Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 3 de febrero de 2002
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Cultura
El encuentro de la poesía y la imagen

Octavio Paz

mascaraLe debo a la fotografía una de mis primeras experiencias artísticas. Fue en mi adolescencia y la experiencia está asociada a mi descubrimiento de la poesía moderna. Era estudiante de bachillerato y una de mis lecturas favoritas era la revista Contemporáneos. Tenía dieciséis o diecisiete años y no siempre lograba comprender todo lo que aparecía en sus páginas. A mis amigos les ocurría lo mismo, aunque ni ellos ni yo lo confesábamos. Ante los textos de Valéry y Perse, Borges y Neruda, Cuesta y Villaurrutia, íbamos de la curiosidad al estupor, de la iluminación instantánea a la perplejidad. Aquellos misterios --muchas veces, hoy lo veo, baladíes--, lejos de desanimarme, me espoleaban. Una tarde hojeando el número 33 (febrero de 1931), después de una traducción de Los Hombres Huecos de Eliot, descubrí unas reproducciones de tres fotos de Manuel Alvarez Bravo. Temas y objetos cotidianos: unas hojas, la cicatriz de un tronco, los pliegues de una cortina. Sentí una turbación extraña, seguida de esa alegría que acompaña a la comprensión, por más incompleta que ésta sea. No era difícil reconocer en una de aquellas imágenes a las hojas --verdes, oscuras y nervadas-- de una planta del patio de mi casa, ni en las otras dos al tronco de un fresno de nuestro jardín, y a la cortina del estudio de uno de mis profesores. Al mismo tiempo, aquellas fotos eran enigmas en blanco y negro, callados pero elocuentes. Sin decirlo, aludían a otras realidades y, sin mostrarlas, evocaban a otras imágenes. Cada imagen convocaba, e incluso producía, otra imagen. Así, las fotos de Alvarez Bravo fueron una suerte de ilustración o de confirmación visual de la experiencia verbal a la que me enfrentaban diariamente mis lecturas de los poetas modernos: la imagen poética es siempre doble o triple. Cada frase, al decir lo que dice --dice otra cosa. La fotografía es un arte poético porque, al mostrarnos esto, alude o presenta aquello. Comunicación continua entre lo explícito y lo implícito, lo ya visto y lo no visto. El dominio propio de la fotografía, como arte, no es distinto al de la poesía: lo impalpable y lo imaginario. Pero revelado y, por decirlo así, filtrado, por lo visto.

En el arte de Manuel Alvarez Bravo, esencialmente poético en su realismo y su desnudez, abundan las imágenes, en apariencia simples, que contienen otras imágenes o producen otras realidades. A veces la imagen fotográfica se basta a sí misma; otras se sirve del título como de un puente que nos ayuda a pasar de una realidad a otra. Los títulos de Alvarez Bravo operan como un gatillo mental: la frase provoca el disparo y hace saltar la imagen explícita para que aparezca la otra imagen, la implícita, hasta entonces invisible. En otros casos la imagen de una foto alude a otra, que, a su vez, nos lleva a una tercera y a una cuarta. Así se establece una red de relaciones visuales, mentales e incluso táctiles que hacen pensar en las líneas de un poema unidas por la rima o en las configuraciones que dibujan las estrellas en los mapas celestes.
 

Fragmento del texto que Octavio Paz escribió en el libro Instante y revelación (Fondo Nacional para Actividades Sociales, 1982), que une la poesía del premio Nobel con las imágenes de Alvarez Bravo

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