Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 11 de enero de 2002
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034a1mun Edward W. Said

Las alternativas emergentes en Palestina *

Quince meses después de haber empezado, la intifada palestina tiene pocos logros políticos, salvo la sorprendente fortaleza de un pueblo que, pese a estar militarmente ocupado, mal conducido, desarmado y despojado, aún desafía los estragos despiadados de la máquina guerrera israelí.

En Estados Unidos el gobierno y los medios de comunicación independientes, con contadas excepciones, hacen eco unos de otros para machacar el terror y la violencia palestinos, sin prestar atención alguna a los 35 años de ocupación militar israelí, la más prolongada en la historia moderna: el resultado es que después del 11 de septiembre los funcionarios estadunidenses acusan a la autoridad cercana a Yasser Arafat de dar refugio e incluso patrocinar al terrorismo, lo que en términos fríos refuerza las ridículas afirmaciones de que Israel es la víctima y los palestinos los agresores en una guerra que el ejército israelí ha emprendido indiscriminadamente y sin reparos contra la población civil, la propiedad y las instituciones durante cuatro décadas.

gaz12-100457Hoy los palestinos están encerrados en 220 guetos controlados por este ejército; los helicópteros Apache, suministrados por los estadunidenses, los tanques Merkava y los F-16 arrasan diariamente personas, habitaciones, olivares y campos de cultivo; la actividad en escuelas, universidades, negocios e instituciones civiles está por completo desmembrada; cientos de civiles inocentes han sido asesinados y miles son heridos; el asesinato de dirigentes palestinos a manos de los israelíes continúa; el desempleo y la pobreza rayan 50 por ciento. Pero el general Anthony Zinni no para de hablarle de la "violencia" palestina al lastimero Arafat, quien ni siquiera puede salir de su oficina en Ramallah debido a que está acorralado por los tanques israelíes mientras sus fuerzas de seguridad, hechas trizas, deambulan tratando de sobrevivir a la destrucción de sus oficinas y barracas.

Para empeorar las cosas, los islamitas palestinos le hacen el juego a los inexorables molinos de la propaganda israelí y a sus "siempre listos" militares, gracias a las rachas ocasionales de crueles y bárbaros bombazos suicidas. A mediados de diciembre tales actos forzaron a Arafat a lanzar sus desmoronadas fuerzas de seguridad contra Hamas y Jihad Islámica; arrestaron a militantes, cerraron sus oficinas y en ocasiones dispararon y mataron a manifestantes.

Arafat se apresura a cumplir cada una de las exigencias de Ariel Sharon, aun cuando éste proceda luego a exigir algo más, o provoque un incidente o simplemente diga, con el apoyo de Estados Unidos, que no está satisfecho y que Arafat sigue siendo un terrorista "irrelevante" (a quien le prohibió, sádicamente, asistir a los servicios religiosos de Navidad en Belén) cuyo propósito principal en la vida es matar judíos.

Ante este montón ilógico de asaltos brutales contra los palestinos y contra el hombre que para bien o para mal es su líder, contra su ya de por sí humillada existencia como nación, la desconcertante respuesta de Arafat es seguir pidiendo el retorno a las negociaciones, como si no existiera una clara campaña de Sharon contra cualquier posibilidad de negociar, como si no se hubiera evaporado la sola idea de un proceso de paz como el de Oslo.

Lo que me sorprende es que salvo unos cuantos israelíes (David Grossman, por ejemplo) nadie sale y abiertamente dice que los palestinos son perseguidos por Israel y su población nativa.

Un escrutinio más detallado de la realidad palestina nos arroja una historia algo más alentadora. Las encuestas recientes han mostrado que entre Arafat y sus oponentes islamitas (que injustamente se refieren a sí mismos como "la resistencia") se llevan entre 40 y 45 por ciento del apoyo popular. Esto significa que la mayoría silenciosa no favorece el régimen ilegal de corrupción y represión de la Autoridad Nacional Palestina (ni su equivocada confianza en Oslo), pero tampoco está en favor de la violencia de Hamas.

