Espejo en Estados Unidos
México, D.F. sábado 1 de septiembre de 2001
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Editorial
 
LOS DEMONIOS Y EL ARCOIRIS

SOLUna de las características fundamentales de nuestro tiempo, marcado por la mundialización de la economía, es la porosidad de las fronteras estatales. Estas dejan pasar sin problemas las mercancías pero se vuelven duras y se transforman en muros hostiles cuando una de aquéllas --una mercancía muy particular y de carne y hueso--, la fuerza de trabajo, busca el mercado que le ofrecerá un mejor precio, el mismo que los medios de comunicación todos los días le presentan como único modelo de vida humano.

 Sin embargo, ya no es posible evitar las migraciones que por su magnitud no tienen precedentes y están transformando la demografía y la cultura de todos los países. 

Los limitados medios de información y de comunicación del pasado aislaban a los pueblos, los encerraban en los límites políticos y culturales de sus Estados que, además, pretendían ser Estados-nación y, por lo tanto, excluyentes de los no nacionales. Hoy, por el contrario, esos medios ponen en rapidísimo contacto realidades diversas y hacen estallar los viejos conceptos de tiempo y espacio. 

Cuando se puede seguir en tiempo real el curso de las bolsas de valores en las antípodas, ¿cómo justificar que decenas de millones de personas mueran de sida o hambre, sin ayuda, simplemente porque son otros y su color o su lengua son diferentes

Si la mundialización ha dado un golpe durísmo a los Estados-nación, cuyas costuras estallan ante la creación de macrorregiones que cabalgan las fronteras o ante el surgimiento de regionalismos que privilegian las diferencias locales, ¿cómo sostener los racismos y las exclusiones si las migraciones --que son inevitables, imparables, masivas-- modifican la composición de los Estados e imponen convivir con los otros, con los diferentes 

Los conquistadores de América negaban que los indígenas tuvieran alma para poder tratarlos y explotarlos como animales sin problemas de conciencia, y los racistas modernos consideran que ellos y su cultura son superiores por las mismas razones. El cordón sanitario contra los diferentes, impuesto por las policías fronterizas o por la violencia de energúmenos racistas, es inútil. 

Por un lado, olvidan que la mundialización ha abolido la diferencia entre lo interno y lo externo. Por otro, prescinden de la historia ya, que si las legiones romanas no pudieron impedir el ingreso de los bárbaros al mundo del bienestar relativo, los nuevos bárbaros de todos los Sures, que se cuentan por centenares de millones, tampoco podrán ser frenados y, por el contrario, serán un componente fundamental de la fusión de las culturas para crear una cultura general humana. 

El multiculturalismo en los Estados pluriétnicos no significa por consiguiente la coexistencia de culturas estancas, de guetos étnicos y culturales, sino la plenitud de derechos para todos y la interrelación más fecunda entre etnias y culturas para formar una unidad superior. 

Por eso es indispensable combatir el racismo que, al esclavizar al otro, busca también rebajar los salarios reales y las condiciones de civilización de los "privilegiados" por su color o nacionalidad. Llama la atención, por eso, que México --que tendría muchas razones para quejarse del racismo y del colonialismo-- haya preferido seguir la línea adoptada por Estados Unidos y enviar a la Conferencia de Naciones Unidas contra el Racismo, que se realiza en Durban, a una delegación de bajo nivel en lugar de darle a la reunión toda la importancia que merece. 

La misma actitud por parte de las potencias del G8 --todas ellas ex potencias colonialistas-- demuestra que no han superado el racismo, que nació precisamente en Europa y Estados Unidos, y que los viejos demonios siguen sueltos cuando la humanidad junta hoy todos los colores, como el arcoiris.
 

 

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