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México, D.F. lunes 23 de julio de 2001
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Editorial

SALDOS DE GENOVA
  
sol.jpgLos líderes políticos de las siete economías nacionales más poderosas del mundo se reunieron en Génova, suscitaron con su encuentro una reacción masiva de descontento por la injusticia y el desatino en que se desarrolla la apertura económica planetaria -"triunfo de la libertad", la llama George W. Bush, sin reparar en los elementos de esclavitud que esa globalización económica introduce en numerosas sociedades- y, al final, emitieron una agenda más de buenos propósitos, expresiones de tolerancia y palabras de pesar por la muerte de un joven italiano en el contexto de la brutalidad represiva aplicada para aplacar, con una violencia sospechosa y posiblemente provocadora, a los globalifóbicos de diversos signos.

De todo ello lo primero que salta a la vista es que el nuevo orden mundial es políticamente insostenible. Las reuniones del G-7, primero, y del G-8, después, han ido haciendo evidente que si existe algún poder real de decisión sobre las tendencias de la economía mundial, no se encuentra en los organismos intergubernamentales que pretenden proyectar, en el ámbito internacional, los formalismos democráticos de las naciones occidentales; tal poder se localiza, en todo caso, en los dirigentes políticos de los países más industrializados y en los consejos de administración de un puñado de corporaciones. Vistos desde esa perspectiva, los valores democráticos pregonados urbi et orbi por Estados Unidos, la Unión Europea y algunos otros países no son más que un ejercicio de simulación.

En esa lógica, el descontento globalizado que provocan los cónclaves de los poderosos -también lo suscita el Foro Económico Mundial y las reuniones de la Organización Mundial de Comercio y del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial- es, a su manera, un rechazo a la exclusión de la inmensa mayoría de la humanidad de decisiones que la afectan. Adicionalmente, el repudio, pacífico o violento, es un desacuerdo de fondo con los contenidos de esas decisiones, las cuales favorecen invariablemente a los capitales financieros y perjudican el tejido económico y social de las sociedades, su entorno ecológico y su diversidad.

Por lo que se refiere a Italia, la desmedida y descontrolada respuesta policial a las manifestaciones constituye un dato alarmante sobre el autoritarismo y la brutalidad de que es capaz el gobierno de Silvio Berlusconi. La ejecución de un manifestante a la vista literalmente de todo el mundo ha sido sucedida por una persecución injustificable de los organizadores de las protestas pacíficas. Cabe preguntarse qué hará el resto de los dirigentes de la Unión Europea para digerir que en uno de sus países miembros campea, a principios del siglo XXI, la represión gubernamental y reviven, para agredir a los inconformes, los gritos de ¡Viva el Duce!

La verdadera conclusión que arroja la reunión de Génova es precisamente que los primeros años del siglo XXI habrán de caracterizarse por la confrontación de dos visiones del mundo que cada vez será más radical y peligrosa. Hoy son los jóvenes y algunos grupos de intelectuales, pero mañana habrán de sumarse quienes día con día, en lo más profundo y anónimo de la existencia diaria, sienten los crudos efectos de esta globalización que sólo beneficia a los más poderosos.
 

 

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