UN CAMBIO QUE NO LLEGA
A
un año del cambio esperado y prometido, las ilusiones se transforman
en desilusión y espera desencantada y desesperazada. La solución
al problema de Chiapas no sólo no se concretó --como el país
esperaba--, sino que la nueva ley sobre derechos y cultura indígenas
fue aprobada a contrapelo de la movilización y exigencias de los
pueblos indios que, junto con el EZLN y una parte importante de la opinión
pública internacional, consideran una afrenta el nuevo texto legal
y se oponen a su aplicación.
La oferta de lograr un crecimiento de 7 por ciento anual
(que, dicho sea de paso, ignoraba los signos de recesión en Estados
Unidos) se transformó en un crecimiento cero que, analizando el
incremento demográfico, es en realidad un crecimiento negativo.
La promesa de ampliar el mercado de trabajo se convirtió
sin embargo en la pérdida de medio millón de empleos formales,
y las esperanzas puestas en las inversiones frescas y productivas en la
maquila y la exportación rápidamente se marchitaron. Las
empresas maquiladoras redujeron su producción y sus ingresos en
20 por ciento y realizaron despidos masivos, y la exportación cayó
a consecuencia de la disminución del consumo estadunidense.
Por su parte, las esperanzas de que se abatieran los índices
delincuenciales, se suprimieran los secuestros, se redujera la inseguridad
y se pusiera fin a la corrupción fueron rápidamente desmentidas,
en tanto las promesas del candidato presidencial triunfante de limitar
el poder de dirigentes sindicales y campesinos corporativos y de los dinosaurios
políticos, terminaron en la renovación de la alianza con
ellos, que mantienen, aunque maltrecho, su poder antidemocrático.
A pesar de gestos laudables como la liberación
de los ecologistas guerrerenses injustamente encarcelados, el asesinato
no resuelto de Digna Ochoa y Plácido --que causó un escándalo
mundial--, así como el encarcelamiento prolongado del general Gallardo,
empañaron las promesas de dar vigencia a un estado de derecho, y
la promesa de escuchar al pueblo fue desmentida por la forma en que se
decidió, a espaldas de los ejidatarios, dónde se instalaría
el nuevo aeropuerto internacional de la ciudad de México.
En el tema de las relaciones con Estados Unidos es muy
poco lo que se logró. A pesar del apoyo "incondicional" ofrecido
a Washington, siguen sin avanzar los asuntos de los indocumentados y el
ingreso de la mano de obra mexicana al principal mercado de trabajo mundial,
y si bien la incorporación de México al Consejo de Seguridad
de la ONU contó con el apoyo de Washington y de las grandes potencias
y de otros países, no logró los votos de las naciones latinoamericanas,
lo cual reduce la capacidad de nuestro país en la negociación
con el vecino del norte, pues no representa a los países hermanos
de este continente.
Por último, los errores del Presidente y de los
miembros de su gabinete, su falta de experiencia para ejercer el presupuesto
de que disponen, su insensibilidad y fastidio ante las críticas
y hasta algunos escándalos redujeron su indudable luna de miel inicial
con el electorado y desgastaron la imagen presidencial, mientras en su
partido afloró, nuevamente, el sector más conservador, opuesto
incluso al cambio nada definido que intentan en Los Pinos.
Queda, sin duda, en el magro "haber" de este balance de
fin de año, el deseo de democratización y de transparencia
expresado a pesar de las constricciones a la prensa y del mal manejo por
parte de los responsables de la comunicación de la Presidencia y
otras dependencias, que redujeron incluso el presupuesto para la divulgación.
Queda, también, un clima de libertad que antes
no existía; el reciente informe de la CNDH sobre desapariciones
forzadas sería impensable con un gobierno del PRI. Y si no como
factor positivo, al menos como atenuante de los resultados negativos, queda
el hecho de que en éstos influye evidentemente la recesión
en el mercado estadunidense, al cual México exporta más de
80 por ciento de su producción y, desde luego, la caída del
precio del petróleo.
Sin embargo, esa recesión había sido prevista
--aunque no por el equipo gobernante--, y la caída del precio del
petróleo, además de la disminución del consumo de
energía estadunidense debido a la crisis, se debe también
a la superproducción impuesta a Pemex, que buscó ayudar a
Estados Unidos a bajar los costos de producción y mantener altas
las ganancias abatiendo los precios y la duración estimada del tan
estratégico hidrocarburo mexicano.
Es de esperar, por lo tanto, que ante los resultados tan
pobres del balance de un año de actividades en pro del cambio prometido,
se pueda producir una drástica reorientación que fomente
el empleo, sostenga el mercado interno, acabe con los privilegios y la
corrupción y preste oídos a los sectores sociales más
afectados por la crisis que, o guardan un silencio ominoso, o recurren
crecientemente a protestas violentas y desesperadas.
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