Philip en cine
PABLO ESPINOSA
Once músicos en una jornada histórica: cinco
noches consecutivas en el Palacio de Bellas Artes con el ciclo completo
de la música que ha concebido en veinte años Philip Glass
como una contribución estratégica al arte del cine, hoy casi
reducido a mero objeto de consumo y otrora ?como en el caso de la obra
de Glass? objeto oscuro del deseo.
Todo empezó el miércoles 6. La sesión
inicial se tituló Shorts, en referencia precisamente a los
cortometrajes que integran lo más reciente de su trabajo en cine.
Para la creación de Shorts, Philip Glass
invitó a personalidades del medio cinematográfico independiente,
de la animación, del video y de las artes visuales para crear cortos
sin sonido a los que el escribiría la música, misma que él
interpretaría junto con su orquesta en vivo.
El
resultado de ese proyecto abrió los conciertos del Philip Glass
Ensamble en México y al mismo tiempo abrió la nueva gira
internacional de este hombre que acaba de ser padre de otro bebé,
Benjamin Cameron Glass, a sus 65 años. La gira se titula Philip
on film (Philip en cine). Se trata de un acontecimiento artístico
de dimensiones descomunales y que este inicio de gira haya ocurrido en
Bellas Artes no sólo es trascendental sino plausible.
The Man in the Bath, de Peter Greenaway, abrió
el festín. Imágenes ligadas al universo escénico-geométrico
de Bob Wilson, evidentemente creadas en computadora (esa maquinita macintosh
que cargaba bajo el brazo Greenaway, hace dos Cervantinos, hasta que se
la robaron en Guanajuato) en eclipse lunar intenso con la música
de sintes mezclada con música concreta, sumatoria de alientos-metales
y ninguna parafernalia técnica.
El más interesante y mejor logrado de los cinco
cortos estrenados en México el miércoles pasado fue Evidence,
de Godfrey Reggio, quien forma parte junto con Bob Wilson del círculo
creativo íntimo de Glass. Esta Evidence está construida
con una serie de big close ups de niños con los ojos bien
abiertos frente al mundo, y al final nos damos cuenta que el mundo está
reducido para ellos a la televisión.
Las cineastas Michal Rovner y Shirin Neshat trabajaron
en el estudio de Glass para sus cortos respectivos: Notes y Passage,
respectivamente. Al igual que Diaspora, de Atom Egoyan (a partir
del filme America, America, de Elia Kazan), fundamentan sus inquisiciones
y disquisiciones en imaginerías alucinógenas mediante técnicas
narrativas digitalizadas, elaboradísimas y conceptuales hasta niveles
arriesgados. El contraste cerró la primera noche glassonómica
con el conocido Anima Mundi, inspirado en Platón: "el respiro,
el soplo, la vida, el alma del mundo". El mundo es un ser vivo.
Retratar el mundo, elevarnos, tal es la consigna estética
de Philip Glass en cine. Esto fue evidente en la segunda noche glassiana,
la del jueves cuando la magnificencia de esa obra de arte titulada Powaqqatsi
volvió en su estallido anímico brutal en refrendo del primer
impacto, definitivo, de su estreno en México hace nueve años.
Con Einstein on the Beach, Powaqqatsi aparece como lo mejor y más
impactante y espectacular de la música escénica de Philip
Glass. Durante 102 minutos asistimos a una sumatoria de intensidades tensadas
al máximo como en un oleaje de espasmos anímicos semejante
a una serie de orgasmos contenidos. Un Nirvana completo, un edén
agónico, un cosmos recobrado.
En la anacrusa de un silbato de batucada brasileña
se desata un maremagno de corcheas afrodisíacas contrastadas con
la finitud de la existencia. Eros y Thanatos y cielo y cosmos y el color
de la tierra en una contundencia de imágenes de rostros y cuerpos
captados en Brasil, Egipto, Kenya, Perú, India, Hong Kong, Israel,
Francia, Nepal y Berlín. Cuerpos bellos, rostros hermosos. Pero
ojo, no se trata de las convenciones de belleza condicionadas por la aldea
global. No se trata de objetos de consumo. Son los rostros y los cuerpos
del color de la tierra. Son las minorías del mundo, los pobres,
los sobrexplotados, los desposeídos, las carnes de cañón
del imperio. Toda la secuencia inicial en una mina de Brasil es apenas
el comienzo de un descenso a los infiernos que es al mismo tiempo el ascenso
a las alturas insondables. Solamente el artista Sebastião Salgado
ha logrado imágenes comparables en su coherencia y contundencia,
bella y terrible al mismo tiempo, con lo que Godfrey Reggio, el director
de Powaqqatsi, retrata en su filme regio: nosotros los humanos.
