Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 22 de enero de 2002
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Economía
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Ugo Pipitone

Después del euro

Por dos trimestres consecutivos, las economías de la OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económico) registraron tasas negativas de crecimiento. Así que estamos oficialmente en recesión. Dejemos a un lado el enfermo mayor, Japón, y concentrémonos por un momento en Europa y Estados Unidos.

Para el año que acaba de concluir, se estima que el PIB creció en Europa alrededor de 1.3 por ciento contra el 0.5 por ciento americano. Y a uno se le ocurre pensar que ese menor impacto cíclico europeo podría estar ligado al mayor peso relativo del gasto público sobre la riqueza nacional: un componente anticíclico que (probablemente) modera el impulso en las fases de crecimiento, pero reduce los impactos negativos en las fases de recesión. Recordemos los datos: el gasto público en Europa gira alrededor de 48 por ciento del PIB frente a 33 por ciento en Estados Unidos.

Después de la introducción del euro, ha llegado para Europa el momento de asumir esa diferencia ya no como una "anomalía" sino como un reto hacia nuevos equilibrios entre productividad y solidaridad. La empresa europea no puede limitarse a las ingenierías institucionales. La política monetaria común era condición previa esencial, pero ahora se trata de asumir que el proyecto europeo necesita extenderse al terreno de la construcción de una diversa, y sostenible, fisiología económico-social.

Con una recaudación fiscal que en Europa es de 12-13 puntos porcentuales superior a Estados Unidos, una cosa es evidente: el viejo continente nada contra la corriente dominante a escala mundial. Y eso, en el largo plazo, presenta dos opciones mayores. Reducir paulatinamente la presión fiscal y contraer los sistemas públicos de seguridad social para "normalizar" el viejo continente frente a los vientos globales dominantes. O, por el contrario, construir condiciones que hagan compatibles un incremento de la productividad con la conservación (y, de ser posible, la ampliación) de los derechos ciudadanos a la seguridad.

Dicho en síntesis: después del euro, o se va hacia una americanización de Europa o el viejo continente asume el reto de políticas proyectadas hacia nuevas formas de ser económicamente eficiente. Construir una economía europea capaz de alta eficiencia en un contexto de seguridad social (y de compatibilidad ecológica) es, a todas luces, un camino menos lineal y más largo y complejo que una moneda y una política monetaria comunes. Pero parecería no haber alternativas: o Europa crea las condiciones económicas para hacer sostenible en el largo plazo sus sistemas de seguridad social o renuncia a su originalidad histórica y se encamina hacia un nuevo ciclo de modernización con serios peligros de fragmentación social. En síntesis: el viejo continente está condenado a ser innovativo no sólo en las ingenierías posnacionales sino también en el terreno de sus estructuras económicas y sociales.

Pero aquí no hay sólo un problema estratégico relativo a la personalidad económica futura de Europa en el mundo. Hay también urgencias. Y una de las mayores es el desempleo. Si bien es cierto que, hasta ahora, la recesión ha sido menos fuerte en Europa que en Estados Unidos, también es cierto que la tasa media de desempleo está más de dos puntos arriba respecto a la estadunidense. Para no mencionar lo peor: el desempleo juvenil que, en países como Italia, España y Francia, oscila entre 21 y 27 por ciento de la población menor de 25 años.

En síntesis: Europa necesita recuperar capacidad de crecimiento en el corto-mediano plazo y necesita plantearse seriamente el problema de impulsar su productividad de largo plazo para hacer sostenible su sistema de seguridad social. Para lo cual, sin embargo, hay dos obstáculos. En el corto plazo, un Banco Central Europeo que, no obstante las bajas tasas de inflación, persiste en una política monetaria restrictiva. En el largo plazo, la fuerza de una corriente conservadora que tiende a ver la modernización europea como un proceso de homologación con Estados Unidos. Moraleja: si la Europa política fue (y sigue siendo) una empresa entre mil dificultades, la Europa económica no enfrentará menores obstáculos.

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