LOS SIN DERECHOS
En
un informe difundido ayer, Amnistía Internacional expresó
su inquietud por la situación de los sospechosos y "testigos esenciales"
detenidos en Estados Unidos en relación con los atentados terroristas
del 11 de septiembre: se trata de más de 700 personas, principalmente
de origen árabe, y a muchas de ellas se les ha obstaculizado la
comunicación con sus abogados o con los consulados de sus países
de origen; se les ha confiado, por más tiempo del que permiten las
leyes estadunidenses, en condiciones de reclusión más severas
que a los acusados y sentenciados; se les mantiene encerrados, sin abrigo,
en celdas frías, se les impide hacer ejercicio físico y se
les proporcionan alimentos que no pueden comer por motivos religiosos;
se les somete a registros corporales dos veces al día, se les encadena
de pies y manos cada vez que deben ser desplazados de sus celdas y se impide
a sus abogados que informen a la sociedad sobre tales circunstancias.
Más grave aún que las actitudes y acciones
violatorias de los derechos humanos por parte de las autoridades del país
vecino, es el conocido ánimo de discriminación, y hasta de
linchamiento, que se mantiene vivo en diversos sectores de la sociedad
contra cualquier persona que sea o parezca árabe o islámica.
Al interior de Estados Unidos se refuerza, así,
un patrón de brutalidad policial y violaciones a los derechos humanos
que, hasta antes del 11 de septiembre, era bien conocido por los migrantes
mexicanos y por los jóvenes de los barrios negros. Ayer mismo, en
Texas, fue ejecutado con inyección letal un hombre de 33 años,
quien fue condenado a muerte, en un juicio plagado de irregularidades,
por un delito cometido cuando tenía 17; el reo, Gerald Mitchell
era, por supuesto, negro y pobre. A esos sectores de negros y latinos se
suman ahora las comunidades árabes e islámicas; para todos
ellos, las garantías individuales y las libertades civiles tienden
a desvanecerse.
En el otro lado del mundo, en el Afganistán bombardeado,
los derechos humanos de los habitantes tampoco tienen importancia. Centenares
de personas que sobrevivieron a la invasión soviética, a
las guerras civiles y a la brutalidad fanática de los talibán,
ha sido muertas por los misiles estadunidenses que, con frecuencia indignante,
caen sobre zonas habitacionales, hospitales, mezquitas y asilos de ancianos.
Sin mayores resistencias ni conflictos, Occidente -sus
gobiernos, sus medios informativos y buena parte de sus sociedades- asiste
de esta forma a su propia degradación moral, en la que los medios
y los fines se trastocan y distorsionan hasta el punto de pretender que
el terrorismo puede erradicarse sembrando el terror desde el aire entre
poblaciones tribales y misérrimas, y que la libertad puede hacerse
perdurable cuando la nación que más la reivindica en la retórica
la suprime en los hechos.
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