ENTREVISTA
Philip Glass
''No me preocupa el destino de mi música para
la posteridad''
El compositor descarta que le interese pasar a la historia;
''escribo para mi época, para mis músicos'', expresa a La
Jornada
PABLO ESPINOSA
Philip Glass en entrevista: "Desde niño he anhelado
ser un músico que entable diálogo constante con la gente.
Si mi popularidad molesta a algunos críticos, yo les diría
que pueden llamarme como quieran, pero tengo claro que escribo música
para un público de amplitud considerable y lo hago con la más
alta calidad que me es posible".
Con la luz del atardecer en el piso 39 de un hotel al
norponiente de la ciudad de México, las pupilas de Philip Glass
se dilatan y contraen al ritmo de sus ideas. Cinco tonos de verde, otros
tantos de azul y varios de amarillo tiñen sus intensos globos oculares
mientras habla.
Está por terminar un ciclo exhaustivo de cinco
conciertos en Bellas Artes con su obra completa para cine. Selectivo en
extremo con sus entrevistas, concede una a La Jornada y acepta abrir
el abanico de los temas hacia sus preocupaciones estéticas más
personales.
Remonta la charla a la niñez. Recuerda que cursó
estudios especiales en una escuela de Chicago dedicada a niños genios
(bright kids), donde compartía aulas con Carl Sagan y Susan
Sontag antes de cursar estudios universitarios de filosofía y de
música en la excelsa Juilliard. Su interés, cuenta, ha estado
concentrado siempre en la comunicación humana a través de
sonidos e imágenes tratados como elementos alquímicos.
Música inspiracional
-Una obra temprana suya, Four metamorphosis, pone
en la literatura y en un autor muy especial, Franz Kafka, un acercamiento
mayúsculo a la imagen por medio de la palabra. ¿Cómo
entabla el sistema de vasos comunicantes hacia el resto de los elementos
de esa alquimia?
-Soy uno de esos compositores cuyo trabajo transcurre
mayormente en el teatro, de manera que efectivamente mi música tiene
un punto de partida en la palabra, pero no sólo en ella, sino en
una serie variada de detonadores. Puede ser un movimiento, un texto o una
imagen lo que active todo. Así que podemos decir que se convierte
en una música inspiracional, en el sentido hopi de la palabra: tomar
algo de la vida para respirar, tener vida. Hay varias razones que explican
mi decisión por el teatro como cuna de mi trabajo musical. La primera
es porque es el lugar idóneo que provee la oportunidad de encuentros
cercanos con otros creadores, cualquiera que sea su especialidad. Es de
tal manera que he podido desarrollar una personalidad para mi música.
''La
segunda razón es porque en el teatro la música participa
de un diálogo que en otras músicas no ocurre. Por ejemplo,
de un cuarteto de cuerdas difícilmente podemos decir que su tema
sea la ecología o el cambio social. En cambio una ópera como
Satyagraha tiene imbuido el tema social desde su concepción
misma.
''Desde niño he perseguido el anhelo de ser un
compositor que entable diálogo con sus escuchas, una conversación
constante con el público que dirija la evolución de nuestras
vidas, de nuestra cultura. No me haría feliz ser un compositor abstracto.
Lo que me gusta en cambio es reflejar el mundo, nuestro mundo, el que vivimos.
Esa es la principal razón por la cual empecé a trabajar en
teatro.
''Más bien la segunda razón, porque hay
una tercera, la cual es más personal todavía: descubrí
que desde la primera obra que escribí había una intención
muy marcada de hallar un lenguaje propio, pero me percaté también
de que eso puede significar un problema si ese lenguaje empieza a determinar
todo el trabajo que hagas. Así que descubrí que hay un primer
problema: encontrar un lenguaje propio, y después un segundo problema:
desarrollarlo.
''Desde los años cuarenta hasta los setenta ese
constituyó el principal problema de los músicos: cómo
desarrollar, consolidar un lenguaje nuevo. Mi ventaja entonces consistió
en trabajar en teatro, porque ese elemento inesperado que siempre está
presente, esa sensación de lo no calculado, de lo impredecible,
de las situaciones de emergencia que hay que resolver de inmediato, porque
suceden en escena, me forzó a desarrollarme en dos caminos.
