Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 23 de diciembre de 2001
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Política
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José Agustín Ortiz Pinchetti

Fascinación por el guadalupanismo

El anuncio romano de la promoción de Juan Diego a santo llega en momento oportuno. Durante los meses de noviembre, diciembre y enero confluyen en la Basílica de Guadalupe millones de peregrinos. Es el fenómeno cultural de mayor relieve en México.

No soy católico, y dudo sobre la realidad histórica de la aparición. Sin embargo, siento verdadera pasión por el guadalupanismo. Supongo que tiene que ver con mi infancia. Acompañé muchas veces a mi abuela -quien vivía cerca de la Basílica- a contemplar de cerca a la Virgen. Hay otro elemento emocional: la simpatía que siento por los más fieles de Guadalupe, la gente sencilla de mi país.

El 12 de diciembre es una oportunidad para entender que México fue un imperio. ƑQué convoca a los peregrinos? Muchas cosas, seguramente la fe y, por supuesto, la esperanza de atenuar los pesares de la existencia terrena y asegurar, en el otro mundo, una situación confortable, o al menos un clima benigno. Pero también la visita fortalece los vínculos de la familia, la comunidad y los amigos.

ƑOpio del pueblo? No estoy seguro. Quienes miran absortos los partidos de futbol en la televisión tomando cervezas están bastante más enajenados que los guadalupanos, y son millones en todo el mundo. "Vivir el futbol" es otra forma de atenuar los pesares de la existencia, es otra religión con rituales, creencias y liturgia. Se hacen estudios eruditos sobre la pasión futbolística, pero Ƒcuáles intelectuales de vanguardia estarían dispuestos a revisar con sinceridad la fascinación en el fenómeno del guadalupanismo?

No importa si es verídica o no la aparición; incluso las creencias científicas son vulnerables. Casi todos los dogmas de la vida moderna serán supercherías dentro de 100 años. Una creencia no se define por la cantidad de verdad que contiene, sino por los efectos que produce. Por ejemplo, los paradigmas del individualismo vigente conducen a una vida innecesariamente cruel, cínica e injusta. Y a una sensación de desesperanza. El mito fáustico de que el dinero puede conseguir la eterna juventud y el amor, o la avidez del poder como sucedáneo de la inmortalidad, son creencias deplorables.

El amor por la Virgen de Guadalupe representa el contacto con lo más sublime, con una versión femenina de Dios, quien ama y reconoce a sus seguidores con un amor incondicional que impregna a los fieles de fuerza y de seguridad para vivir.

Es cierto que muchos utilizan el discurso guadalupano para apaciguar a las multitudes, pero también es cierto que no hay nada en la vivencia de los peregrinos que signifique aceptación de la injusticia. Hay que recordar que la epopeya de Guadalupe significó un triunfo cultural de los indígenas y los mestizos contra sus dominadores hispánicos. En todas las reivindicaciones populares de nuestra historia ha aparecido el signo de Guadalupe.

Les sugiero ir a la Villa el gran día, o la víspera, y observar a los peregrinos: representan a toda la nación mexicana, a sus 200 regiones y a las comunidades en el extranjero. Son cientos de miles que conforman una corriente fluida, se mueven con un orden asombroso porque nadie los dirige. Si las multitudes que entran a la Basílica fueran demasiado lento o muy aprisa se provocaría un tumulto. Todos saben cómo deben moverse. He percibido en esta disciplina una fuerza silenciosa.

Altamirano decía que ya en el Cerro del Tepeyac, antes de la llegada de los españoles, una divinidad femenina, una virgen vestida con blancura radiante, se aparecía a los macehuales que por ahí andaban. Ahí se adoraba a Tonantzin, diosa madre no sólo de la Luna y las estrellas, sino del mismísimo Huitzilopochtli. Así, la creencia cayó en tierra fértil, los indios ya lo sabían: a la Virgen, reencarnación de Tonantzin, le gustaba el lugar. No es difícil imaginar peregrinaciones y multitudes semejantes en la época azteca. La fiesta debe haber sido muy parecida a la que se observó en la Colonia y a la que vemos en la actualidad.

El culto a Guadalupe, y los grandes monumentos y ceremonias, pueden ser interpretados como una prolongación sin solución de continuidad, de una religiosidad de raíz profunda, quizá milenaria.

Hay un hecho histórico que vale la pena recordar: cuando la inundación de 1629, en que la ciudad estuvo cinco años bajo el agua, las autoridades coloniales, ya desesperadas y como último recurso frente al desastre, llevaron a la Virgen de Guadalupe a pasar una temporada en la Catedral, y la situación volvió a la normalidad. Se comprobó, con ello, que la Virgen no sólo amaba a su pueblo sino sabía cómo protegerlo y rescatarlo, incluso con mayor poder que los santos y las vírgenes europeos, verdaderas deidades competidoras.

Sobre todas ellas reina hoy, en México, sin rival, María Guadalupe Tonantzin.

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