Rolando Cordera Campos
Los matices y las sinrazones: el desacuerdo de la empresa
Lo que se sabía desde la semana pasada se volvió nota de primera: los empresarios de la cúspide no van al Acuerdo Político para el Desarrollo Nacional. "No pintaremos la rayita; habrá diálogo", dijo Claudio X. González, pero como a su vez advirtiese el Banco Santander, "sin acuerdos, sólo medidas, no reformas" (La Jornada, 15/02/02, pp. 1, 3; El Economista, 15/02/02, pp. 1, 12). Un día antes, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial había "matizado" el descontento invernal de la gran empresa y pidió: "Que haya más compromisos. El acuerdo se firmó el año pasado en octubre, pero en diciembre no se vio, cuando fue negociado el paquete fiscal... Queremos ver actos y acciones" (Renato Dávalos, La Jornada, 14/02/02, p.19).
No se trata de una ruptura irreparable, pero sí es una muestra de la bruma que cubre las relaciones entre el gobierno y los empresarios organizados. De conflicto en conflicto, de la queja a la amenaza, el vínculo tradicional y central de nuestra economía política rechina y los patrones organizados y el gobierno del cambio no encuentran formas de entenderse. De los cientos de miles que se amontonan en el negocio no organizado, mejor no ocuparse hoy, porque ahí espantan.
En apariencia, lo que los hombres del dinero quieren son hechos y acciones, pero esto no le resuelve nada a nadie. Todos queremos hechos y decisiones y, si se puede, logros, pero poner eso como condición para incorporarse a una convocatoria de acuerdo nacional como la que promueve Creel es poner la carreta delante del caballo: no habrá las reformas que se necesitan si no se sientan a la mesa los actores: empresa, gobierno, partidos, sindicatos, y acuerdan lo que hay que acordar y se ponen a arrastrar el lápiz. Luego vendrán las ceremonias y las diferencias y el seguimiento, no antes.
Lo que está en juego, en realidad, como lo sugiere X. González, es otra "x": la capacidad del sistema político para avanzar en las reformas que el empresariado mayor considera indispensables para arriesgar sus denarios y echar a andar esta economía de nuevo exánime. "Al final del día -dijo Claudio X. a Dávalos el pasado miércoles (La Jornada, 14/02/02)-, el paquete fiscal obedeció más a posiciones partidistas que al bien del país". Separar a los partidos del bienestar nacional cuando la democracia se estrena no es precisamente un incentivo para que los partidos mejoren; es, por lo pronto, ponerle un leño más al fuego en que se cuece el futuro de un sistema político que, en efecto, no nos da lo que esperábamos.
Las reformas fiscal y energética se han vuelto la prueba de ácido del gobierno del cambio. De no hacerse estas reformas, dijo nada menos que el jefe de la bancada panista en la Cámara de Diputados, lo que le espera a México es "la ingobernabilidad" (El Economista, 14/02/02, p.1). Y es este escenario, el de la falta de gobierno, el que los hombres del dinero parecen haber escogido para definir, o redefinir, su posición ante el presidente Fox. Si de pasada se llevan a Creel, y a la misma idea de la gobernabilidad democrática, poco parece importarles: lo que importa es el bien de México... al estilo empresarial.
Cómo lidiará Fox con este gambito no lo sabemos. Sabemos que sin acuerdos básicos no habrá estabilidad que dure, ni grado de inversión que aguante, pero lo básico ha dejado a estas alturas de ser obvio y es aquí donde está el acertijo para Fox y su gobierno.
El horizonte de una integración pronta y de fondo con el norte, como lo ha planteado el Presidente en estos días, puede ser sólo virtual e imaginario: sin un proyecto sustentado en voluntades nacionales, traducido en proyecto e instituciones, los vecinos preferirán esperar y ver, antes de meterse en lo que puede ser otro pantano.
Lo que el gran dinero ha puesto en movimiento es una crítica frontal del sistema político plural de partidos, única fuente actual de legitimidad para llevar a cabo la reforma del Estado y la estructural, o el TLC "plus" que promete Fox. Esto es lo que hacen hoy los de la empresa que se quiere moderna: poner contra la pared a partidos y gobierno, y sacarles el juramento reformista tal y como ellos entienden que debe ser.
La pelota está en la cancha del gobierno, que tiene que demostrar que la tan traída y llevada gobernabilidad democrática es factible y deseable. A su lado, también deberían jugar los partidos, para los que sólo queda el camino del acuerdo o la caída libre en el corral de los pollos maiceados, donde la plutocracia sabe ya hacer su tarea pero los políticos apenas si han aprendido a cabecear.
Las reformas son necesarias y vitales para "el bien de México", pero esto es apenas el principio. Los "matices" del presidente del CCE requieren de muchas precisiones y detalles, donde se esconde el diablo, y no les haría mal alguno que otro concepto. La reforma energética, por ejemplo, quiere decir cosas diferentes para empresarios diferentes: para unos, los más, significa fluido seguro, oportuno y si se puede, barato; para otros, los menos, es negocio directo a través de la privatización y de los Enron "plus" que seguramente vendrían.
Si se trata de entrarle de lleno a la política, como sería deseable, no se vale querer al mismo tiempo seguir en la barrera. Como dicen en la península, hay que mojárselo.