NARCO: EL TAMAÑO DEL INFIERNO
De
acuerdo con el investigador Edmundo Hernández Vela del Centro de
Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas
y Sociales de la UNAM, el narcotráfico genera en el mundo ganancias
por unos 500 mil millones de dólares anuales, lo que equivale a
un volumen de actividades equivalente al de la industria petrolera internacional,
superior al de la industria farmacéutica planetaria, y al producto
interno bruto de la mayoría de las naciones del tercer mundo.
Tales cifras no son novedosas, pero sí escandalosas,
por el hecho de que una cantidad semejante de dinero no puede ocultarse
si no es mediante una vasta red de corrupción gubernamental y bancaria
que involucra por igual a países pobres que a los Estados industrializados
de Europa y Norteamérica.
El especialista calcula que el sistema bancario y financiero
internacional lava el 40 por ciento de ese medio billón de dólares,
es decir, unos 200 mil millones de dólares anuales.
El dato no sólo es revelador de la doble moral
con la que operan gobiernos como el estadunidense, el cual tiene que estar
al tanto de las actividades dudosas de sus entidades bancarias --y no parece
ser casual que el Citibank sea señalado como una de las más
grandes lavanderías del mundo--, sino también de una situación
tan paradójica como inquietante:
Si la guerra contra las drogas, tal y como se desarrolla
hoy, fuera ganada por los gobiernos y se lograra exterminar la producción
y el trasiego masivo de narcóticos ilegales, el sistema financiero
y bancario del mundo, súbitamente privado de tal cantidad de recursos,
podría enfrentar una crisis de proporciones catastróficas.
Lo anterior obliga a cuestionar en qué medida las
costosas acciones de Washington contra los cárteles de la droga
responden a un empeño sincero, aunque necesariamente ingenuo, de
acabar con ese flagelo, y en qué medida son un mecanismo para mantener
altas las cotizaciones de las sustancias prohibidas, las cuales, si no
fuera por la prohibición y la persecución de que son objeto,
costarían una ínfima fracción de lo que hoy los adictos
pagan por obtenerlas.
Las cifras referidas constituyen, en suma, una rotunda
descalificación al combate a la drogadicción tal y como se
lleva a cabo actualmente, y debieran llevar a los gobiernos a una reflexión
profunda para buscar otras maneras de erradicar las adicciones y evitar
el tráfico de drogas, fenómenos que constituyen, ciertamente,
dos de los más graves problemas sociales y políticos en el
mundo contemporáneo.
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