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Edward W. Said
Las alternativas emergentes en Palestina *
Quince meses después de haber empezado, la intifada
palestina tiene pocos logros políticos, salvo la sorprendente
fortaleza de un pueblo que, pese a estar militarmente ocupado, mal conducido,
desarmado y despojado, aún desafía los estragos despiadados
de la máquina guerrera israelí.
En Estados Unidos el gobierno y los medios de comunicación
independientes, con contadas excepciones, hacen eco unos de otros
para machacar el terror y la violencia palestinos, sin prestar atención
alguna a los 35 años de ocupación militar israelí,
la más prolongada en la historia moderna: el resultado es que después
del 11 de septiembre los funcionarios estadunidenses acusan a la autoridad
cercana a Yasser Arafat de dar refugio e incluso patrocinar al terrorismo,
lo que en términos fríos refuerza las ridículas afirmaciones
de que Israel es la víctima y los palestinos los agresores en una
guerra que el ejército israelí ha emprendido indiscriminadamente
y sin reparos contra la población civil, la propiedad y las instituciones
durante cuatro décadas.
Hoy
los palestinos están encerrados en 220 guetos controlados por este
ejército; los helicópteros Apache, suministrados por
los estadunidenses, los tanques Merkava y los F-16 arrasan
diariamente personas, habitaciones, olivares y campos de cultivo; la actividad
en escuelas, universidades, negocios e instituciones civiles está
por completo desmembrada; cientos de civiles inocentes han sido asesinados
y miles son heridos; el asesinato de dirigentes palestinos a manos de los
israelíes continúa; el desempleo y la pobreza rayan 50 por
ciento. Pero el general Anthony Zinni no para de hablarle de la "violencia"
palestina al lastimero Arafat, quien ni siquiera puede salir de su oficina
en Ramallah debido a que está acorralado por los tanques israelíes
mientras sus fuerzas de seguridad, hechas trizas, deambulan tratando de
sobrevivir a la destrucción de sus oficinas y barracas.
Para empeorar las cosas, los islamitas palestinos le hacen
el juego a los inexorables molinos de la propaganda israelí y a
sus "siempre listos" militares, gracias a las rachas ocasionales de crueles
y bárbaros bombazos suicidas. A mediados de diciembre tales actos
forzaron a Arafat a lanzar sus desmoronadas fuerzas de seguridad contra
Hamas y Jihad Islámica; arrestaron a militantes, cerraron sus oficinas
y en ocasiones dispararon y mataron a manifestantes.
Arafat se apresura a cumplir cada una de las exigencias
de Ariel Sharon, aun cuando éste proceda luego a exigir algo más,
o provoque un incidente o simplemente diga, con el apoyo de Estados Unidos,
que no está satisfecho y que Arafat sigue siendo un terrorista "irrelevante"
(a quien le prohibió, sádicamente, asistir a los servicios
religiosos de Navidad en Belén) cuyo propósito principal
en la vida es matar judíos.
Ante este montón ilógico de asaltos brutales
contra los palestinos y contra el hombre que para bien o para mal es su
líder, contra su ya de por sí humillada existencia como nación,
la desconcertante respuesta de Arafat es seguir pidiendo el retorno a las
negociaciones, como si no existiera una clara campaña de Sharon
contra cualquier posibilidad de negociar, como si no se hubiera evaporado
la sola idea de un proceso de paz como el de Oslo.
Lo que me sorprende es que salvo unos cuantos israelíes
(David Grossman, por ejemplo) nadie sale y abiertamente dice que los palestinos
son perseguidos por Israel y su población nativa.
Un escrutinio más detallado de la realidad palestina
nos arroja una historia algo más alentadora. Las encuestas recientes
han mostrado que entre Arafat y sus oponentes islamitas (que injustamente
se refieren a sí mismos como "la resistencia") se llevan entre 40
y 45 por ciento del apoyo popular. Esto significa que la mayoría
silenciosa no favorece el régimen ilegal de corrupción y
represión de la Autoridad Nacional Palestina (ni su equivocada confianza
en Oslo), pero tampoco está en favor de la violencia de Hamas.
