LA SONRISA DE AZNAR
Ayer,
momentos después de ser investido presidente de la Internacional
Democrática de Centro (IDC, Democracia Cristiana, hasta hace poco),
el jefe del gobierno español, José María Aznar, desestimó
con una sonrisa los graves señalamientos formulados por Amnistía
Internacional en torno a las prácticas de tortura que el Estado
español sigue perpetrando contra acusados de pertenecer a ETA, grupo
terrorista vasco.
Asimismo, el mandatario acusó al Partido Nacionalista
Vasco (PNV) de "legitimar" a los etarras en la medida en que comparte con
éstos, si no los medios, al menos los fines, y aseguró que
en su país las únicas violaciones a los derechos humanos
son las que perpetran los terroristas vascos.
La violencia de ETA es, sin duda, indefendible. Ninguna
causa social, ningún nacionalismo, puede justificar el asesinato
de civiles inermes --sea cual fuere su filiación partidaria o sus
funciones-- ni las acciones terroristas que afectan, indiscriminadamente,
a la población. Nada ha hecho más daño a la causa
de la soberanía vasca que el derramamiento estúpido de sangre
por parte de ETA.
Sin embargo, las denuncias de Amnistía Internacional
sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado español
en su persecución de los independentismos vascos --tanto de los
violentos como de los pacíficos y legales-- no son menos ciertas
que las referidas a países no europeos, menos desarrollados y más
pobres, ni menos válidas que las exigencias del organismo humanitario
internacional al grupo terrorista vasco para que cese de inmediato su estrategia
de asesinatos, atentados y agresiones.
Desde esta perspectiva, el conflicto por el futuro del
País Vasco aparece como una confrontación entre dos concepciones
totalitarias, intolerantes y profundamente inmorales: la de los etarras
que pretenden imponer la independencia mediante una profundización
de la violencia irracional y terrorista, y la del gobierno de Madrid resuelto
--a pesar de los sonrientes desmentidos de Aznar-- a extirpar cualquier
pensamiento independentista, aunque sea violando los derechos humanos,
ignorando la legislación nacional e internacional y pisoteando valores
humanos fundamentales.
En medio de estas posturas, las mediaciones pacíficas,
políticas y legales se ven sometidas a un doble acoso: las amenazas
--y las agresiones-- de los etarras, por un lado, y el hostigamiento judicial
y policial de Madrid. Un ejemplo reciente de ello es el encauzamiento y
la captura, ordenados por el juez Baltazar Garzón, de varios activistas
de Gestoras Pro Amnistía, organización no gubernamental dedicada
a defender los derechos humanos de los etarras o presuntos etarras encarcelados.
Otro dato significativo de este acoso es el sistemático
golpeteo del gobierno español contra el PNV por el simple hecho
de que éste es, como lo dice su nombre legal, nacionalista y vasco.
Esa simple filiación basta, para mentes como la de Aznar, para considerar
a esa formación política legal --mucho más vieja que
el actual régimen político de España-- como una suerte
de fachada y cómplice de ETA.
Con estos elementos de juicio, la sonrisa de Aznar parece,
más que una expresión de buena conciencia, una manifestación
de cinismo.
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