ARGENTINA: DRAMA ECONOMICO Y HUMANO
La
ineptitud innata del gobierno que preside Fernando de la Rúa, con
todos sus funcionarios económicos presentes y pasados, aunada a
la reiteración a rajatabla de un modelo económico inviable
y depredador, han colocado a la sociedad argentina en una situación
mucho peor a la de los indicadores económicos de ese país,
y las perspectivas a corto y mediano plazos auguran una profundización
de la crisis y de sus costos sociales.
La decisión del gobierno de limitar los retiros
bancarios a un máximo de 250 pesos --que todavía, nominalmente,
equivalen a la misma cantidad de dólares--, por más que ayer
haya sido declarada en suspensión por el fallo de un juez de lo
contencioso administrativo, es un seguro catalizador para una fuga de capitales
cuyas dimensiones y consecuencias habrán de ser demoledoras en el
ya trágico escenario económico argentino.
Ante esa falta total de esperanza, la población,
depauperada y acosada por la carestía, el desempleo --que afecta
a casi 20 por ciento de la población en edad laboral-- y la falta
de servicios y prestaciones elementales, vive la depresión no sólo
como un fenómeno económico, sino como una condición
anímica personal. Ese estado de ánimo nacional fue expresado
de manera terrible, anteayer, por un joven desempleado que se suicidó
disparándose en la boca ante los reporteros convocados, episodio
del que este diario dio testimonio gráfico en la primera plana de
su edición de ayer.
El afán de complacer a los capitales especulativos
mundiales y de entregarles en bandeja las conquistas laborales, la soberanía
nacional y el nivel de vida de las personas --afán que sigue caracterizando
el manejo económico de la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos--
y que en Argentina debe sumarse a los garrafales errores acumulados por
la administración de De la Rúa, no ha logrado detener la
bancarrota de ese país.
Por el contrario, después de años de dolarización
de la moneda, de ajustes presupuestales y de sumisión a los mandatos
de los organismos internacionales y de los intereses financieros globales,
la nación sudamericana se ve casi obligada a una nueva devaluación
y a hipotecarse a fondo en una renegociación de su deuda externa
que le permita evitar la moratoria.
Los gobiernos de la región, en particular el nuestro,
deben contemplarse en el espejo de la tragedia argentina y abandonar de
una vez por todas la ortodoxia neoliberal que sólo posterga, a mediano
y a largo plazos, el estallido de los problemas estructurales y que, a
fin de cuentas, después de algunos años de espejismos y fantasías
--y habría que recordar, en este punto, el sexenio de Carlos Salinas
de Gortari-- deja a las sociedades sumidas en la desesperanza.
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