Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 12 de febrero de 2002
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Economía

Ugo Pipitone

Comercio, Porto Alegre y Nueva York

Después de una década en que el comercio mundial avanzó a una tasa media anual de 7 por ciento, el crecimiento en 2001 fue nulo. Uno de los nudos de la crisis económica actual está justamente ahí, en el estancamiento del comercio global. Y los principales perjudicados son los países en desarrollo que basaron gran parte de sus estrategias económicas sobre expectativas de flujo creciente de demanda internacional. Dicho de otra forma: las primeras víctimas del estancamiento de la globalización comercial de estos días son los países en desarrollo que, gracias a las exportaciones manufactureras, reactivaron en años recientes el dinamismo de un PIB per cápita que, en los 80, experimentó el desastre conocido.

Todos los datos disponibles confirman esta obviedad: los países con mejor desempeño exterior tienden a tener mejores desempeños internos. Y sin embargo, un éxito exportador de largo aliento supone avances de las interdependencias económicas al interior de un país, mejora en la calidad de la administración pública, un mejor perfil educativo de la población, etcétera. El éxito económico en el comercio internacional requiere mucho más que apertura exterior y privatizaciones, supone profundos cambios concomitantes en la política y en la calidad de las instituciones.

El comercio mundial no es sino uno de los aspectos de la globalización, pero es un aspecto esencial. De ahí que la retórica antiglobalización corra el riesgo a cada paso de desbarrancarse en una utopía que desconoce los datos históricos del presente. Otro mundo es posible, ésta fue una de las banderas del segundo Foro Social Mundial de Porto Alegre. Y pocas dudas caben acerca de que la posibilidad es hoy una necesidad. A menos que se acepte que ausencia de desarrollo implique la proliferación de los Bin Laden portadores de certezas redentoras o que el desarrollo, en sus formas actuales, nos acerque a una lenta e irreversible catástrofe ecológica.

Estamos condenados a reiventar el desarrollo, a repensar radicalmente el funcionamiento del sistema financiero internacional y de organismos como el FMI o el Banco Mundial. Y frente a estas necesidades, poco ayuda, si es que lo hace en alguna medida, una cultura de antiglobalización retórica. En el Foro de Porto Alegre pudo escucharse a Luca Casarini, uno de los exponentes más radicales de la antiglobalización, afirmar: "entramos en una etapa de guerra global permanente". En qué puedan contribuir estas formas de excitación heroica a "otra globalización", al desarrollo de nuevos compromisos internacionales, a la experimentación de diversas relaciones entre mercados e instituciones, es francamente dudoso. Stalin también quiso acelerar los tiempos de la historia sin reconocer los vínculos internacionales y el resultado fue "el socialismo en un solo país".

Pero, independientemente de las formas más ingenuas de un radicalismo ético que convierte la política en testimonio cristiano, el hecho concreto es que la desglobalización comercial de la actualidad golpea más severamente a los países en desarrollo. Otro hecho concreto es que en el ámbito del Foro Económico Mundial (que este año se transfirió de Davos, Suiza, a Nueva York), los poderosos del mundo sostuvieron la idea que la salida de la crisis actual requiere un aumento de la productividad que, inevitablemente, implicará un incremento del desempleo. El primer hecho es un dato de la historia con el cual hay que hacer las cuentas; el segundo constituye una posibilidad que debe ser evitada y una perspectiva que debe ser combatida con nuevas ideas y con propuestas concretas de reformas.

El apenas concluido Foro Social de Porto Alegre sigue sin desatar el nudo entre un radicalismo utópico que anuncia el paraíso a la vuelta de la esquina y una presión social proyectada a abrir las puertas a cambios que hagan posible una globalización más socialmente responsable tanto adentro de los países como en sus relaciones recíprocas.

Al contrario de lo dicho en el Foro de Nueva York, productividad y producción pueden crecer al mismo tiempo. Nuevas políticas de ayuda al desarrollo, mayor financiamiento de la investigación sobre fuentes energéticas alternativas, la experimentación de formas de producción más ecológicamente responsables, pueden ser otros tantos ámbitos en que el incremento de la productividad puede ser compatible con el impulso del bienestar y del empleo. Un espacio que debe ser llenado de ideas de reforma más que de proclamas.

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