MEDIO ORIENTE: VIOLENCIA ALIMENTADA
La
escalada de atentados terroristas que sacude Israel desde la semana pasada,
así como las represalias del Estado hebreo en los territorios palestinos,
con toda su cauda de muerte, dolor y destrucción, colocan a la conciencia
internacional ante el deber de la comprensión, más allá
de adhesiones o condenas automáticas a una de las partes.
Los argumentos de venganza contra el gobierno israelí
por parte de la formación integrista radical palestina Hamas --autora,
según la información disponible, de los más recientes
atentados-- son moralmente insostenibles y políticamente aberrantes.
El hecho de que el régimen que encabeza Ariel Sharon haya perpetrado,
el pasado 23 de noviembre, el asesinato --sin duda repudiable e injustificable--
de Mahmud Abu Hannud, uno de los líderes principales de esa organización,
no puede justificar ni la matanza de civiles inocentes ni las órdenes
de sacrificio ciego a los jóvenes exasperados que se ofrecen voluntariamente
a servir como misiles humanos. La directiva de Hamas sabe, por supuesto,
que los mortíferos ataques nutren con nuevos argumentos a los más
sanguinarios halcones del gobierno israelí --de los cuales el propio
Sharon es un claro exponente--, dan pie a la barbarie bélica de
las fuerzas armadas del Estado hebreo en los territorios palestinos y multiplican,
con ello, el sufrimiento de sus habitantes.
Los motivos que esgrime el gobierno de Tel Aviv para mantener
e intensificar su ofensiva contra la población palestina son, también,
impresentables. Es claro que cada represalia de Israel extiende y agrava
el resentimiento y la desesperación de la que se nutren los grupos
terroristas, y que cada nuevo ataque ordenado por Sharon contra objetivos
de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) reduce la de por sí escasa
capacidad de control de Yasser Arafat sobre tales grupos, socava las posiciones
más razonables y moderadas de la parte árabe y, en cambio,
fortalecen moralmente a los grupos extremistas que, carentes de propuestas
viables para la construcción de la patria palestina, enarbolan como
proyecto político la destrucción de Israel.
Desde esta perspectiva, los actos violentos de ambos bandos
confluyen, objetivamente, en un punto común: atizar la destrucción
y el odio, y cerrar de manera perdurable cualquier posibilidad de reactivación
del proceso pacificador para Medio Oriente.
La comunidad internacional se ve colocada, así,
ante la disyuntiva de resignarse a muchos años más de muerte
y devastación en esa sufrida zona --y a convivir con los evidentes
peligros de globalización y descontrol del conflicto-- o asumir
de una vez por todas la evidente necesidad de enviar una fuerza de pacificación
que contenga, al menos, esta enésima guerra entre israelíes
y palestinos.
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