Marco Rascón
Lo bueno, malo y feo de lo nacional
La masa de información que proporcionan los medios sobre la humanidad tiene un eje hegemónico: exaltar las bondades de la globalización y recrear la integración como símbolo de prosperidad y futuro.
En los últimos años la construcción de la fe en la globalidad se ha hecho a partir de la manipulación de valores nacionales, como la soberanía de los Estados y la independencia de las metrópolis, que a lo largo de más de un siglo costaron guerras civiles, gestas históricas e invocaciones a la libertad. No hay ciudad o capital sin vestigios de lo nacional, en todas hay estatuas y placas que glorifican y rememoran a los héroes que lucharon por lo que ahora se desprecia. Pero en este nuevo siglo hemos nacido bajo el predominio de que todo lo global es hermoso y lo nacional sinónimo de fracaso, opresión, cárcel contra el derecho a la libertad de comercio y el uso de las tecnologías.
En América Latina, la última fase de lo nacional en el ciclo anterior a la globalización estuvo marcada por gobiernos autoritarios y militares. Donde hubo democracia anticipada, la globalización económica desencadenó la ruptura y la represión, como en Chile en 1973. En México no hubo necesidad de usar así a los militares, pues el autoritarismo priísta, su docilidad ante Estados Unidos y su efectividad para reprimir toda reorganización social no ameritó buscar otras vías y sí demostrar la existencia de un país maravillosamente estable bajo un discurso nacionalista, intereses oligárquicos garantizados y mano dura para quien cuestionara esa democracia.
En esa decadencia de "lo nacional" las guerras sucias fueron justificadas contra el marxismo y los marxistas nacionales, considerados portadores de ideas "exóticas" y "extrañas" contra la indiosincrasia nacional. El gran peligro eran el internacionalismo proletario o la globalización de las ideas marxistas; por ello el 68 francés, el mexicano y la lucha por la paz en Vietnam y la solidaridad con Cuba fueron duramente reprimidas. Para los gobiernos latinoamericanos sumisos a la OEA y a Estados Unidos el uso de lo nacional sirvió para combatir toda simpatía por Cuba y su revolución.
Hoy los militares genocidas son empresarios de trasnacionales, porque los represores han lavado su historia transformándose en defensores de lo global; por eso Hugo Bánzer y los pinochetistas regresaron a las democracias de Bolivia y de Chile.
La globalización económica fabricó las nuevas democracias que sirvieron para conciliar conciencias, no para resolver los problemas y las diferencias sociales. Eso también entró en un ciclo y hoy, cuando en Argentina o Venezuela la contradicción entre las fuerzas del mercado y la legalidad local explota, se perfila una nueva ofensiva ideológica: todo lo nacional es causa de crisis, genera rupturas y tensiones; pensar nacionalmente y levantar las banderas o el espíritu de los viejos héroes de la independencia conducen al caos y a las protestas. Para la globalización, Venezuela no es una democracia, porque utiliza valores nacionales para oponerse a las tendencias globales y pretende reconstruir una economía propia y protegida como la que tienen Estados Unidos o la Unión Europea, únicos con derecho al proteccionismo.
Desde la globalización estas escenas son vistas con indulgencia, siempre que no afecten los indicadores macroeconómicos y los niveles de la bolsas de valores. Las fugas de capitales se ven desde Davos o Nueva York como luchas por la libertad, mientras las quiebras y robos a los ahorradores internos son resistencias de una masa que no comprende el rumbo y la esperanza del mundo.
Todo conflicto fronterizo en el norte de México, Medio Oriente, Asia o Africa es importante siempre que afecte intereses de los países rectores de la globalización y sólo tendrá futuro en la medida en que sea generador potencial de la economía de guerra.
Bajo el nuevo ciclo, Estados Unidos se ha vuelto cínicamente nacionalista en sus discursos proglobalización, porque a diferencia de los países subdesarrollados el nacionalismo imperialista es compatible con la globalización.
La lucha de Estados Unidos y sus aliados contra el "terrorismo" es en el fondo una guerra que busca acabar con el mínimo intento que busque el resurgimiento de sentimientos nacionalistas, pues éstos son su derecho exclusivo. El mundo se hizo más pequeño a partir de la globalización y no caben pueblos que resistan aferrados al nacionalismo, porque eso mismo ha causado sus crisis, inflación y endeudamiento externo.
La globalización pide rendición absoluta y entrega de todas las armas conceptuales del nacionalismo. Ofrece garantizar oxígeno a través del FMI y el BM para sobrevivir, a cambio de disciplina y sumisión a la prosperidad global. Brinda trato justo como "repúblicas", siempre y cuando renuncien a su derecho a creer en sus revoluciones y a ser revolucionarios.
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