EU: INTENTOS DE CENSURA
Aunque
el gobierno de George W. Bush atenuó ayer su decisión de
ocultar al Congreso de su país aspectos fundamentales de la guerra
no declarada que se libra contra el terrorismo de Osama Bin Laden, según
la versión oficial, y contra Afganistán, según los
datos disponibles, el secretario de Estado, Colin Powell, y la consejera
de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, se manifestaron en contra de que
los medios --sobre todo, los electrónicos-- difundan mensajes del
cabecilla fundamentalista y de su organización Al Qaeda. La segunda
formuló un exhorto en este sentido a las grandes cadenas televisivas
estadunidenses, las cuales acataron dócilmente el llamado. El primero
fue más allá: llamó la atención a la cadena
televisiva qatarí Al Jazeera por haber transmitido el más
reciente mensaje pregrabado de Bin Laden y regañó a las autoridades
de Qatar por haberlo permitido.
No puede ignorarse que Al Qaeda y su dirigencia, sin duda
terroristas y ciertamente repudiables desde los valores de la paz, la democracia,
la pluralidad, el laicismo y la tolerancia, han sido puestas en un primer
plano de protagonismo noticioso por el propio gobierno estadunidense. Pero
sólo a partir de una mentalidad severamente alterada por ''razones
de Estado'' propias de la Gestapo podría suponerse que la cobertura
informativa profesional de esos actores del conflicto implicaría
facilitar la tarea de los terroristas. Las declaraciones de Rice y de Powell
no parecen obedecer a una legítima preocupación por la seguridad
de su país, sino a un designio censor incompatible con la democracia
y con las libertades individuales, y cercano, por el contrario, al totalitarismo,
sobre todo si se toma en cuenta que la ofensiva bélica en curso
no se desarrolla en el marco de una declaración formal de guerra.
Ciertamente, si el gobierno de Washington ha decidido
tomar como pretexto la actual crisis para lanzar una ofensiva contra los
derechos civiles y la libertad de expresión, corresponderá
en primera instancia a la sociedad estadunidense resistir esos ensayos
de autoritarismo. Pero, en el contexto contemporáneo de interdependencia,
globalización informativa y concentración mediática,
los actos de censura en un país se convierten en agravios para la
opinión pública mundial y para todos los informadores del
planeta.
Finalmente, si quedara margen para dudar de la determinación
censora estadunidense, el secretario de Estado se ha encargado de eliminarlo
al pretender influir en los contenidos y las decisiones editoriales de
un medio independiente que opera en un Estado soberano. Tales actitudes
inquisitoriales son inadmisibles y deben ser detenidas en seco. Sería
deseable, en esta perspectiva, que los medios informativos de otras naciones
se solidarizaran expresamente con Al Jazeera y con su decisión de
mantener una independencia periodística que sólo desde una
mentalidad dictatorial podría ser asociada a una colaboración
con el terrorismo.
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