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McSally, la piloto con burka
Una oficial de la fuerza aérea estadunidense demanda a Rumsfeld por violación a sus derechos constitucionales
DAVID USBORNE
La imagen que surgió del interior de Afganistán tras la caída de Kabul resultó un sueño propagandístico para Estados Unidos: las mujeres afganas, sometidas durante años a la cruel represión del talibán, se atrevían a descorrer sus velos y exponer una vez más el rostro al mundo a plena luz del día. Fue Estados Unidos, con un poco de ayuda británica, el que hizo ocurrir el milagro. Las sonrisas brillaban, las miradas se iluminaban de contento.
Trasladémonos ahora a la base Príncipe Sultán de la fuerza aérea de Estados Unidos en Arabia Saudita. Un piloto estadunidense de guerra aborda una Chevrolet Suburban para salir de la base. El piloto, teniente coronel, no lleva el uniforme oficial, sino una prenda llamada abaya, variante un poco menos restrictiva de la burka: una túnica sofocante que va de la cabeza a los dedos de los pies, que no revela nada de piel y sólo cuenta con dos ranuras para los ojos.
Si al lector esto le parece extraño, no está solo. El oficial de la Suburban tiene nombre, y el alto mando del Pentágono ya se está cansando de oírlo. Se trata, por supuesto, de una mujer. No cualquier mujer, sino la primera que llegó a ser piloto de guerra de la fuerza aérea estadunidense a raíz de que las autoridades militares decretaron, en 1993, que las mujeres podían participar en combate. Hoy es también la oficial estadunidense de más alto rango.
Sin embargo, la carrera de Martha McSally podría estar llegando a su fin. Si ella y otras mujeres que prestan servicio en Arabia Saudita visten la abaya cuando salen de la base es porque se les obliga a hacerlo. Las normas militares estadunidenses especifican que las mujeres militares deben ponerse la prenda siempre que estén fuera de la base. Más aún: por respeto a las costumbres religiosas locales, la teniente coronel McSally no puede manejar la camioneta. (Es casi gracioso: puede pilotear un avión, pero no se le permite tomar el volante de la Suburban.) De hecho, ni siquiera puede viajar en el asiento delantero y siempre debe ir escoltada por un varón.
Una veterana de guerra
McSally, de 35 años, es una piloto veterana del Warthog A-10, monoplaza dotado de una poderosa arma que por lo general se utiliza para encontrar y destruir tanques. Ha patrullado las peligrosas zonas de exclusión del norte y el sur de Irak, y en épocas más recientes recibió el mando de todas las misiones de búsqueda y rescate en Irak y ahora también en Afganistán. La suya ha sido una carrera de ensueño, sólo afectada por el profundo disgusto que le causa la obligación de llevar la abaya. La primera vez que oyó hablar de tal norma fue en 1995, mucho antes de que la enviaran a Saudiarabia, y desde entonces lucha por que sea derogada. En apariencia, sin embargo, sus comandantes no le han prestado atención, así que ahora ha decidido tomar el camino del litigio y demandar al Pentágono por violación de sus derechos constitucionales. De manera específica, la demanda va dirigida contra el hombre a cargo, Donald Rumsfeld, secretario de la Defensa.
El tiempo elegido es o muy tardío o perfecto. Rumsfeld tiene una guerra que conducir y seguramente no es éste el mejor momento para perturbar una relación de por sí complicada con Arabia Saudita. Por otra parte, Ƒcómo puede Washington obligar a sus propias mujeres militares a andar cubiertas en ese reino y al mismo tiempo celebrar como éxito propio que las afganas se hayan liberado de esa costumbre?
No es difícil ver cómo se implantó esta norma y por qué se ha mantenido. A los burócratas del Pentágono ųhombres en su mayoríaų debe de parecerles un gesto casi gratuito hacia un país que quizá sea aliado de Occidente, pero sigue siendo una sociedad fundamentalista islámica.
Se trata, de hecho, de la patria de Osama Bin Laden. Mantener a buen resguardo el sentimiento musulmán que puede expulsar a los estadunidenses del suelo sagrado islámico del reino sigue siendo uno de los desafíos más espinosos tanto para la monarquía como para Washington. Si obligar a las mujeres en servicio militar ųy hay más de mil afectadas por la norma en la actualidadų a cubrirse cada vez que salen de la base contribuye a mostrar respeto por las tradiciones islámicas, tanto mejor. El viejo adagio no pierde vigencia: adonde fueres, haz lo que vieres.
Sin embargo, el punto de vista de McSally es igualmente fácil de entender, y lo curioso es el respaldo que está logrando en su país. Procede en parte de grupos feministas con posiciones de izquierda: la Coalición de Organizaciones de Mujeres figura entre las agrupaciones que cabildean con el secretario de la Defensa, pero también se escuchan elogios para McSally de políticos conservadores y grupos de presión que ponen la Constitución por encima de todo. "Lo que hace que esto resulte particularmente extraño es que llevamos a cabo una guerra en Afganistán para erradicar estas abayas, y resulta que las mismas combatientes que participan en la guerra tienen que ponérsela", declaró a The Washington Post el senador republicano por Nueva Hampshire, Bob Smith, conocido por sus posturas conservadoras.
