LEY INDIGENA: CON PRISA Y A OSCURAS
El
miércoles pasado los legisladores panistas y priístas que
integran la Comisión Permanente del Congreso de la Unión,
comandados por Diego Fernández de Cevallos y Manuel Bartlett, consumaron
la aprobación final de las reformas constitucionales que ellos mismos
urdieron en marzo.
Lo hicieron en contravención de formalidades y
regulaciones parlamentarias elementales, de manera apresurada y furtiva,
como se desarrollan los actos delictivos y los amoríos inconfesables.
La razón de la prisa y la oscuridad es evidente:
los promotores de esta modificación constitucional distorsionada
e insensible sabían perfectamente que el rechazo a su iniciativa
se extiende con rapidez en la sociedad y que mientras más tiempo
pasara, más claro se haría que la "ley indígena" no
sólo plasma una visión encomendera, sino que expresa los
intereses políticos y económicos del caciquismo y de la depredación
de las comunidades.
Los jerarcas legislativos de PRI y PAN, entre quienes
es difícil encontrar más afinidades ideológicas que
su manifiesto y virulento antifoxismo, optaron así por no esperar
a que la totalidad de los legislativos estatales se hubiera manifestado
al respecto y se encerraron a cocinar, a espaldas de la sociedad y del
propio Congreso de la Unión, la legalización final de las
reformas.
No cabe llamarse a sorpresa por las consecuencias que
ya está acarreando en el país esta operación legislativa
que desvirtúa los acuerdos de San Andrés, que evidencia el
desprecio criollo hacia las comunidades indígenas y que torpedea
los esfuerzos de paz de la Cocopa, de la dirigencia de los indígenas
rebeldes chiapanecos y del presidente Vicente Fox.
Desde que el engendro de reformas constitucionales fue
inicialmente aprobado por el Congreso de la Unión, hace cuatro meses,
se señaló que no habría de contribuir de manera alguna
a la pacificación de Chiapas, que no serviría para cerrar
la brecha histórica entre los indígenas mexicanos y el resto
del país y que, por el contrario, habría de convertirse en
nuevo factor de división.
Esa división ya se ha manifestado: gobernadores,
congresos estatales, municipios, organizaciones y partidos han anunciado
su determinación de promover controversias constitucionales y recursos
de inconstitucionalidad. En las filas de PRI y PAN han aflorado las diferencias.
Incluso en el interior de la administración pública se ha
hecho patente la falta de consenso a favor o en contra del engendro de
"ley indígena".
Si el propósito real de Bartlett, Fernández
de Cevallos y sus subordinados era descomponerle al Presidente de la República
el escenario nacional, no cabe duda que lo consiguieron. Si apostaban a
cerrar las vías de la pacificación en Chiapas, su maniobra
fue todo un éxito. Si su pretensión era perpetuar la desigualdad,
la marginación y la opresión de los indígenas, ya
pueden felicitarse.
Los sectores --gubernamentales, de oposición, de
la sociedad-- empeñados en procurar la paz en Chiapas y la integración
digna y equitativa de los indígenas a la institucionalidad nacional
deben, por su parte, acudir a todas las gestiones jurídicas que
procedan y a todas las movilizaciones pacíficas y legales que sea
posible para invalidar la reforma constitucional recién aprobada
y lograr que los acuerdos de San Andrés sean efectivamente incorporados
a la Carta Magna.
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