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México, D.F. domingo 22 de julio de 2001
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Editorial
 
DOS ETICAS, DOS GLOBALIZACIONES

SOLGénova --ciudad de 600 mil habitantes-- vio desfilar ayer 300 mil personas contra la reunión del Grupo de los Ocho y en repudio por el asesinato a quemarropa por la policía de un joven manifestante. Hacía un cuarto de siglo que la policía italiana no mataba por motivos políticos y el muerto cayó nada menos que en Génova, que en 1945 con una insurrección popular armada expulsó a los ocupantes nazis, ciudad que es Medalla de Oro a la Resistencia contra el nazifascismo y que en 1960 derribó al gobierno conservador que, provocativamente, había permitido que se reunieran en la ciudad los fascistas.

El asesinato de un joven que protestaba es intolerable y la filmación de un grupo de seudo anarquistas saliendo de un furgón policial para provocar violencias exacerbó aún más los ánimos. 

Decenas de miles de obreros --jóvenes en su mayor parte-- dedicaron su descanso semanal a una marcha hacia Génova desde muchas ciudades para manifestarse, y garantizar, organizados, el orden y la seguridad de la multitud que protestaba. Esta reaparición del movimiento obrero y de los sindicatos ya se había visto en las enormes manifestaciones, hace dos semanas, de los metalúrgicos del sector de izquierda (FIOM, perteneciente a la Confederación General Italiana del Trabajo). Ahora los jóvenes obreros desafiaron la represión y la negativa de los dirigentes de los sindicatos democristiano y socialdemócrata a manifestarse en Génova. Y financiando su propia participación en la lucha, salieron a unir sus reivindicaciones salariales con la defensa de los derechos democráticos y con la protesta contra la represión. Se manifestaron también contra el gobierno que había preparado la provocación buscando justificar ulteriores medidas liberticidas en nombre de la lucha contra los "anarquistas" prefabricados que hoy los obreros mantuvieron al margen y paralizaron.

La ciudad de Génova, el pueblo común, dio a los manifestantes agua, apoyo, informaciones para que pudiesen evitar a quienes esperaban lograr otro o más muertos. Toda la ciudad vivió la fuerza y la serenidad de una marcha imponente y de alto contenido político y cívico que demostró que la reunión del G8 puede ser legal pero que es ilegítima ante los pueblos (las encuestas demuestran que la mayoría de los italianos la repudian). A la globalización excluyente y hambreadora dirigida por el capital financiero los supuestos globalifóbicos demostraron que, en realidad, oponen otra mundialización incluyente, democrática, basada en la ética y en la respuesta a las necesidades de la inmensa mayoría de la Humanidad, como proclamaron uno tras otro sus organizadores. 

Reaparecieron la cultura, las tradiciones populares de resistencia de la viejísima república genovesa junto a la cultura obrera y ellas se enfrentaron a la cultura de la mentira y de la hipocresía oficial, que habla de democracia mientras organiza y arma provocadores. 

Esta oposición entre dos éticas ha provocado diferencias profundas en el grupo de los asediados que se reúnen en un lujoso buque en medio del golfo de Génova. Bush, por ejemplo, simuló ignorar la actuación policial y echó la culpa de la violencia a los manifestantes, cuando sólo una ínfima minoría de ellos participó en la provocación. El presidente francés, Jacques Chirac, por el contrario, declaró que algo debe motivar a cientos de miles de personas para que vayan a otra ciudad a manifestarse y dijo que, tengan o no razón, esos manifestantes no pueden ser ignorados.

La protesta popular no sólo ha vaciado a la reunión sino que, además, parece haber acabado con las sesiones del G8, por lo menos tal como han sido hasta hoy. Ahora, el gobierno italiano, por su cuenta y para no sufrir el contragolpe político de su provocación, aumenta la dosis de la misma, ocupando la sala de prensa de los medios de información alternativos para acallarlos por la violencia. Es un gobierno en el que figuran los fascistas y la extrema derecha, que no conocen otros métodos u otra política. Corresponderá a los demás gobiernos decidir si esa es la cara de la democracia mundial que se presenta como modelo.
 

 

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