Espejo en Estados Unidos México, D.F. miércoles 24 de octubre de 2001
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Editorial

LOS SIN DERECHOS 

SOLEn un informe difundido ayer, Amnistía Internacional expresó su inquietud por la situación de los sospechosos y "testigos esenciales" detenidos en Estados Unidos en relación con los atentados terroristas del 11 de septiembre: se trata de más de 700 personas, principalmente de origen árabe, y a muchas de ellas se les ha obstaculizado la comunicación con sus abogados o con los consulados de sus países de origen; se les ha confiado, por más tiempo del que permiten las leyes estadunidenses, en condiciones de reclusión más severas que a los acusados y sentenciados; se les mantiene encerrados, sin abrigo, en celdas frías, se les impide hacer ejercicio físico y se les proporcionan alimentos que no pueden comer por motivos religiosos; se les somete a registros corporales dos veces al día, se les encadena de pies y manos cada vez que deben ser desplazados de sus celdas y se impide a sus abogados que informen a la sociedad sobre tales circunstancias.

Más grave aún que las actitudes y acciones violatorias de los derechos humanos por parte de las autoridades del país vecino, es el conocido ánimo de discriminación, y hasta de linchamiento, que se mantiene vivo en diversos sectores de la sociedad contra cualquier persona que sea o parezca árabe o islámica.

Al interior de Estados Unidos se refuerza, así, un patrón de brutalidad policial y violaciones a los derechos humanos que, hasta antes del 11 de septiembre, era bien conocido por los migrantes mexicanos y por los jóvenes de los barrios negros. Ayer mismo, en Texas, fue ejecutado con inyección letal un hombre de 33 años, quien fue condenado a muerte, en un juicio plagado de irregularidades, por un delito cometido cuando tenía 17; el reo, Gerald Mitchell era, por supuesto, negro y pobre. A esos sectores de negros y latinos se suman ahora las comunidades árabes e islámicas; para todos ellos, las garantías individuales y las libertades civiles tienden a desvanecerse. 

En el otro lado del mundo, en el Afganistán bombardeado, los derechos humanos de los habitantes tampoco tienen importancia. Centenares de personas que sobrevivieron a la invasión soviética, a las guerras civiles y a la brutalidad fanática de los talibán, ha sido muertas por los misiles estadunidenses que, con frecuencia indignante, caen sobre zonas habitacionales, hospitales, mezquitas y asilos de ancianos.

Sin mayores resistencias ni conflictos, Occidente -sus gobiernos, sus medios informativos y buena parte de sus sociedades- asiste de esta forma a su propia degradación moral, en la que los medios y los fines se trastocan y distorsionan hasta el punto de pretender que el terrorismo puede erradicarse sembrando el terror desde el aire entre poblaciones tribales y misérrimas, y que la libertad puede hacerse perdurable cuando la nación que más la reivindica en la retórica la suprime en los hechos.
 

 

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