; en 2002 se prevé un crecimiento inferior a la mitad y, sin embargo, el déficit de cuenta corriente (respecto al PIB) será superior al de los años mencionados -excluyendo 1998. Evidentemente, algo se está moviendo en sentido contrario a como debería moverse. Si ser el único elemento, el tipo de cambio juega aquí en sentido inverso respecto al deseable: impulsar la capacidad competitiva de las empresas que operan, tanto en los mercados internacionales como en el propio mercado nacional.
La economía mexicana carga dos nudos que necesita enfrentar lo más pronto posible. El primero es la baja recaudación fiscal. El segundo es el tipo de cambio. Los dos juntos son frenos efectivos contra cualquier intento de pasar de la estabilidad al crecimiento.