Arafat, persona táctica y plena de recursos, ha
replicado delegándole al doctor Sari Nussebeh, uno de los notables
de Jerusalén y presidente de la Universidad Al Quds, y a Fateh Stalwart
la tarea de hacer discursos de sondeo que sugieran que si Israel se portara
un poquito mejor los palestinos capitularían de su derecho de retorno.
Además, un montón de personajes palestinos cercanos a la
ANP (o para ser más precisos, cuyas actividades nunca han sido independientes
de la autoridad) han firmado declaraciones y han emprendido giras con algunos
israelíes activistas por la paz, gente que está fuera del
poder, es ineficaz o está desacreditada.
Se supone que estos desalentadores ejercicios mostrarán
al mundo que los palestinos ansían hacer la paz a cualquier precio,
incluso el de hallar un acomodo a la ocupación militar.
Hasta ahora nadie le gana a Arafat en avidez por mantenerse
en el poder.
Y sin embargo, a cierta distancia de estos avatares, emerge
lentamente una nueva corriente secular nacionalista. Es muy pronto para
ubicarla como un partido o bloque, pero por ahora es un grupo visible con
verdadera independencia y estatus popular. Incluye a los doctores Haidar
Abdel Shafi y Mostafa Barghouti (no hay que confundirlo con su pariente
lejano, el activista de Tanzim Marwan Barghuti). Con ellos están
también Ibrahim Dakkak, los profesores Ziad Abu Amr, Ahmad Harb,
Ali Jarbawi, Fouad Moghrabi, los miembros del consejo legislativo Rawiya
al Shawa y Kamal Shirafi, los escritores Hassan Khadr y Mahmoud Darwish,
Raja Shehadeh, Rima Tarazi, Ghassan al Khatib, Naseer Aruri, Eliya Zureik
y yo.
A mediados de diciembre se redactó una declaración
que fue bien cubierta por los medios árabes y europeos (pasó
sin mención alguna en Estados Unidos) y que llama a la unidad y
a la resistencia palestina, y a la terminación incondicional de
la ocupación militar israelí, manteniéndose deliberadamente
en silencio en cuanto a retornar al proceso de Oslo. Creemos que negociar
mejoras en la ocupación es tanto como prolongarla. La paz sólo
podrá venir una vez concluida la ocupación. Las secciones
más fuertes de la declaración se enfocan en la necesidad
de mejorar la situación interna en Palestina, por sobre todo lo
demás en el fortalecimiento de la democracia; "rectificar" el proceso
de toma de decisiones (hoy totalmente en manos de Arafat y su gente); afirmar
la necesidad de restaurar la soberanía de la ley y de un sistema
judicial independiente; evitar el mal uso de los fondos públicos;
consolidar las funciones de las instituciones públicas para que
todos los ciudadanos puedan tener confianza en quienes resulten designados
en los cargos. La demanda final y más decisiva es el llamado a nuevas
elecciones parlamentarias.
Aunque esta declaración pueda haberse leído
de otras maneras, el hecho de que tantas personas independientes ?que en
su mayor parte tienen como base a organizaciones obreras, profesionales,
de salud y educación? hayan planteado estas cuestiones no pasó
desapercibido para los militares israelíes ni para otros palestinos
(que vieron la declaración como la crítica más aguda
que se haya hecho al régimen de Arafat).
Además, en el mismo instante en que Arafat brincaba
para obedecer a Sharon y a George W. Bush y aprehendía a los sospechosos
islamitas de siempre, el doctor Barghouti lanzó un movimiento de
solidaridad internacional que cuenta con 550 observadores europeos (muchos
de ellos miembros del Parlamento Europeo) que volaron a la zona pagando
ellos mismos sus gastos. Con ellos se encontraba un grupo bien disciplinado
de jóvenes palestinos que, si bien entorpecían los movimientos
de las tropas israelíes y las acciones de los colonos, evitaron
que se lanzaran piedras o se disparara desde el lado palestino. Esto tuvo
la eficacia de congelar a la ANP y a los islamitas, y estableció
un plan para que la ocupación israelí fuera el foco de atención.
