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José Blanco
La unidad y la ruptura
Una opaca nube de confusión media entre los partidos políticos y la sociedad; las elecciones internas de los tres grandes amenazan con preservar o empeorar la nube de ese mundo embarullado de nunca jamás. La confusión continuará reinando si en efecto, como lo prometen las cabezas de las diversas corrientes contendientes en los tres partidos, logran procesar sus elecciones sin rupturas. Una elección tan "exitosa" dejará las cosas como hoy están: mezclados los pintos con los colorados, los variopintos y los incoloros.
En el PAN conviven "doctrinarios" o tradicionalistas y neopanistas. Los primeros no acaban de sacar del clóset su vocación demócrata cristiana y exhibirla a los cuatro vientos, mientras los segundos configuran una derecha proempresarial y neoliberal estrecha. Cruzado por esas dos alas, el PAN no acaba de exponer a los ciudadanos una ideología y un programa sin equívocos que sea parte indudable de las certezas de la sociedad. Ninguna de esas dos corrientes, de otra parte, ganó la Presidencia, sino Fox y sus amigos. No es extraña la soledad que el jefe del Ejecutivo confiesa respecto al PAN. Fox fue capaz de armar una campaña política que logró romper el mito de la invencibilidad del PRI, pero hoy es un Presidente sin partido, condición que juega en contra de la gobernabilidad y de la coherencia de las acciones del Ejecutivo.
El PRD nació de la reunión coyuntural de los diversos, de los muy distintos. La archiabigarrada izquierda mexicana se aunó al nacionalismo revolucionario, gesta política alcanzada por la convocatoria de Cuauhtémoc Cárdenas. Ganar el poder derrotando al "partido de Estado" era el único objetivo compartido; el objetivo resultó fallido entre otras razones porque el discurso y la propuesta perredistas concitaron un magro apoyo ciudadano. La derrota del "partido de Estado" llegó por fuera del sistema de los partidos en contienda.
Dada la extrema diversidad perredista, no es extraño que a lo largo de su corta historia aparezca frente a la sociedad como un partido de permanentes pleitos y linchamientos internos, con frecuencia asociados pragmáticamente a ningún otro interés que no sea el de las posiciones de poder personal.
Aunque en esa formación política el discurso público dominante ha sido el del nacionalismo revolucionario, sostenido consistentemente por Cárdenas y sus allegados, el PRD también ha sido un crisol en el que lentamente se han decantado corrientes políticas y posiciones ideológicas diferenciadas que han ido estrechando el espacio que en el pasado reciente ocupó el discurso nacionalista revolucionario. En el nivel discursivo, amalios y chuchos hoy se orientan hacia una posición de tendencia socialdemócrata, mientras los cardenistas mantienen firmemente el discurso nacionalista revolucionario y su carga populista. En torno a estos dos discursos -no conciliables- parece agruparse hoy la mayor parte de las corrientes perredistas. Paradójicamente, mientras la izquierda posible hoy en este planeta no tiene otro norte realista y civilizado que la matriz socialdemócrata, en el PRD el cardenismo es la agrupación que parece haberse apropiado la bandera de ser la izquierda. Unas elecciones internas que logren "conservar la unidad" obsequiarán a la sociedad el mismo alambicado y duro amasijo que hasta ahora ha sido ese partido.
El agrupamiento en torno a discursos políticos identificables es mucho más opaco en el PRI. En este partido hay corrientes de tendencia socialdemócrata, nacionalistas revolucionarios (a esta corriente se asocian en general los personajes y grupos más dinosáuricos del priísmo), neoliberales estrechos y neoliberales con miras más altas. El pragmatismo de los intereses creados y la percepción particular de los grupos sobre la posibilidad de recuperar los mayores espacios de poder probablemente decidan las vías principales de alineación de esas corrientes en torno a Beatriz Paredes o Roberto Madrazo. Como todos hemos oído, ambos personajes juran comportarse con la corrección debida para conservar la unidad política partidaria. Si ello ocurre, obsequiarán a la sociedad el mismo alambicado y duro amasijo que hasta ahora ha sido ese partido.
El país requeriría justamente de rupturas que permitieran los reagrupamientos políticos necesarios para hacer transparentes las propuestas políticas existentes. Pero no parece llegado ese momento. El crecimiento social del desencanto con la gestión del presidente Fox está alentando las expectativas priístas de recuperar el poder, y las del PRD de recuperar al menos espacios políticos que ya había ganado, y ello puede jugar a favor de que las corrientes diversas de todos los partidos privilegien la "unidad" (falsa, por lo demás) por encima de la clarificación de los proyectos políticos para este país.
A menos que el discurso de la unidad sea la máscara del discurso de las rupturas.