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CINCO CONCLUSIONES DE LA CRISIS ARGENTINA
La
primera de todas, obviamente, es que a un país no le basta con tener
"relaciones carnales" con Washington ni con ser miembro externo de la OTAN
ni con cumplir al pie de la letra todas las instrucciones y exigencias
del Fondo Monetario Internacional, al extremo de ser presentado por éste
como modelo a seguir. Cuando se vio que ningún Shylock podría
sacar ya una libra de carne del pecho del pueblo argentino, el FMI y el
presidente Bush (cuyo padre es incluso socio del ex presidente Carlos S.
Menem en múltiples negocios) dejaron solos a los seguidores en desgracia.
La segunda es la relativa independencia del personal político
respecto al pueblo, al que se supone debe representar. Cavallo fue economista
de la dictadura militar, de Menem, del gobierno radical-frepasista y los
radicales forman parte del gabinete de Duhalde, tal como Menem concertaba
con Alfonsín y éste con aquél en sus respectivos gobiernos.
En cuanto al neoliberalismo, hay identidad programática entre peronistas
y radicales y la oposición se diferencia del gobierno sólo
en la disputas de los puestos de poder. Eso hace inevitable el levantamiento
popular, el estallido social estimulado por el total repudio a los políticos
y a los partidos. Esta desaparición de los instrumentos de canalización
de la protesta y de mediación hace explosiva la situación
argentina.
La tercera conclusión es el desprestigio y la nulidad
de los tres poderes constitucionales. Por ejemplo, la exigencia popular
de echar a todos los miembros de la Suprema Corte se suma a la protesta
contra el nuevo presidente (el quinto en diez días) que se sacó
su partido de la manga a espaldas de los electores, y se agrega a la parálisis
de un Parlamento que es incapaz de tomar las medidas económicas
que se requieren con urgencia porque está formado por una mayoría
de corresponsables y aprovechadores de la crisis, abiertos a todas las
presiones del capital financiero.
Las instituciones que no supieron prever ni prevenir el
estallido social manteniendo hasta lo último una política
odiada y sin futuro, por consiguiente, no son capaces de canalizar la protesta
hacia ellas y dejan que la política se haga en las calles y en las
plazas porque antes aceptaron que se hiciera en los consejos directivos
bancarios y empresariales y en las oficinas del FMI, en el extranjero.
La cuarta conclusión es que estamos ante una crisis
de dominación, es decir, ante la ruptura generalizada del consenso
sin el cual ningún poder es sólido. La crisis es económica,
política, cultural. Pero el rechazo al desempleo, a la carestía
que vendrá con la devaluación, a la congelación y
la disposición arbitraria de los ahorros de los sectores populares
que creyeron en el sistema (recordemos El Barzón después
de Salinas) no basta para imponer una alternativa a la política
del gran capital aunque pueda bastar para echar del gobierno a los agentes
de éste... para que otros semejantes los remplacen. La falta de
programa, política, dirección de recambio, de quienes estén
dispuestos a aplicar de inmediato políticas firmes y coherentes
que impidan el saqueo del país y que se sigan fugando los capitales
--o sea, la falta de una real oposición, con ideas y organización,
antes de la crisis y duranteella-- favorece el continuismo, permite que
los políticos "quemados" sigan en el candelero, hace pagar costos
enormes al país, pues la crisis se desarrolla sin nada ni nadie
que la controle.
Otra conclusión es que la Iglesia católica
o los militares también sufren la crisis, se dividen internamente,
callan. Quienes los consultan en tiempos tranquilos como si fuesen oráculos
saben ahora que en realidad son impermeables para días de sol. Queda,
por último, la llamada "solidaridad continental". Si los consejos
fueran dinero contante, en Buenos Aires nadarían en la abundancia
pero, desgraciadamente, poco tienen que ver con la realidad. El presidente
Bush, por ejemplo, recomendó aplicar los planes del FMI. Quienes
lo estudian creen que hablaba en serio.
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