''Por ejemplo, cuando hice con Bob Wilson la ópera
Einstein on the beach tenía 38 años y apenas era mi primera
obra de larga duración. Dura unas cinco horas. Mi anhelo había
sido siempre escribir una obra de larga duración que no perdiera
en ningún momento la atención del público, de manera
que tuve que desarrollar técnicas y estrategias para lograrlo. Pero
eso no lo hubiera podido lograr sin Bob Wilson. Sostener el tiempo.
Esos encuentros cercanos con otros artistas son los que
me han formado. Con Allen Gingsberg me propuse hacer del lenguaje algo
al mismo tiempo poético y cantable, y para ello inventé varias
técnicas nuevas para la voz humana. Sin Allen Gingsberg mi trabajo
con la voz humana sencillamente no existiría, no se hubiese desarrollado''.
-Entre esas razones, ¿qué tanto pesa en
sus intereses el tema social?
-Para mí tiene una importancia capital. Empecemos
por decir que la música, por encima de todas las actividades sociales,
habla siempre de las personas. Y en ello la interacción entre el
músico y su público es definitiva. Ahí empieza y termina
todo. Esa es la razón por la que yo he decidido ejecutar mi propia
música, aparecer en escena. Di mi primer concierto en público
hace 55 años. Tenía diez años y desde entonces esa
actitud, la de interactuar con la gente, ha formado parte de mi carrera
como músico. Esa actitud me lleva a los aspectos sociales. No solamente
hago música en defensa del Tíbet, sino que hago obras musicales
con músicos tibetanos. Los temas de mis obras tienen una preocupación
por lo social. Por ejemplo mi ópera Satyagraha, basada en
Gandhi, sustenta una tesis: es necesario articular los cambios sociales
en un cierto balance, en un equilibrio social.
-Usted es un compositor de música de salas de conciertos
muy popular, a despecho de muchos. ¿Cómo es el público
de Philip Glass?
-Es curioso. Antes de usted acabo de tener una conversación
con un periodista alemán que me planteó su pregunta de otra
manera, más bien con una afirmación. Usted no es un compositor
serio, me dijo. Y mi respuesta fue simple: usted llámeme como quiera,
pero yo tengo claro que hago música para un público muy diverso
en el más alto nivel de calidad que me es posible. Muchos compositores
dicen dirigirse directamente a su público cuando escriben. Yo no
creo que eso sea así. Me imagino a mi público, claro, pero
de hecho lo idealizo: lo imagino capaz de las abstracciones más
complicadas respecto de mi escritura musical.
Mahler, el puente
-Sus Etudes for piano han sido comparados con El
arte de la fuga, de Bach. En el caso de sus ciclos hipnóticos
rítmicos, ¿la intersección en ese caso con los scherzi
de Bruckner es otra coincidencia?
-No lo es, desde luego. De hecho acabo de estrenar mi
Sexta sinfonía hace unos días en Nueva York. Fue comisionada
por el Carnegie Hall y la Bruckner Haus de Linz (cuna de Bruckner). En
los ensayos de repente los músicos decían: no entiendo, cuál
es el ritmo aquí. No sabían cómo entablar los tempi.
Mi respuesta fue sencilla: es un scherzo bruckneriano.
-¿Cuál sería el puente con Bruckner,
la Segunda Escuela de Viena?
-Ciertamente, pero dentro de mi formación clásica
me di cuenta de que los integrantes de la Segunda Escuela de Viena dejaron
de corresponder a su tiempo. La conexión iría más
atrás, con Mahler. Pero la música como historia no me interesa
tanto. La conozco, pero mi actitud hacia la música no es histórica.
No me preocupa pasar o no a la historia. Yo escribo para mi época,
para mis músicos, y no me preocupa el destino de mi música
para la posteridad. Me parece patética la actitud de quienes creen
escribir para la posteridad cuando ni siquiera escriben bien.