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Pedro Miguel
Cloruro de potasio
En estado puro el sodio (Na) y el potasio (K) son, ambos, metales plateados, y tan suaves que pueden cortarse con un cuchillo; colindan el uno con el otro en la primera columna de la Tabla Periódica; son, incluso, elementos hermanos, miembros de la familia de los metales alcalinos. Pero, si se combinan con el Cloro (Cl), que se sitúa del lado opuesto (derecho) de la clasificación de Mendeléiev, producen sustancias diferentes: el cloruro de sodio, o sea, sal vulgar, y el cloruro de potasio, un compuesto blanco cristalino que sirve para abono, para obtener potasio simple o bien para mandar seres humanos al otro mundo. Aunque empleada en pequeñas dosis esta sustancia tiene virtudes terapéuticas, su capacidad de provocar paros cardiacos fulminantes ha sido dirigida en forma humanitaria, es decir, para ahorrarles la pena de la existencia a enfermos terminales, incurables y dolientes, pero también para asesinar a sádicos, enfermos mentales y pobres diablos, culpables o inocentes, en los mataderos oficiales de Estados Unidos, en donde se practica un agujero en la vena de los condenados y se les aplica, por allí, un coctel de pentotal -anestésico-, pancuronium -paralizador de los músculos respiratorios- y cloruro de potasio.
En lógicas opuestas -la de los conservadores que odian la eutanasia, o la de los humanistas a quienes repugna la pena de muerte- este cristal blancuzco, mucho más pernicioso para la salud que la cocaína e incluso que la heroína y el crack, tendría que estar sujeto a severas regulaciones, pero hasta ahora no es así. Hace unos días, Human Rights Watch y otros organismos humanitarios descubrieron que, durante más de dos décadas, el Centro de Salud McAlester, de Oklahoma, había estado suministrando a las jeringas de la venganza el compuesto mortal, y lograron que el director del hospital, Joel Tate, ordenara la inmediata suspensión de las ventas del cloruro a las penitencierías del Estado, según un reportaje de Justine Sharrock divulgado en el sitio web de Mother Jones.
Los laboratorios Borgen Brunswing y Cardinal Health, entre otros, producen esta sustancia sin restricción alguna y trafican libremente con ella como si fuera mantequilla de cacahuate -la cual, dicho sea de paso, también conduce al infarto, pero con mucha mayor lentitud, y siempre y cuando se le consuma en cantidades mayores. Abbot, por su parte, un fabricante masivo de pentotal, afirma que no se le puede responsabilizar por el uso que se dé a sus productos. Otro tanto podrían decir, en pie de justicia, los Arellano Félix y los accionistas de las industrias militares que se colmaron los bolsillos con la reciente destrucción de chozas miserables en Afganistán.
Entrevistado por Sharrock, Steve Hawkins, director ejecutivo de la Coalición Nacional para Abolir la Pena de Muerte, explicó la línea de acción: "las empresas farmacéuticas están en el negocio de fabricar drogas para la salud y el bienestar, no en el de matar gente", y hay que encontrar la forma de que este último se vuelva, al menos, caro y difícil.
Es una estrategia plausible. En lo personal se me ha hecho clara, además, la necesidad de argumentar contra la pena de muerte de manera profundamente amorosa. [email protected]
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