Arafat, persona táctica y plena de recursos, ha replicado delegándole al doctor Sari Nussebeh, uno de los notables de Jerusalén y presidente de la Universidad Al Quds, y a Fateh Stalwart la tarea de hacer discursos de sondeo que sugieran que si Israel se portara un poquito mejor los palestinos capitularían de su derecho de retorno. Además, un montón de personajes palestinos cercanos a la ANP (o para ser más precisos, cuyas actividades nunca han sido independientes de la autoridad) han firmado declaraciones y han emprendido giras con algunos israelíes activistas por la paz, gente que está fuera del poder, es ineficaz o está desacreditada.

Se supone que estos desalentadores ejercicios mostrarán al mundo que los palestinos ansían hacer la paz a cualquier precio, incluso el de hallar un acomodo a la ocupación militar.

Hasta ahora nadie le gana a Arafat en avidez por mantenerse en el poder.

Y sin embargo, a cierta distancia de estos avatares, emerge lentamente una nueva corriente secular nacionalista. Es muy pronto para ubicarla como un partido o bloque, pero por ahora es un grupo visible con verdadera independencia y estatus popular. Incluye a los doctores Haidar Abdel Shafi y Mostafa Barghouti (no hay que confundirlo con su pariente lejano, el activista de Tanzim Marwan Barghuti). Con ellos están también Ibrahim Dakkak, los profesores Ziad Abu Amr, Ahmad Harb, Ali Jarbawi, Fouad Moghrabi, los miembros del consejo legislativo Rawiya al Shawa y Kamal Shirafi, los escritores Hassan Khadr y Mahmoud Darwish, Raja Shehadeh, Rima Tarazi, Ghassan al Khatib, Naseer Aruri, Eliya Zureik y yo.

A mediados de diciembre se redactó una declaración que fue bien cubierta por los medios árabes y europeos (pasó sin mención alguna en Estados Unidos) y que llama a la unidad y a la resistencia palestina, y a la terminación incondicional de la ocupación militar israelí, manteniéndose deliberadamente en silencio en cuanto a retornar al proceso de Oslo. Creemos que negociar mejoras en la ocupación es tanto como prolongarla. La paz sólo podrá venir una vez concluida la ocupación. Las secciones más fuertes de la declaración se enfocan en la necesidad de mejorar la situación interna en Palestina, por sobre todo lo demás en el fortalecimiento de la democracia; "rectificar" el proceso de toma de decisiones (hoy totalmente en manos de Arafat y su gente); afirmar la necesidad de restaurar la soberanía de la ley y de un sistema judicial independiente; evitar el mal uso de los fondos públicos; consolidar las funciones de las instituciones públicas para que todos los ciudadanos puedan tener confianza en quienes resulten designados en los cargos. La demanda final y más decisiva es el llamado a nuevas elecciones parlamentarias.

Aunque esta declaración pueda haberse leído de otras maneras, el hecho de que tantas personas independientes ?que en su mayor parte tienen como base a organizaciones obreras, profesionales, de salud y educación? hayan planteado estas cuestiones no pasó desapercibido para los militares israelíes ni para otros palestinos (que vieron la declaración como la crítica más aguda que se haya hecho al régimen de Arafat).

Además, en el mismo instante en que Arafat brincaba para obedecer a Sharon y a George W. Bush y aprehendía a los sospechosos islamitas de siempre, el doctor Barghouti lanzó un movimiento de solidaridad internacional que cuenta con 550 observadores europeos (muchos de ellos miembros del Parlamento Europeo) que volaron a la zona pagando ellos mismos sus gastos. Con ellos se encontraba un grupo bien disciplinado de jóvenes palestinos que, si bien entorpecían los movimientos de las tropas israelíes y las acciones de los colonos, evitaron que se lanzaran piedras o se disparara desde el lado palestino. Esto tuvo la eficacia de congelar a la ANP y a los islamitas, y estableció un plan para que la ocupación israelí fuera el foco de atención. Todo esto ocurrió mientras Estados Unidos vetaba una resolución del Consejo de Seguridad que mandatara a un grupo de observadores desarmados a interponerse entre el ejército israelí y los civiles palestinos indefensos.

