Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 8 de enero de 2002
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Editorial
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ASIA CENTRAL: JUGAR CON FUEGO

SOLEl primer ministro británico, Tony Blair, y un grupo de senadores estadunidenses, visitaron ayer, durante algunas horas, lo que queda de Afganistán.

El primero se mostró rebosante de entusiasmo por lo que consideró el "éxito inmenso" de la campaña militar que terminó por arrasar la nación centroasiática -la cual no había terminado de salir de un ciclo de invasiones y guerras intestinas que duró más de dos décadas- y en la cual el gobierno inglés tuvo una participación sustancial.

Mientras que en la base aérea de Bagram los políticos de Washington y de Londres confraternizaban con el presidente que ellos mismos impusieron en Kabul, Hamid Karzai, y le prometían toda suerte de ayudas, apoyos y amistades perdurables, las fuerzas de ocupación estadunidenses bombardeaban las regiones orientales de Jost y Zawar, en una acción supuestamente destinada a cortar caminos de retirada a Osama Bin Laden y al comandante talibán Jalaludin Hakani, lo que constituye un indicador inequívoco de que la guerra no ha terminado.

En efecto, este conflicto no va a terminar de manera sencilla; por el contrario, Occidente sigue cultivando, en Asia central, la raíz del odio y del terrorismo. El "éxito inmenso" esgrimido por Blair consistiría, en sus propias palabras, en la defenestración del régimen talibán y en el aporte, a la nación afgana, de una inestabilidad más que cuestionable: la alianza de señores de la guerra impuesta en Kabul por los gobiernos de Washington y Londres difícilmente podría dar paso a la construcción de una institucionalidad política definida; por el contrario, lo más probable es que experimente una descomposición interna rápida y que desemboque en un nuevo ciclo de guerras intestinas y destrucción.

Por lo demás, el objetivo declarado de esta guerra no era, hasta donde se sabe, convertir Afganistán en un paraíso democrático, sino contrarrestar la amenaza del terrorismo en suelo estadunidense. En relación con ese propósito, la guerra ha sido más bien un fracaso monumental, si se considera que el sábado pasado un adolescente estadunidense, admirador de Bin Laden, estrelló la avioneta que pilotaba contra un edificio del Bank of America.

Pero las consecuencias más inquietantes de la imprudencia de Estados Unidos y Gran Bretaña en Afganistán no se encuentran en las fronteras de ese país, sino en el explosivo entorno regional, caracterizado por una enemistad histórica y armada -con bombas atómica- entre Pakistán e India.

Para devastar Afganistán, Washington y Londres hubieron de contar con la aquiescencia del vecino Pakistán, y para conseguirla no dudaron en seducir con toda clase de mimos al régimen golpista y corrupto de Pervez Musharraf. Ahora ese gobierno, sabedor de su importancia para los planes bélicos de Occidente, se muestra envalentonado, refuerza su hostilidad contra India y alienta a los terroristas islámicos que operan en Islamabad en busca de la secesión de la porción india de Cachemira.

No deja de ser paradójica esa consecuencia de la "cruzada contra el terrorismo" emprendida, desde septiembre pasado por Washington y sus aliados en la ceguera.
 

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