Discrepa de la opinión de Carlos Monsiváis
sobre el sida en Cuba
Señora directora: He seguido con atención
la polémica que despertó la carta publicada por el escritor
Carlos Monsiváis en las páginas de La Jornada (06.06.01),
relativa al aislamiento de los VIH-infectados y VIH-sida en Cuba. Con ello,
Monsiváis hace una drástica y apasionada condena a un procedimiento
sanitario que se usa en todo el mundo desde hace muchos siglos, y perdura
en la actualidad en varios países y para distintas enfermedades.
Al margen de cualquier consideración política
y hablando sólo en términos de salud pública, el aislamiento
es un método útil en la lucha para controlar algunas enfermedades
infectocontagiosas o al menos alguna de sus fases clínicas. La utilización
de este modo depende de varios factores epidemiológicos, a saber:
la mortalidad y morbilidad que causa tal enfermedad, la resistencia de
la población ''sana'' a ese agente infectante específico,
si existe o no una vacuna y otros métodos efectivos capaces de prevenirla,
si hay medicamentos que puedan curarla o al menos bloquear su contagio,
y finalmente la decisión que toma la mayoría de una población
para enfrentarla epidemia y la responsabilidad de cada enfermo en cuanto
a su conducta frente a los demás.
Ahora bien, el aislamiento de enfermos contagiantes, sigue
siendo un recurso vigente para proteger los derechos humanos de quienes
los rodean.
El problema es más serio de lo que parece a simple
vista y desde un mirador tan extraño como el de Monsiváis,
las cosas pueden verse sumamente distorsionadas; se le disculpa porque
no es especialista en salud pública, pero precisamente por eso debería
ser más prudente al opinar sobre asuntos tan complejos.
Además, ¿quién preferiría,
padeciendo cualquiera de las infecciones que hemos mencionado, sufriría
en la calle con toda la libertad, pero sin protección alguna, como
están ahora miles de enfermos en México, o estar en un centro
de salud adecuado, rodeado de las atenciones que la condición humana
y de salud reclaman?
(Carta resumida)
Atentamente
Dr. Mario Rivera Ortiz
La salud es un derecho de los cubanos, dice
Señora directora: Siempre he admirado a
Carlos Monsiváis como escritor. Sin embargo, discrepo de su percepción
del trato a pacientes seropositivos en Cuba. Pocos seres humanos, en este
mundo de democracias neoliberales gozan el privilegio de tener derecho
a la salud de forma gratuita -como la tienen los cubanos-, con todo lo
que ello traduce: 1. Hospitales dignos que cuenten con tecnología
de punta, que permitan un diagnóstico oportuno, conllevando a su
vez un tratamiento expedito y correcto. 2. Medicamentos de alta especialidad
(no limitarse a un cuadro básico insuficiente e incompleto para
enfermedades como el mismo sida). 3. Especialistas altamente capacitados
que consecuentemente mejoran la calidad en la atención de los enfermos.
La Cuba ''castrista'' es uno de lo pocos países
(quizás el único) que puede presumir en voz alta del otorgamiento
de sus servicios de salud a toda su población, con estándares
de calidad por arriba de lo establecido por la propia OMS. Ningún
país en América Latina tiene los niveles de salud que disfruta
el pueblo cubano. Y a los médicos mexicanos nos consta cómo
el sistema de salud en Cuba ha logrado controlar no sólo al sida,
sino muertes infantiles asociadas a desnutrición, enfermedades diarréicas
(en nuestro país sigue siendo la primera causa de muerte en la población
menor de 5 años), la muerte materno-infantil por embarazos de alto
riesgo, tuberculosis que, dicho sea de paso, en nuestro país jamás
hemos logrado detener y se incrementa día con día (al igual
que el sida).
Cabe señalar que en los 70, la tuberculosis en
México se logró parcialmente controlar, creándose
hospitales exclusivamente para el manejo, tratamiento, control y curación
de los pacientes, proyecto que se abandonó durante el sexenio de
Echeverría bajo argumentos similares a los expuestos por Monsiváis
en relación con los sidatarios cubanos: el agravio a los derechos
humanos de los enfermos, pero se ocultó la verdadera razón:
los recursos económicos que implicaban mantener toda una infraestructura
con un equipo multidisciplinario de especialistas y los propios requerimientos
e insumos de este tipo de hospitales.
Sin embargo, tampoco la solución a estas enfermedades
es la segregación de los enfermos a determinados centros hospitalarios,
pero sí es una medida epidemiológicamente ética para
el control de las pandemias.
(Carta resumida)
Xicoténcatl García Jiménez, médico
neumólogo
Una cosa es el sistema de salud y otra el régimen
castrista, opina
Señora directora: La carta firmada por Carlos
Monsiváis, el 6 de junio, refleja cómo alguien puede no leer
un texto y se dedica a criticar el contenido de la nota del día
5, respecto al manejo de los enfermos de sida en Cuba. El escritor va del
problema de salud a discutir el sistema castrista que, quiérase
o no, ha logrado mantener la cohesión del pueblo cubano.
