TOROS
Ť Otra corrida de larga duración en la que se impusieron los jóvenes
Noble y bravo encierro de Teófilo Gómez, bien aprovechado por Ponce y Ortega
Ť Dos orejas al valenciano y una al tlaxcalteca Ť Espinosa y Ojeda aburrieron
LEONARDO PAEZ
En la decimocuarta corrida de la temporada se lidió un bien presentado, repetidor y noble encierro del hierro queretano de Teófilo Gómez, sobresaliendo por su boyantía el jugado en tercer lugar, de nombre Quinito, con 507 kilos, y a cuyos restos el juez Heriberto Lanfranchi premió con la vuelta al ruedo, si bien sólo recibió un puyazo cuando se le tapó la salida.
Con ese ejemplar, discreto de cuerna pero de excepcional toreabilidad por repetidor y con buen son, aunque de los derechazos saliera con la cara arriba, el valenciano Enrique Ponce realizó un trasteo de la marca de la casa, es decir, de discreta expresión con el capotón que suele usar en cuatro verónicas y media, para luego quitar con dos chicuelinas acharamuscadas.
Ya se sabe que el fuerte de Ponce es la muleta, y con ella consiguió una faena preciosista y reposada por ambos lados, aunque de tandas cortas, como acostumbra, proliferando los escuadrados de pecho a manera de remates.
Hubo incluso tres muletazos de vuelta entera, uno de ellos el circurret, en el que de plano el toro se desentendió de la muleta, y otros en los que el astado parecía ir cocido al engaño.
Cuando ya algunos mitoteros empezaban a pedir el indulto Ponce, a diferencia de Jorge Gutiérrez, montó la espada para dejar un pinchazo arriba y luego media en buen sitio. Levantó el puntillero al astado, que tardó en doblar. Aun así, el dadivoso juez soltaría veloz las dos orejas, acorde con la política de abaratamiento de premios establecida por la empresa y acatada por la delegación Benito Juárez.
Con su segundo, Puro mexicano (492), corrido en séptimo lugar, Enrique desplegó todo el oficio y la técnica acumulados a lo largo de una década de triunfos ininterrumpidos en todo el orbe taurino, hasta sumar más de mil 200 corridas.
Si bien el burel embistió descompuesto en los primeros lances, con el puyazo se asentó hasta permitir una faena emocionante, sobre todo por regatear la embestida, en contraste con su primer toro. Derroche de colocación, de recursos y de celo torero ante un ejemplar con menos recorrido pero de ninguna manera un pregonao, como les pareció a no pocos mexhincados.
Si no lo pincha, probablemente Lanfranchi le otorga el rabo. Sin embargo tan meritoria labor fue premiada por el público con una cálida vuelta al ruedo.
Rafael Ortega
Cuando los empresarios mexicanos tienen cara para decir que en México no hay figuras, deberían preguntarse si han tenido la habilidad y la visión para hacerlas, dándoles oportunidades importantes acordes con su desempeño, más que con sus buenas relaciones.
Luego de muchas corridas en carteles modestos en la México, su promotor se decidió a poner al diestro de Apizaco al lado de Ponce, quien con su segundo tuvo que meter a fondo el acelerador, luego de la casta exhibida por Ortega, a quien desde luego ni en sueños la empresa podrá ponerlo al lado de El Juli, aunque ésta afirme no aceptar imposiciones de apoderados españoles.
Por lo pronto la tarde de ayer Rafael Ortega realizó con Alegría (485) una exhaustiva faena iniciada con tres largas cambiadas de hinojos, cuatro chicuelinas y una revolera. Tras empujar el astado en una vara, quitó por gaoneras y chicuelinas y le colgó en los medios de la plaza dos hermosos y precisos pares al quiebro, exponiendo una barbaridad, así como un comprometido cuarteo que en el galleo previo por poco y se lleva la cornada.
Inició su trasteo con un péndulo que de tan ceñido lo obligó a moverse y luego se dio a torear con solvencia y mando por ambos lados, rematando las series con sobrios adornos. Luego de un pinchazo cobró una estocada fulminante que por sí sola valía una oreja, pero público y juez consideraron que tan torera hazaña en los tres tercios no valía más que un apéndice.
Con su segundo, vuelta a recibirlo a porta gayola con un farol fallido. Más toreo de capa, prevaleciendo la cantidad sobre la calidad, banderillas sobrado de recursos y otra labor muleteril en la que disminuyó el lucimiento por la falta de transmisión del toro y de sello en el torero. No obstante haber pinchado en dos ocasiones antes de dejar una entera, con justicia fue sacado a hombros junto con Ponce.
Lo demás
Vaya petardo el que vino a pegar el maestro de los ochenta en España, Paco Ojeda, quien al llegar el jueves al aeropuerto no tuvo empacho en declarar que "cada cosa a su tiempo, creo que ha sido el momento" (de confirmar en la Plaza México su tardía alternativa). Sin afición, recursos ni sitio, bien hará Paco en no volverse a vestir de luces y seguir empañando así su digno desempeño de hace dos décadas.
Por su displicente parte, Miguel Espinosa volvió a estar en estilista, es decir, en torero de toros con excepcional estilo, por lo que desperdició a su primero y nunca se confió con su segundo. Pero apoderado te dé Dios, que el aguantar nada te importe.