Un primer resultado de estas acciones fue que el 3 de enero, después de ofrecer una conferencia de prensa con 20 europeos en Jerusalén oriental, Barghouti fue arrestado, detenido e interrogado dos veces por los israelíes; le rompieron la rodilla con la culata de los fusiles y lo hirieron en la cabeza, con el pretexto de que perturbaba la paz y de que había ingresado ilegalmente a Jerusalén (pese a haber nacido ahí y tener permiso médico para entrar). Por supuesto nada de esto lo ha refrenado, ni a él ni a sus seguidores, que habrán de continuar esta lucha no violenta que, pienso, puede controlar la ya muy militarizada intifada y centrarla en terminar con la ocupación y los asentamientos, además de encauzar a los palestinos hacia la paz y el estado de derecho.

Israel tiene más que temer de alguien como Barghouti, un palestino centrado, racional y respetado, que de los barbados radicales islamitas. A éstos Sharon los muestra, enardecido, como la primordial amenaza terrorista contra Israel. A Barghouti lo único que hacen es arrestarlo, lo que muestra la quiebra de la política de Sharon.

¿Dónde quedaron los izquierdistas israelíes y estadunidenses?: son rápidos para condenar la "violencia" y no profieren una palabra en torno a la criminal ocupación. Les sugiero seriamente que se unan en las barricadas (literales y figurativas) con activistas tan valientes como Jeff Halper y Louisa Morgantini; que se si-túen hombro con hombro junto a esta nueva iniciativa secular palestina y comiencen a protestar por los métodos militares israelíes, directamente subsidiados por los contribuyentes y por un silencio que compraron muy caro.

Después de retorcerse los dedos colectivamente durante un año y quejarse por la ausencia de un movimiento de paz palestino (¿desde cuándo tiene la responsabilidad un pueblo ocupado en crear un movimiento pacifista?), los autodenominados peaceniks, que podrían de hecho influir en los militares israelíes, tienen el claro deber político de organizarse en contra de la ocupación ahora mismo, incondicionalmente, y sin exigencias mayores a las que ya afligen a los palestinos.

Algunos lo han hecho. Algunos cientos de reservistas israelíes se han negado al servicio militar en los territorios ocupados, y un amplio espectro de periodistas, activistas, académicos y escritores (incluidos Amira Hass, Gideon Levy, David Grossman, Ilan Pappe, Dani Rabinowitz y Uri Avnery) se ha mantenido atacando la inutilidad criminal de la campaña de Sharon contra el pueblo palestino. Idealmente debería haber un grupo semejante en Estados Unidos, donde, salvo un minúsculo coro de voces judías que han hecho pública su indignación por la ocupación militar israelí, hay mucha complicidad y batir de tambores.

Por el momento los operadores israelíes han logrado equiparar la guerra contra Osama Bin Laden con el necio asalto colectivo que Sharon emprende contra Arafat y su pueblo. Por desgracia la comunidad árabe-estadunidense es muy pequeña y se le acosa cuando intenta frenar el expansivo, racista y policiaco recorte de libertades civiles en Estados Unidos.

Lo más urgente, por lo tanto, es que se coordinen los varios grupos civiles que apoyan a los palestinos, un pueblo cuyo mayor obstáculo es su dispersión geográfica (más grave incluso que las depredaciones israelíes) y su mera presencia. Ponerle fin a la ocupación y a todo lo que acarrea es un imperativo lo suficientemente claro. Hagámoslo. Y los intelectuales árabes no tienen razón alguna para no unirse.

* Copyright: Edward W. Said, 2002

Traducción: Ramón Vera Herrera

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