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Alberto Aziz Nassif
Los consensos fiscales
La lección tiene que ser clara para el presidente
Fox: necesita hacer un gobierno con mayores dosis de negociación,
porque repetir la actitud de la experiencia fiscal en otras iniciativas
importantes sería un grave error
Mientras la crisis en Argentina pasaba de la revuelta
social a las múltiples renuncias presidenciales, en México
el Poder Legislativo hacía su chamba de negociar el presupuesto
y la reforma fiscal. La impresión que dejan esas sesiones maratónicas
de trabajo parlamentario son las de una labor que se hizo tarde y con prisa.
Los resultados a los que llegó el Congreso son bastante polémicos.
La materia fiscal resulta casi siempre un terreno conflictivo
y las reformas de fines de 2001 no son una excepción. En términos
gruesos se ve que los legisladores le cambiaron al Poder Ejecutivo su reforma
fiscal: la resistencia al núcleo central de la propuesta foxista,
gravar con IVA alimentos y medicinas (abril del 2001), se mantuvo hasta
el final. En cambio, se buscó un esquema alternativo, el cual resulta
?según algunos analistas? una nueva miscelánea fiscal llena
de contradicciones, como gravar un tipo de telefonía y no otro;
gravar los contratos de los celulares y no las tarjetas; gravar como de
lujo artículos de trabajo como las agendas electrónicas o
las computadoras, o dar privilegios a los burócratas. De las novedades
fiscales se pueden resaltar tres los cambios para homologar el impuesto
sobre la renta (ISR), que se ajusta en un porcentaje de 35 por ciento y
que bajará en los siguientes años hasta llegar a 32 por ciento;
los impuestos a productos y servicios considerados de lujo, que pagarán
un 5 por ciento más de IVA, lo cual grava el consumo de los estratos
más altos de la pirámide económica; y los impuestos
a los refrescos con edulcorantes, cigarros y bebidas con más de
20 grados de alcohol.
El balance es que el Ejecutivo entregó un presupuesto
de un billón 410 mil millones y el Congreso aprobó un paquete
con 52 mil millones más, es decir, 3.7 por ciento, lo cual equivale
a un poco menos de un punto porcentual del PIB. En términos del
cálculo que hacía el presidente Fox, tendrá más
o menos la mitad de los recursos que esperaba de su reforma fiscal. La
respuesta presidencial fue mesurada, calificó el resultado como
insuficiente, pero al mismo tiempo señaló que daba certidumbre
y que contenía avances importantes. Además, los reajustes
presupuestales beneficiaron algunas áreas del gobierno como la educativa,
las secretarías de Economía, Comunicaciones y Desarrollo
Social; en cambio, otras áreas del gobierno sufrieron recortes,
entre ellas la Presidencia de la República, Trabajo y Gobernación;
también hubo recortes en los otros poderes, en los que el más
notable se dio en el Judicial, que tuvo 24 por ciento menos (la Suprema
Corte, el Consejo de la Judicatura y el Tribunal Electoral) y el mismo
Legislativo, que sólo tuvo 2.6 por ciento menos. Este conjunto de
decisiones se aprobaron con un alto consenso.
Las reformas fiscales y los ajustes presupuestales que
aprobó el Congreso son producto de un gobierno dividido. ¿Podrían
haber sido diferentes? Es posible que sí, pero en política
dicen que el 'hubiera' no existe. La gran pregunta que queda de toda esta
experiencia es que algo falla en nuestro sistema político, que hace
de este gobierno dividido una estructura muy ineficiente y con altos costos
para el país. Pasaron prácticamente nueve meses de discusión
y desencuentros entre el Poder Ejecutivo y el Congreso, aparentemente porque
se mantuvo una posición irreductible en torno al IVA para alimentos
y medicinas. Al final el Congreso dispuso que no apoyaría este impuesto,
y el partido en el gobierno no tuvo más remedio que ceder. La lección
tiene que ser clara para el presidente Fox: necesita hacer un gobierno
con mayores dosis de negociación, porque repetir la actitud de la
experiencia fiscal en otras iniciativas importantes sería un grave
error.
Otro aprendizaje es que los cambios y las reformas futuras
tienen límites muy delimitados que surgen de la misma composición
de un gobierno sin mayoría legislativa. Eso que se sabía
desde el principio, ahora ya tiene un perfil definido, en el que se conocen
las rutas largas y cortas, y los mecanismos para que un proyecto salga
adelante o se quede atorado. Ahora quedó completamente claro para
el país, quizá por primera vez en décadas, que el
Congreso es un poder real y tiene que ser responsable frente a los ciudadanos;
que no puede tener fuero frente a la opinión pública.
La experiencia legislativa, los consensos y los desacuerdos
fiscales a los que se llegó en los últimos días y
horas de 2001 expresan a un sistema político en el que la capacidad
de pactar es todavía muy reducida. Por lo pronto tenemos una democracia
incipiente que se mantiene en niveles mínimos y con baja calidad.
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