JUEVES DE CORPUS
Hace
30 años, el jueves 10 de junio de 1971, el grupo de choque Los Halcones
reprimió brutalmente una pacífica manifestación de
estudiantes y maestros en la ciudad de México. Pese al saldo de
siete muertos y una veintena de lesionados reportado por la Dirección
de Policía y Tránsito capitalina, nunca se supo cuántos
murieron aquel Jueves de Corpus. Esa misma noche, el presidente Echeverría
apareció en televisión para condenar lo ocurrido y ordenar
una inmediata investigación. Tres décadas después,
desconocemos a los verdaderos responsables de la matanza.
El gobierno de Echeverría no dudó en aplicar
la violencia de Estado en contra de los llamados grupos radicales --guerrillas
rurales, urbanas y movimientos estudiantiles-- como la Asociación
Cívica Nacional Revolucionaria, encabezada por Genaro Vázquez
Rojas; el Frente Urbano Zapatista; el Comité Estudiantil Revolucionario;
el Movimiento de Acción Revolucionaria; la Liga Armada Comunista
o el Comando Armado del Pueblo.
Si bien la guerra sucia de Gustavo Díaz Ordaz,
Luis Echeverría y José López Portillo es incomparable
con la magnitud de las atrocidades cometidas por los regímenes militares
sudamericanos, no dejan de ser gobiernos que cometieron graves violaciones
a los derechos humanos. Lo mismo podemos decir de los ex presidentes Miguel
de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, en cuyas administraciones
se suscitó tal grado de represalias que, en más de una ocasión,
llamaron la atención de la Comisión de Derechos Humanos de
la ONU. A pesar de que en las versiones oficiales los grupos paramilitares
y de choque eran puras invenciones, sobran pruebas de la existencia de
estos grupos armados y su perversa relación con el poder.
Una de las características del régimen priísta
fue la creación de una sólida red de complicidades transexenales
que, al margen de la ley, brindó protección a quienes solaparon,
armaron y entrenaron a estos grupos de la muerte, pero, sobre todo, a quienes
tomaron las decisiones y dictaron las órdenes.
Tras el cambio de partido en el poder, el nuevo gobierno
tiene la oportunidad de resolver las atrocidades consumadas en sexenios
anteriores, porque, y así lo han manifestado diversas organizaciones
no gubernamentales, un gobierno que no procura solucionar las violaciones
a los derechos humanos cometidas en el pasado reciente, comete, por la
simple omisión, una nueva violación a estos derechos.
El régimen priísta usó la violencia
de Estado como un dogma de sobrevivencia, y crímenes como los de
Tlatelolco, Tehuipango, Aguas Blancas, Acteal, El Bosque, o los asesinatos
políticos --entre ellos, 600 perredistas-- durante el sexenio de
Salinas siguen impunes.
Hoy, la presencia de grupos paramilitares en Chiapas que
reciben protección y apoyo de las fuerzas de seguridad pública
de municipios priístas, ponen en evidencia que las maquinarias de
represión del Estado siguen funcionando pese a los indudables avances
en la defensa de los derechos humanos en los últimos años.
La elección entre el borrón y cuenta nueva
o la creación de una comisión de la verdad es un asunto de
la mayor importancia para el gobierno de Vicente Fox. La decisión
final no debe ser producto de una postura unilateral o previamente cabildeada
entre el gobierno federal, su partido y el PRI, sino el resultado de un
amplio debate social. Sin orillar el debate hacia una cacería de
brujas, el cinismo, la crueldad, ilegalidad y corrupción que abrigaron
a los actos violentos del régimen priísta no deben quedar
impunes.
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