Angeles González Gamio

Preocupación

En abril de 1980, por decreto presidencial, el Centro Histórico de la ciudad de México fue declarado zona de monumentos históricos. Siete años más tarde, la UNESCO, organismo de las Naciones Unidas, lo declaró Patrimonio de la Humanidad. El Plan de Desarrollo 1989-1994 señaló como un propósito del gobierno federal su recuperación y preservación. Dentro de este marco general, el Departamento del Distrito Federal propuso un programa de rescate integral. Una de las acciones relevantes fue la creación, en marzo de 1991, del patronato y el fideicomiso del Centro Histórico; el primero nunca funcionó, pero el segundo, a partir de esa fecha ha venido apoyando con gran efectividad a quienes restauran inmuebles en el Centro Histórico.

Entre las acciones que ha llevado a cabo destaca la tramitación de exenciones fiscales: del pago por adquisición de un inmueble, del impuesto predial, la inscripción gratuita en el Registro Público de la Propiedad, asesoría técnica, el papeleo ante el INAH, la delegación y la Tesorería. De hecho, funcionaba como una ventanilla única, ahorrándole al dueño la desgastante tramitología ante esas instancias. La aportación de la tercera parte de lo que le ahorraba a los que solicitaban sus servicios le permitía al fideicomiso sufragar gran parte de sus gastos, requiriendo un apoyo presupuestal mínimo del Gobierno del DF, sobre todo tomando en cuenta lo efectivo de su labor.

No es exagerado decir que ha sido el único organismo que ha sobrevivido cuatro administraciones, con dos distintos partidos políticos, sin interrumpir su trabajo, y que realmente ha hecho algo por revertir el deterioro del Centro Histórico, ya que, entre otras cosas, sus distintos directores tuvieron el acierto de dejar al experimentado personal técnico.

Increíblemente se acaba de decretar su desaparición, justo ahora que se habla de un gran proyecto de los gobiernos federal y del Distrito Federal para rehabilitar el lugar. La misma suerte corrió el fideicomiso Alameda, que con grandes esfuerzos estaba logrando la recuperación de esa zona que quedó desvastada tras el terremoto de 1985, dando un aspecto urbano deprimente, que se agudizaba al paso de los años. Y como broche, se borra también el recién creado fideicomiso Reforma. Estas acciones causan enorme preocupación a los que amamos este lugar y estamos comprometidos con su restauración.

Pero hablemos de cosas más agradables, destacando el ambiente de fiesta que se vive en el Centro Histórico hasta altas horas de la noche, algo inusual en este rumbo, que ha perdido gran parte de la población que lo habitaba, tornándolo en fantasmal al oscurecer. Por lo pronto, un poderoso imán lo constituye la hermosa iluminación del majestuoso Zócalo, que ahora presenta un enorme nacimiento y en la plaza un gran árbol navideño. El camino para llegar es la avenida Juárez, donde se encuentran decenas de escenografías con santacloses y anticipados Reyes Magos. Ahí mismo, del otro lado de la bella Alameda, hay una feria con diversos juegos mecánicos y la venta de toda la gastronomía popular típica de estas fechas.

Lugar importante ocupan las pastorelas que se llevan a cabo en varios lugares: en el Patio de Pasantes del soberbio Colegio de San Ildefonso se presenta la Pastorela Barroca, simpático espectáculo que incluye cena típica. Una pastorela mexicana se escenifica en el teatro de Las Vizcaínas, ubicado frente a un bello y generoso jardín, a espaldas del imponente colegio que lo bautiza.

El Centro Cultural José Martí, pequeño espacio ubicado a un costado de la Alameda, dependiente de la recién constituida Secretaría de Cultura del Distrito Federal, que dirigirá el talentoso historiador Enrique Semo, presenta La machincuepa del diablo, que sin duda hará gozar a los infantes. Un buey, un burro, un chivo, borreguitos y guajolotes švivos! dan realce a la pastorela que se ofrece en el recién rehabilitado atrio de San Francisco, en la señorial avenida Madero.

Allí se encuentra la hermosa mansión del conde del Valle de Orizaba, mejor conocida como Casa de los Azulejos, que ahora se puede apreciar estupendamente desde el atrio de San Francisco. En este sitio se aloja desde principios del siglo XX el primer restaurante Sanborns, que nació como farmacia y después se le agregó una fuente de sodas. En los más de 100 establecimientos que tiene esa empresa en la ciudad suelen ofrecer platillos tradicionales de cada temporada; ahora tienen romeritos, bacalao, pavo, buñuelos y šfruit cake!, este último, reflejo de la globalización que invade todos los terrenos. šFeliz Navidad!

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