SALDOS DE GENOVA
Los
líderes políticos de las siete economías nacionales
más poderosas del mundo se reunieron en Génova, suscitaron
con su encuentro una reacción masiva de descontento por la injusticia
y el desatino en que se desarrolla la apertura económica planetaria
-"triunfo de la libertad", la llama George W. Bush, sin reparar en los
elementos de esclavitud que esa globalización económica introduce
en numerosas sociedades- y, al final, emitieron una agenda más de
buenos propósitos, expresiones de tolerancia y palabras de pesar
por la muerte de un joven italiano en el contexto de la brutalidad represiva
aplicada para aplacar, con una violencia sospechosa y posiblemente provocadora,
a los globalifóbicos de diversos signos.
De todo ello lo primero que salta a la vista es que el
nuevo orden mundial es políticamente insostenible. Las reuniones
del G-7, primero, y del G-8, después, han ido haciendo evidente
que si existe algún poder real de decisión sobre las tendencias
de la economía mundial, no se encuentra en los organismos intergubernamentales
que pretenden proyectar, en el ámbito internacional, los formalismos
democráticos de las naciones occidentales; tal poder se localiza,
en todo caso, en los dirigentes políticos de los países más
industrializados y en los consejos de administración de un puñado
de corporaciones. Vistos desde esa perspectiva, los valores democráticos
pregonados urbi et orbi por Estados Unidos, la Unión Europea y algunos
otros países no son más que un ejercicio de simulación.
En esa lógica, el descontento globalizado que provocan
los cónclaves de los poderosos -también lo suscita el Foro
Económico Mundial y las reuniones de la Organización Mundial
de Comercio y del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial- es,
a su manera, un rechazo a la exclusión de la inmensa mayoría
de la humanidad de decisiones que la afectan. Adicionalmente, el repudio,
pacífico o violento, es un desacuerdo de fondo con los contenidos
de esas decisiones, las cuales favorecen invariablemente a los capitales
financieros y perjudican el tejido económico y social de las sociedades,
su entorno ecológico y su diversidad.
Por lo que se refiere a Italia, la desmedida y descontrolada
respuesta policial a las manifestaciones constituye un dato alarmante sobre
el autoritarismo y la brutalidad de que es capaz el gobierno de Silvio
Berlusconi. La ejecución de un manifestante a la vista literalmente
de todo el mundo ha sido sucedida por una persecución injustificable
de los organizadores de las protestas pacíficas. Cabe preguntarse
qué hará el resto de los dirigentes de la Unión Europea
para digerir que en uno de sus países miembros campea, a principios
del siglo XXI, la represión gubernamental y reviven, para agredir
a los inconformes, los gritos de ¡Viva el Duce!
La verdadera conclusión que arroja la reunión
de Génova es precisamente que los primeros años del siglo
XXI habrán de caracterizarse por la confrontación de dos
visiones del mundo que cada vez será más radical y peligrosa.
Hoy son los jóvenes y algunos grupos de intelectuales, pero mañana
habrán de sumarse quienes día con día, en lo más
profundo y anónimo de la existencia diaria, sienten los crudos efectos
de esta globalización que sólo beneficia a los más
poderosos.
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