DISCURSO IMPUDICO
Al
dirigirse al Congreso de Estados Unidos para anunciar las modalidades de
la inminente campaña contra las organizaciones terroristas en el
mundo, el presidente George W. Bush emitió el acta de defunción
de la nueva justicia internacional que había venido construyéndose,
en medio de grandes dificultades y sufrimientos, desde la desaparición
de la Unión Soviética y su polo de influencia.
El mandatario estadunidense anunció que, de ahora
en adelante, Washington se erige como juez, fiscal y policía del
mundo y que el resto de las naciones habrá de acatar sus órdenes
y dictados: según la lógica de Bush, bastará con que
alguna autoridad del país vecino exprese sus sospechas sobre cualquier
persona u organización para que se vea obligado a entregar al o
los sospechosos. En caso contrario, se expondrá a ataques militares
estadunidenses.
La alocución fue también, en consecuencia,
una declaratoria de extinción de las soberanías nacionales
y, en esa medida, un mensaje de profunda hostilidad contra todos los países
soberanos.
Hace poco más de una década, como se recordó
recientemente en estas páginas, Osama Bin Laden era recibido en
Washington como héroe, al tiempo que el Departamento de Estado consideraba
terrorista a Nelson Mandela, el constructor de la nueva convivencia pacífica
y democrática en Sudáfrica. Con ese antecedente --uno entre
muchos que caracterizan la inescrupulosa política exterior estadunidense--
es claro que la guerra anunciada no tendrá como guía la justicia,
ni como propósito librar al mundo de los terroristas. Será,
por el contrario, un operativo de grandes proporciones para someter, avasallar
y destruir, por medios militares y paramilitares, a las soberanías.
El actual ocupante de la Casa Blanca anunció, además,
el inicio de una guerra sucia de proporciones planetarias, encabezada por
su gobierno y por los intereses económicos que representa: en ella,
Estados Unidos empeñará, dijo, "cualquier recurso bajo nuestro
mando, todo tipo de diplomacia, herramienta de inteligencia, todo instrumento
de la ley, toda influencia financiera y todas las armas de guerra necesarias".
Por si la frase anterior no fuera suficientemente clara, Bush no tuvo reparos
para mencionar explícitamente las "acciones encubiertas", eufemismo
empleado para referirse a operaciones secretas e ilegales que, en muchas
ocasiones, son tan merecedoras del calificativo de "terroristas" como las
agresiones de la semana pasada en Washington y Nueva York.
Las cloacas del mundo forman, desde siempre, una vasta
red de vasos comunicantes. Cuando el padre del actual mandatario ocupaba
la vicepresidencia, Washington no vaciló en colaborar con el Irán
de Jomeini y con los narcotraficantes --aunque uno y otros fueran declarados
enemigos en público-- para hacer llegar armas a los sicarios de
Estados Unidos que operaban en Nicaragua para desestabilizar al gobierno
sandinista.
Ayer, en Honduras, poco antes del anuncio de Bush, se
informaba del hallazgo de 28 osamentas de presuntos opositores asesinados
en lo que hace una década fue una base de la CIA. No es difícil
advertir que a partir de ahora Washington se apresta a coordinar todas
las cloacas necesarias --la CIA, el narco, las organizaciones terroristas
que coyunturalmente resulten del agrado de la Casa Blanca-- para dirigirlas
contra quienes no acaten las disposiciones imperiales y recurrir, en ese
empeño, a homicidios como los perpetrados hace poco más de
una década, cuando George Bush fungía como vicepresidente.
Al margen de los ominosos contenidos de barbarie del discurso
de ayer, no debe pasarse por alto el ambiente festivo con que el Capitolio
recibió los anuncios, en lo que constituyó una suerte de
asunción tardía del liderazgo presidencial por parte de George
Walker Bush. Pero la histeria colectiva estadunidense, que se inclina de
forma abrumadora por acciones militares contra un enemigo sin rostro y
en un campo de batalla indefinido, bien podría ser coyuntural y
efímera.
Si la guerra va a ser larga --como dijo el gobernante--
y si va a producir --a diferencia de lo ocurrido en el Golfo Pérsico
en 1991-- un flujo sostenido de bajas estadunidenses, podría convertirse
en el inicio de una crisis moral tan grave, o más, como la que llevó
a la superpotencia a su derrota histórica ante Vietnam.
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