SOLIDARIDAD SENSATA
Para
el presidente George W. Bush, Estados Unidos y el mundo están ya
en guerra "contra los que no comparten nuestros valores", y para empeorar
las cosas, la senadora Hillary Clinton declara que "quien no está
con nosotros está contra nosotros", eliminando de esta forma todo
posible distingo de los aliados de Washington.
Por supuesto, no faltaron tampoco voces imprudentes que,
sin saber aún contra quién se lanzaba esa guerra y los medios
con que se combatiría, se comprometieron sin más a no escatimar
apoyo a todo lo que Estados Unidos decida.
Algunos dirigentes políticos, en cambio, han sido
más prudentes. Por ejemplo, el primer ministro japonés declaró
secamente que su país ofrece solidaridad a Washington, pero no puede
seguirlo en acciones militares porque, entre otros aspectos, su propia
constitución lo impide. A diferencia del gobierno inglés
o el italiano de Silvio Berlusconi --apoyado en la derecha y deseoso de
ganar legitimidad internacional--, alineados incondicionalmente con Estados
Unidos, Francia y Alemania adoptaron una actitud más cauta.
El primer ministro francés Lionel Jospin declaró:
"luchamos contra el terrorismo, pero no contra el mundo islámico,
en el que tenemos amigos y socios"; el presidente Jacques Chirac dijo a
su vez: "Elegimos la solidaridad, pero eso no significa que ahora firmemos
un cheque en blanco". Igual frase se escuchó en boca de la viceprimera
ministra de Dinamarca, que negó la posibilidad de girar "un cheque
en blanco danés" para Estados Unidos.
Simultáneamente, el ministro de Defensa alemán,
Rudolf Scharping, dijo con más claridad, desmintiendo a los pregoneros
de la guerra estadunidenses: "No estamos ante una guerra, estamos ante
la pregunta de cuál es la respuesta adecuada, y la misma no debe
ser en el sentido de la venganza y del desquite".
Las diferencias no vienen sólo de los distintos
intereses, provienen también de la mayor complejidad y del mayor
espesor de la sociedad civil y política europeas; de una cultura
más firme y profunda y hasta de la experiencia negativa de la derrota
de las ex potencias coloniales del viejo continente.
El primitivismo belicoso inquieta y alerta a los gobiernos
europeos que, aunque rechazan el terrorismo, temen ser nuevamente arrastrados
a servir a la geopolítica de Estados Unidos mediante la OTAN, como
sucedió en los Balcanes.
Por eso, la mayoría europea ofrece solidaridad
antiterrorista y, lógicamente, condolencias humanitarias, aunque
no excluyen algún tipo de acción punitiva. Antes de actuar
exigen "pruebas concluyentes" que permitan hacerlo. Mientras tanto, pregonan
la cordura, como debería hacer todo gobierno celoso de la soberanía
estatal.
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