Espejo en Estados Unidos
México, D.F. viernes 21 de septiembre de 2001
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Editorial

DISCURSO IMPUDICO

SOLAl dirigirse al Congreso de Estados Unidos para anunciar las modalidades de la inminente campaña contra las organizaciones terroristas en el mundo, el presidente George W. Bush emitió el acta de defunción de la nueva justicia internacional que había venido construyéndose, en medio de grandes dificultades y sufrimientos, desde la desaparición de la Unión Soviética y su polo de influencia.

El mandatario estadunidense anunció que, de ahora en adelante, Washington se erige como juez, fiscal y policía del mundo y que el resto de las naciones habrá de acatar sus órdenes y dictados: según la lógica de Bush, bastará con que alguna autoridad del país vecino exprese sus sospechas sobre cualquier persona u organización para que se vea obligado a entregar al o los sospechosos. En caso contrario, se expondrá a ataques militares estadunidenses. 

La alocución fue también, en consecuencia, una declaratoria de extinción de las soberanías nacionales y, en esa medida, un mensaje de profunda hostilidad contra todos los países soberanos.

Hace poco más de una década, como se recordó recientemente en estas páginas, Osama Bin Laden era recibido en Washington como héroe, al tiempo que el Departamento de Estado consideraba terrorista a Nelson Mandela, el constructor de la nueva convivencia pacífica y democrática en Sudáfrica. Con ese antecedente --uno entre muchos que caracterizan la inescrupulosa política exterior estadunidense-- es claro que la guerra anunciada no tendrá como guía la justicia, ni como propósito librar al mundo de los terroristas. Será, por el contrario, un operativo de grandes proporciones para someter, avasallar y destruir, por medios militares y paramilitares, a las soberanías. 

El actual ocupante de la Casa Blanca anunció, además, el inicio de una guerra sucia de proporciones planetarias, encabezada por su gobierno y por los intereses económicos que representa: en ella, Estados Unidos empeñará, dijo, "cualquier recurso bajo nuestro mando, todo tipo de diplomacia, herramienta de inteligencia, todo instrumento de la ley, toda influencia financiera y todas las armas de guerra necesarias". Por si la frase anterior no fuera suficientemente clara, Bush no tuvo reparos para mencionar explícitamente las "acciones encubiertas", eufemismo empleado para referirse a operaciones secretas e ilegales que, en muchas ocasiones, son tan merecedoras del calificativo de "terroristas" como las agresiones de la semana pasada en Washington y Nueva York.

Las cloacas del mundo forman, desde siempre, una vasta red de vasos comunicantes. Cuando el padre del actual mandatario ocupaba la vicepresidencia, Washington no vaciló en colaborar con el Irán de Jomeini y con los narcotraficantes --aunque uno y otros fueran declarados enemigos en público-- para hacer llegar armas a los sicarios de Estados Unidos que operaban en Nicaragua para desestabilizar al gobierno sandinista. 

Ayer, en Honduras, poco antes del anuncio de Bush, se informaba del hallazgo de 28 osamentas de presuntos opositores asesinados en lo que hace una década fue una base de la CIA. No es difícil advertir que a partir de ahora Washington se apresta a coordinar todas las cloacas necesarias --la CIA, el narco, las organizaciones terroristas que coyunturalmente resulten del agrado de la Casa Blanca-- para dirigirlas contra quienes no acaten las disposiciones imperiales y recurrir, en ese empeño, a homicidios como los perpetrados hace poco más de una década, cuando George Bush fungía como vicepresidente.

Al margen de los ominosos contenidos de barbarie del discurso de ayer, no debe pasarse por alto el ambiente festivo con que el Capitolio recibió los anuncios, en lo que constituyó una suerte de asunción tardía del liderazgo presidencial por parte de George Walker Bush. Pero la histeria colectiva estadunidense, que se inclina de forma abrumadora por acciones militares contra un enemigo sin rostro y en un campo de batalla indefinido, bien podría ser coyuntural y efímera. 

Si la guerra va a ser larga --como dijo el gobernante-- y si va a producir --a diferencia de lo ocurrido en el Golfo Pérsico en 1991-- un flujo sostenido de bajas estadunidenses, podría convertirse en el inicio de una crisis moral tan grave, o más, como la que llevó a la superpotencia a su derrota histórica ante Vietnam.
 

 

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