Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 11 de febrero de 2002
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José Cueli

La plaza silenciosa

Al compás del ir y venir de los toreros la Plaza México, vacía, se extinguía en medio del aroma que dejó Enrique Ponce. Fue a la hora propicia de la magia en que el misterio del coso añoraba las faenas del torero valenciano y enfriaba la piel. Hora en que las divinidades inferiores, semejantes a las mujeres de la mitología gitana de cabellos azabache y ojos almendrados, se desnudan en los olivares y llaman de noche a los aficionados y toreros que no vuelven. Seguro estas ninfas llaman también a los torerillos a repetir la historia vulgar por repetida de torerillo anulado, devorado por la mujer, la muerte como castigo al delito invencible del amor.

Mal obscuro, misterioso como la raza que conduce a la muerte y que aqueja a la fiesta brava y antes de morir necesitan desembarazarse del polvo de los ruedos de los pueblos y la sangre de los torerillos que después de años no la hacen o nunca llegaron a la México. Pero la raza amante del sol y la sangre, ni aun en la eterna sombra se resigna a renunciar al toreo. La tarde de ayer el ruedo parecía bañarse en el frío maléfico y morir. Fantasías alucinatorias perdidas en los túneles del coso, basadas en una antigua cultura torera.

Cultura vértice de la alegría que arrebataba la razón cuando Enrique Ponce resucitó el toreo, llegando casi a la perfección el domingo anterior, y El Juli y El Zotoluco lo secundaron el martes en la agitada corrida de aniversario. Total, las promesas de los toreros españoles para después de marcharse y lo de siempre: la historia de los toreros que no la hacen.

En la plaza silenciosa una tregua a la vida, se guardaron los oles los cabales y sólo charlaban de sus toreros preferidos y el hechizo que en el culebreo ponían las gitanas lujuriosas, penando por los torerillos sin contratos, ni fama, ni orejas. Torerillos a los que no les salen los toritos comoditos y tuvieron que salirle a los difíciles, peligrosos bureles de San Lucas, no propios para hacerles fiestas. Hasta que Manolo Mejía se desquitó y le recetó al cuarto riñonuda estocada.

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