Todo esto ocurrió mientras Estados Unidos vetaba una resolución
del Consejo de Seguridad que mandatara a un grupo de observadores desarmados
a interponerse entre el ejército israelí y los civiles palestinos
indefensos.
Un primer resultado de estas acciones fue que el 3 de
enero, después de ofrecer una conferencia de prensa con 20 europeos
en Jerusalén oriental, Barghouti fue arrestado, detenido e interrogado
dos veces por los israelíes; le rompieron la rodilla con la culata
de los fusiles y lo hirieron en la cabeza, con el pretexto de que perturbaba
la paz y de que había ingresado ilegalmente a Jerusalén (pese
a haber nacido ahí y tener permiso médico para entrar). Por
supuesto nada de esto lo ha refrenado, ni a él ni a sus seguidores,
que habrán de continuar esta lucha no violenta que, pienso, puede
controlar la ya muy militarizada intifada y centrarla en terminar
con la ocupación y los asentamientos, además de encauzar
a los palestinos hacia la paz y el estado de derecho.
Israel tiene más que temer de alguien como Barghouti,
un palestino centrado, racional y respetado, que de los barbados radicales
islamitas. A éstos Sharon los muestra, enardecido, como la primordial
amenaza terrorista contra Israel. A Barghouti lo único que hacen
es arrestarlo, lo que muestra la quiebra de la política de Sharon.
¿Dónde quedaron los izquierdistas israelíes
y estadunidenses?: son rápidos para condenar la "violencia" y no
profieren una palabra en torno a la criminal ocupación. Les sugiero
seriamente que se unan en las barricadas (literales y figurativas) con
activistas tan valientes como Jeff Halper y Louisa Morgantini; que se si-túen
hombro con hombro junto a esta nueva iniciativa secular palestina y comiencen
a protestar por los métodos militares israelíes, directamente
subsidiados por los contribuyentes y por un silencio que compraron muy
caro.
Después de retorcerse los dedos colectivamente
durante un año y quejarse por la ausencia de un movimiento de paz
palestino (¿desde cuándo tiene la responsabilidad un pueblo
ocupado en crear un movimiento pacifista?), los autodenominados peaceniks,
que podrían de hecho influir en los militares israelíes,
tienen el claro deber político de organizarse en contra de la ocupación
ahora mismo, incondicionalmente, y sin exigencias mayores a las que ya
afligen a los palestinos.
Algunos lo han hecho. Algunos cientos de reservistas israelíes
se han negado al servicio militar en los territorios ocupados, y un amplio
espectro de periodistas, activistas, académicos y escritores (incluidos
Amira Hass, Gideon Levy, David Grossman, Ilan Pappe, Dani Rabinowitz y
Uri Avnery) se ha mantenido atacando la inutilidad criminal de la campaña
de Sharon contra el pueblo palestino. Idealmente debería haber un
grupo semejante en Estados Unidos, donde, salvo un minúsculo coro
de voces judías que han hecho pública su indignación
por la ocupación militar israelí, hay mucha complicidad y
batir de tambores.
Por el momento los operadores israelíes han logrado
equiparar la guerra contra Osama Bin Laden con el necio asalto colectivo
que Sharon emprende contra Arafat y su pueblo. Por desgracia la comunidad
árabe-estadunidense es muy pequeña y se le acosa cuando intenta
frenar el expansivo, racista y policiaco recorte de libertades civiles
en Estados Unidos.
Lo más urgente, por lo tanto, es que se coordinen
los varios grupos civiles que apoyan a los palestinos, un pueblo cuyo mayor
obstáculo es su dispersión geográfica (más
grave incluso que las depredaciones israelíes) y su mera presencia.
Ponerle fin a la ocupación y a todo lo que acarrea es un imperativo
lo suficientemente claro. Hagámoslo. Y los intelectuales árabes
no tienen razón alguna para no unirse.
* Copyright: Edward W. Said, 2002
Traducción: Ramón Vera Herrera