edito.html
INFANCIA E INFAMIA
Las
cifras sobre maltrato infantil en nuestro país, dadas a conocer
el día de ayer por el representante en México del Fondo de
las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), Bernt Aasen, provocan alarma,
indignación y reflexión: de acuerdo con esos números,
30 por ciento de los menores mexicanos han sido víctimas de alguna
forma de agresión física, moral y/o sexual.
A ello se agrega el dato presentado ayer mismo por la
directora del DIF nacional, Ana Teresa Aranda Orozco, en el sentido de
que, en el territorio nacional, unos 16 mil niños son objeto de
explotación sexual y comercial.
Cualquier propósito de dar vigencia a los derechos
humanos se vuelve superficial y frívolo si no se comienza por la
defensa de los más débiles y frágiles ante las violaciones
de tales derechos, es decir, los niños y jóvenes menores
de edad.
Peor aún, la persistencia de agresiones contra
este sector de la sociedad asegura la perpetuación de una cultura
de la violencia, abuso y maltrato en las generaciones venideras. Entre
los menores que hoy sufren agravios se gestan los adultos que serán
los violadores de derechos humanos en las próximas décadas.
Quienes en su infancia viven la violencia cotidiana se acostumbrarán
a ella y hallarán, en su vida adulta, que se trata de un procedimiento
normal y justificable.
La erradicación de este círculo vicioso
destructivo y terrible, que obstaculiza el desarrollo humano personal y
el pleno desenvolvimiento cívico, legal y democrático del
país, es una tarea nacional obligada, cuyo comienzo no debe postergarse.
Ciertamente, el Estado tiene en ella una responsabilidad central, pero
el combate al maltrato y la explotación de menores en todas sus
expresiones es también un deber de todas las organizaciones sociales
--políticas, culturales, religiosas, sindicales, deportivas-- y
de todos los individuos.
No debe olvidarse que, con deplorable frecuencia, los
agresores de niños suelen ser sus propios padres, tutores o personas
del entorno familiar y social inmediato. Por ello es necesario promover
y fortalecer una cultura de respeto irrestricto a la integridad física,
intelectual y emocional de los menores.
Se requiere también, en lo inmediato, de un fortalecimiento
de mecanismos legales de protección a los niños y jóvenes,
comenzando por modificaciones legales que les garanticen protección.
La parte sustancial de esta tarea es de índole
educativa. Deben inculcarse a los menores, pero también en los adultos,
valores orientados a preservar los derechos de las personas desde su nacimiento
y en el periodo posterior, que es precisamente en el que se encuentran
más indefensos.
|