Con tenor más plañidero que intelectivo
compara la situación de los hospitales cubanos con los que hubieron
de padecer los leprosos en la época medieval. Cabe recordarle la
existencia de un hospital para leprosos en Zoquiapan, en donde no sólo
los enfermos han encontrado un sitio para vivir dignamente, sino han recibido
tratamiento adecuado. Como quiera que sea, las dos entidades son diametralmente
diferentes, una es curable y no es mortal, aunque sí segrega al
que la padece, mientras que la otra es mortal, y sabido es que existen
los portadores sanos, y aun cuando es factible que ellos no lo sepan, son
vectores que transmiten fatalidades. Esto es combatible mediante el trabajo
de los grupos de autoayuda que, según el informe cubano, funcionan
en sus hospitales y que, visto de manera objetiva, es el único camino
para ayudar a prevenir algo que aún no podemos curar.
Daniel Vasconcelos, médico-neurólogo
Respuesta de Monsiváis
Señora directora: A propósito de
los sidatorios en Cuba, coincido en un punto con los doctores Mario Rivera
y Xiconténcatl García Jiménez: la preocupación
por las muy débiles y timoratas políticas de salud en México
en relación al sida y muchas otras enfermedades; discrepo en cuanto
a su apoyo a la estrategia de contención del sida en Cuba que, todavía
hoy en alguna medida, propone la internación obligatoria de seropositivos
y enfermos. En su respuesta a mi crítica, los doctores señalan
lo no aludido o discutido en mis cartas, los avances de la medicina en
Cuba y la atención a los pacientes en medio de la escasez crónica.
Si esto sucede así, es de elogiarse, pero mi alegato
es muy específico; no hallo razón para celebrar la política
de reclusión obligada de los afectados por la pandemia, a los que
brutalmente se cercena de su entorno sin que en su gran mayoría
se hallen en condición terminal. Al respecto, el doctor García
Jiménez no discrepa en lo básico de mi posición: ''Sin
embargo, tampoco la solución a estas enfermedades es la segregación
de los enfermos a determinados centros hospitalarios, pero sí es
una medida epidemiológica ética para el control de las pandemias''.
Si no es la solución, ¿por qué le resulta ética?
¿Por qué hubiese podido serlo? La internación obligatoria,
al principio incluso de los familiares, asegura Francoise Escarpit, viola
con severidad los derechos humanos, equipara a la enfermedad con un delito
grave, da por terminada la capacidad productiva y de hecho las esperanzas
de los enfermos que, en adelante, serán ya sólo eso... y,
además, no resuelve el problema.
El doctor Rivera, de manera irrefutable, no me considera
especialista en salud pública. Sin embargo, no se requiere serlo
para hallar éticamente inadmisible lo que el propio doctor García
Jiménez halla médicamente inviable, la segregación
de los enfermos por orden estatal, en función de una política
de salud deshumanizada y de una cuarentena inexistente. (Insisto ¿y
el control epidemiológico de los turistas? Si es imposible deben
reconocerlo). Dice el doctor Rivera: ''El aislamiento de los enfermos contagiantes
sigue siendo un recurso vigente para proteger los derechos humanos de quienes
los rodean''.
¿Esto tiene algo que ver con el sida, o, más
bien, el doctor se aisla en su desinformación? Afirma: ''¿Quién
preferirá, padeciendo cualquiera de las infecciones que hemos mencionado,
sufrirla en la calle con toda la libertad, pero sin protección alguna,
como están ahora miles de enfermos en México, o estar en
un centro de salud adecuado, rodeado de las atenciones que la condición
humana y de salud reclaman?''. La disyuntiva es nada más del doctor
Rivera. Creo posible la libertad con protección, porque no me convencen
ni las restricciones totalizadoras intentadas en Cuba, ni la indiferencia
de las autoridades de salud en México, uno de cuyos argumentos vendría
a ser: ''No mencionen ni el condón ni el sida en los medios electrónicos,
porque se ruborizan nuestros ancestros''.
El doctor Daniel Vasconcelos me achaca una comparación
absurda entre los hospitales cubanos y los leprosarios medievales, cuando
sólo propuse otro término adecuado: sidaretos, a semejanza
de los lazaretos. Luego, sugiere para seropositivos y enfermos de sida
el ejemplo del hospital para leprosos de Zoquiapan, y finalmente describe
a los portadores del VIH: ''Vectores que transmiten fatalidades''. ¿Todos
ellos? ¿Siempre? Y Vasconcelos, para combatir la pandemia, se solidariza
con la técnica aplicada en Cuba: grupos de autoayuda que le parecen
''desde el ángulo más humano, más útil y efectivo
de la práctica médica, es el único camino para ayudar
a prevenir algo que aún no podemos curar''. ¡El Santo y
Blue Demon contra el Virus! De manera que, en internación obligatoria,
los enfermos, constituidos en grupos de autoayuda, son el único
camino. ¿Pero cómo van a prevenir los que no pueden salir?
Atentamente
Carlos Monsiváis
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