La vieja prostituta coja

La semana pasada comenté el espléndido libro de Pierre Rey Le desire. Quisiera abordar del texto un fragmento muy interesante que ilustra el deseo y la falta.

El autor nos relata la siguiente escena: una noche, en la avenida de la Gran Armada, en París, aparece una vieja prostituta a la que le faltaba una pierna y a quien todos conocían como La Condesa. Parada en la banqueta, con la mano derecha intentaba parar los autos mientras con la izquierda jugueteaba con una inmensa boquilla. Trabajando desde la medianoche hasta el amanecer, se destacaba y ganaba la partida a sus rivales veinteañeras.

Entre celosas y rabiosas por el éxito de La Condesa, la miraban subir y bajar de los autos en un despliegue patético tanto de su figura mutilada como de sus atavíos de loca. A las claras se evidenciaba que le faltaba algo. En su observación nuestro narrador hace la siguiente reflexión: ''Era la pierna precisamente lo que le faltaba y creo que era por ello que los clientes la preferían a todas las demás...''. Nuestro autor concluye que "por una especie de compensación fantasmática, lo que la ponía fuera del registro estético la valorizaba en el terreno más turbador del deseo". El hecho nos ilustra lo valorizados que son para el inconsciente los "objetos parciales". Ya de ello nos alertó Freud desde su obra Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905).

Para Rey la imperfección se inscribe como una falla, como una falta. Una cosa alterada, deformada o modificada en más o en menos lleva a la desvalorización. Este rebajamiento o desvalorización para atenuar la intolerable perfección que conlleva una sorda amenaza, que si sabemos verlo se anuda a la relación con la transgresión de una prohibición tan absoluta e innombrable como lo es la prohibición del incesto. La desvalorización del objeto sexual, consecuencia del Edipo, tan difícil de entender en una primera aproximación, nos parece bajo esta luz menos enigmática. Así, lo que le falta a La Condesa es lo que atrae, la falta con la que se cree colmar el deseo. Como recuerda Rey, tal es la paradoja de nuestro destino: estar estructurados en torno a la falta. "No es falta de esto o aquello ?nos dice Lacan?, es por la falta de ser que el ser existe".

Este contundente relato lo complementa con la historia de Danaos, rey de Egipto y de Argos. Aquel que ordena a sus cincuenta hijas matar a sus esposos la noche de bodas. Asimismo exige que maten a los 50 hijos de su propio hermano. Todas aceptan menos una, la única que escapa al castigo impuesto a sus hermanas de llenar con agua, hasta el fin de los tiempos, un tonel sin fondo.

Parafraseándolo en la dialéctica del deseo, Rey alude que en la economía del deseo este agujero del tonel por el que agua se escapa al infinito es a lo que en dicha economía llamaríamos la falta. El agujero como el lugar de huida, como el lugar del deseo, como el lugar de la falta.

Aquellos que se empecinan en negar la falta, aquellos sujetos a quienes resulta intolerable la ansiedad de castración, desmienten la falta y es esta la salida del fetichista. La necesidad del fetiche, tal como dice Freud, "perdura como el signo del triunfo sobre la amenaza de castración y de la protección contra ella, y le ahorra devenir homosexual, en tanto presta a la mujer aquel carácter por el cual se vuelve soportable como objeto sexual". En dichos sujetos persisten simultáneamente las dos representaciones síquicas (escindidas) de la madre con falto y sin él. Y así el desplazamiento al fetiche queda como recordatorio del horror a la castración.

Tal como vemos, diversos son los caminos que el sujeto emprende acorde a su historia y a su estructura síquica para poder lidiar con el deseo.