LOS DEMONIOS Y EL ARCOIRIS
Una
de las características fundamentales de nuestro tiempo, marcado
por la mundialización de la economía, es la porosidad de
las fronteras estatales. Estas dejan pasar sin problemas las mercancías
pero se vuelven duras y se transforman en muros hostiles cuando una de
aquéllas --una mercancía muy particular y de carne y hueso--,
la fuerza de trabajo, busca el mercado que le ofrecerá un mejor
precio, el mismo que los medios de comunicación todos los días
le presentan como único modelo de vida humano.
Sin embargo, ya no es posible evitar las migraciones
que por su magnitud no tienen precedentes y están transformando
la demografía y la cultura de todos los países.
Los limitados medios de información y de comunicación
del pasado aislaban a los pueblos, los encerraban en los límites
políticos y culturales de sus Estados que, además, pretendían
ser Estados-nación y, por lo tanto, excluyentes de los no nacionales.
Hoy, por el contrario, esos medios ponen en rapidísimo contacto
realidades diversas y hacen estallar los viejos conceptos de tiempo y espacio.
Cuando se puede seguir en tiempo real el curso de las
bolsas de valores en las antípodas, ¿cómo justificar
que decenas de millones de personas mueran de sida o hambre, sin ayuda,
simplemente porque son otros y su color o su lengua son diferentes
Si la mundialización ha dado un golpe durísmo
a los Estados-nación, cuyas costuras estallan ante la creación
de macrorregiones que cabalgan las fronteras o ante el surgimiento de regionalismos
que privilegian las diferencias locales, ¿cómo sostener los
racismos y las exclusiones si las migraciones --que son inevitables, imparables,
masivas-- modifican la composición de los Estados e imponen convivir
con los otros, con los diferentes
Los conquistadores de América negaban que los indígenas
tuvieran alma para poder tratarlos y explotarlos como animales sin problemas
de conciencia, y los racistas modernos consideran que ellos y su cultura
son superiores por las mismas razones. El cordón sanitario contra
los diferentes, impuesto por las policías fronterizas o por la violencia
de energúmenos racistas, es inútil.
Por un lado, olvidan que la mundialización ha abolido
la diferencia entre lo interno y lo externo. Por otro, prescinden de la
historia ya, que si las legiones romanas no pudieron impedir el ingreso
de los bárbaros al mundo del bienestar relativo, los nuevos bárbaros
de todos los Sures, que se cuentan por centenares de millones, tampoco
podrán ser frenados y, por el contrario, serán un componente
fundamental de la fusión de las culturas para crear una cultura
general humana.
El multiculturalismo en los Estados pluriétnicos
no significa por consiguiente la coexistencia de culturas estancas, de
guetos étnicos y culturales, sino la plenitud de derechos para todos
y la interrelación más fecunda entre etnias y culturas para
formar una unidad superior.
Por eso es indispensable combatir el racismo que, al esclavizar
al otro, busca también rebajar los salarios reales y las condiciones
de civilización de los "privilegiados" por su color o nacionalidad.
Llama la atención, por eso, que México --que tendría
muchas razones para quejarse del racismo y del colonialismo-- haya preferido
seguir la línea adoptada por Estados Unidos y enviar a la Conferencia
de Naciones Unidas contra el Racismo, que se realiza en Durban, a una delegación
de bajo nivel en lugar de darle a la reunión toda la importancia
que merece.
La misma actitud por parte de las potencias del G8 --todas
ellas ex potencias colonialistas-- demuestra que no han superado el racismo,
que nació precisamente en Europa y Estados Unidos, y que los viejos
demonios siguen sueltos cuando la humanidad junta hoy todos los colores,
como el arcoiris.
|