Igual de ofendido se siente Lionel van Deerlin, ex congresista de San Diego, California. "Es una burla que se logren las reformas en Afganistán mientras, en ambientes más amistosos, copiemos en forma abyecta la moda medieval en Saudiarabia."
Algo aún más alarmante es que el caso McSally ha sido adoptado por el Instituto Rutherford, notoria organización de abogados de derecha que salió al primer plano cuando tomó a Paula Jones bajo su protección y llevó adelante su demanda de acoso sexual contra el entonces presidente Bill Clinton. El instituto ha tomado a su cargo la denuncia contra Rumsfeld en nombre de McSally, la cual consta de 14 fojas y no pide compensación económica alguna, sino simplemente exige al alto mando militar dejar de humillar a las mujeres en servicio en Saudiarabia. En el núcleo del caso está la objeción de McSally a ser tratada por su propio país "como un objeto de propiedad musulmana".
En nada ayuda el hecho de que la política estadunidense muestra irremediables inconsistencias. El Departamento de Estado, por ejemplo, no obliga al personal femenino de la embajada en Saudiarabia a vestir la abaya. Es difícil imaginar a una embajadora o encargada de negocios que anduviera desempeñando sus funciones en Riad cubierta de pies a cabeza. Tampoco se aplica esta norma a las esposas de los militares varones. Más aún: ellos tienen expresamente prohibido ponerse ropas tradicionales musulmanas. Por consiguiente, cuando una oficial mujer sale de la base con su abaya, va escoltada por fornidos soldados de riguroso uniforme y casquete corto. "No combinamos muy bien que digamos", ironizó McSally recientemente.
Tampoco impresiona a la teniente coronel la idea de que Estados Unidos debe hacer concesiones culturales en cualquier país donde tenga soldados en servicio. "Si hubiera sido asunto de seguridad nacional enviar tropas a Sudáfrica en tiempos del apartheid, Ƒnos habría parecido aceptable o consuetudinario segregar a las mujeres militares afroamericanas de otros soldados estadunidenses con el argumento de que 'es sólo una cuestión cultural'?", se preguntó hace poco, cuando hablaba a un grupo de alumnas de la National Cathedral School, en Washington. "No lo creo. No es lo que yo habría esperado."
A final de cuentas, señala, el alto mando castrense debe atender primero que nada a la Constitución y a los valores que son caros a los estadunidenses, no a las costumbres locales y a los dictados religiosos de cualquier Estado que albergue una base de ese país. "Cuando esas costumbres y valores entran en conflicto con los que son fundamento de nuestra Constitución, y por los que hombres y mujeres uniformados dieron la vida, allí es donde hay que trazar la línea."
Además, alega, obligar a las mujeres a ponerse la abaya tiene también consecuencias prácticas. Su efecto es rebajarlas, lo cual a su vez socava su posición en la base. Cuando sube al asiento trasero de la camioneta, virtualmente de incógnito, va escoltada por oficiales de menor rango que ella. Han sido necesarios años para promover un respeto igual para hombres y mujeres en la cultura militar, pero en Saudiarabia la obligación de llevar la abaya contribuye a deshacer cuanto se ha logrado.
Como única respuesta, el Pentágono ha dicho simplemente que las mujeres en servicio deben ceñirse al reglamento cuando están en Arabia Saudita, porque los estadunidenses son huéspedes de esa nación. Son palabras escogidas con todo cuidado. Se puede argumentar que son más que huéspedes: son defensores del reino. También se pueden poner de relieve los aspectos negativos de la relación: Saudiarabia ha recibido duras críticas por no cooperar totalmente con Washignton en la destrucción de células terroristas en el mundo, y quizá también puede señalarse que por lo menos ocho de los 11 secuestradores de los aviones del 11 de septiembre en Estados Unidos procedían del reino. Y sin embargo, Washington teme ofender a sus gobernantes: necesita su base en ese país. Y Occidente necesita de su petróleo.
La teniente coronel McSally, quien recibió sus alas a pesar de que su estatura de 1.76 metros de estatura es demasiado baja para volar en la Fuerza Aérea de su país, insiste en que no actúa por ningún impulso feminista. "Lo último que deseaba era dar gran importancia al hecho de ser mujer", declaró a The Washington Post. Sin embargo, tiene claro que el paquete de reglamentaciones que se ha impuesto a ella y a sus compañeras en Saudiarabia "abandona los valores estadunidenses que todos juramos defender con la vida". Al preguntársele si con su convicción de llevar adelante este caso pone en riesgo todo lo logrado en su carrera, inclusive el ser la primera mujer estadunidense en volar en combate, responde: "No sé. Prefiero no pensar en eso".
ƑQué ocurrirá después? El Pentágono ha reconocido que este asunto está ahora "bajo el radar del público", pero no queda claro qué quiso decir. La esperanza de la teniente coronel es que el alto mando resuelva satisfacer su petición y hacer a un lado de manera discreta la ofensiva norma, a saber con qué efecto en la opinión pública saudí. De otra forma, dentro de varios meses tendrá que defender su causa en los tribunales, y es probable que incluso una piloto tan intrépida como McSally tiemble al enfrentar a un enemigo como Donald Rumsfeld. Traducción: Jorge Anaya Copyright © The Independent |