En su serie interminable de epifanías, el altísimo
contenido social de Powaqqatsi, su decidida apuesta del lado moridor,
su evidente simpatía por el débil (Mick Jagger tiene su propia
Sympathy for the Devil, je) eleva una empatía de compromiso
social a toda prueba. Una maravilla artístico-social.
La siguiente noche glássica, la del viernes, reunió
a la fauna prototípica en Bellas Artes: snobs, oportunistas, yuppies,
pirrurros y algunos pocos conocedores. El pretexto era Drácula,
esa obra de arte de Tod Browning con un genio en pantalla: Bela Lugosi
y otro en los teclados: Philip Glass con su Ensamble. A lo divertido del
filme, a los ecos y revisitaciones (Tom Waits gritando: ''¡maaasteeer!''
en el remake de Francis Ford Coppola, que de tan cacahonda debería
haber firmado esta versión filmada como Francis Ford Copula) dejaron
la mesa puesta para la siguiente noche con otro filme en blanco y negro
restaurado: La Belle et la Bete, del maestro Jean Cocteau.
Esa noche fue evidente nuevamente cómo el arte
del cine ha desarrollado su lenguaje hacia el negocio, el consumo, la flojera
mental. Arte, ciencia, artesanado en cambio en las manos y en la mente
de Cocteau, a cuadro por cierto al inicio escribiendo los créditos
con gis sobre un pizarrón negro. La del sábado, penúltima
del ciclo, fue una deliciosa noche de ópera, pues como tal concibió
Philip Glass su partitura, pues como tal concibió Jean Cocteau con
Georges Auric (el autor original de la música) su filme, pues como
tal concibió por ejemplo Peter Greenaway su filme El cocinero,
el ladrón, su esposa y su amante. Al término de la sesión
de la noche del sábado quedó evidente también que
la historia recordará a Philip Glass como uno de los renovadores
del arte operístico mientras habrá quienes sigan frunciendo
el ceño y ceñiendo el frunso de la envidia.
El ciclo concluyó la noche del domingo con la más
antigua de las producciones fílmicas de Glass, Koyaanisqatsi
(lengua hopi, al igual que Powaqqatsi) creada por el genial
cineasta Godfrey Reggio. Una alegoría júnica (de Junus, dios
bifronte) semejante a Powaqqatsi acerca de la condición humana.
Da en el clavo la mancuerna Philip Glass/Godfrey Reggio: "el objetivo de
esta película es el de provocar y generar interrogantes que solamente
el público podrá responder. Este es el valor más grande
en cualquier trabajo de arte, el no predeterminar una razón, sino
que ésta surja de la evidencia del encuentro".
Durante cinco noches consecutivas, el genio de Glass fue
degustado por un dechado de dichosos. Al término de cada uno de
los conciertos, especialmente en los dos últimos, Glass fue vitoreado
como un héroe. Habían sonado, en unísonos de gloria,
sets completos de sintetizadores en, a la vez, una síntesis
exacta de la historia de la música. En escena, la confluencia exacta
entre los estilos de Bach y Messiaen. El placer duplicado: a la delicia
a los sentidos que es el arte del cine, se sumó siempre el éxtasis
de la música para deleite de los mismísimos dioses del Olimpo.
Las respuestas, los beneficios, los valores de este encuentro
que tuvimos cinco noches con el arte prodigioso de Philip Glass con su
Ensamble dirigido por Michael Riesman y en cuyas filas figuran genios del
minimalismo como el también compositor Jon Gibson, el encuentro
de tantos genios en pantalla y sus contrapartes al pie de la imagen, verán
sus frutos pronto en la historia cultural de México.
Philip en cine. Gloria in excelsis.