MENEM: ENCUENTRO CON LA JUSTICIA
La detención de Carlos Menem y su reclusión
en régimen de arresto domiciliario son noticias alentadoras para
la consolidación de la democracia en Argentina y Latinoamérica,
y constituyen pasos importantes en el combate a la impunidad de la que
disfruta la mayoría de los ex mandatarios que, en esta región
del mundo, han cometido actos ilícitos a su paso por el poder.
Ciertamente, aún está por establecerse,
con las formalidades procesales del caso, la culpabilidad o la inocencia
del político justicialista; pero tal esclarecimiento resultaba obligado
ante quien, como Menem, es asociado por la opinión pública
de su país y del extranjero con actos de corrupción y excesos
y abusos de poder.
Esa fama pública, que lo persigue desde que ocupaba
la Presidencia, no fue producto de una campaña de linchamiento ni
de maquinaciones de sus enemigos políticos, sino de un ejercicio
gubernamental plagado de irregularidades, de las cuales el tráfico
de armas a Ecuador y Croacia --motivo de su actual detención-- probablemente
sea sólo la punta del iceberg.
Más allá de las responsabilidades penales
específicas que puedan fincarse al ex presidente, debe señalarse
su pertenencia a una generación de mandatarios latinoamericanos
que, en las últimas décadas del siglo recién pasado,
impusieron un liberalismo económico depredador, abusaron del poder
y dejaron en sus países respectivos una grave devastación
social y económica y una terrible descomposición política
e institucional.
Son notables, en este sentido, las semejanzas entre Carlos
Andrés Pérez, Carlos Salinas de Gortari, Alberto Fujimori
y el propio Menem, por mencionar sólo a los más célebres
representantes de un perfil presidencial finisecular cuyos trazos principales
son la globalización salvaje, la corrupción y el autoritarismo.
Todos ellos arrastran una imagen pública que los
vincula con la delincuencia; el venezolano, en su momento, purgó
una condena de prisión; ahora el argentino se encuentra bajo arresto
domiciliario y el peruano está prófugo; sólo el mexicano
ha logrado evitar las imputaciones formales en su contra, aunque desde
hace seis años evita residir en su país.
Independientemente del curso de los procesos judiciales
que se realizaron y que se desarrollan actualmente o que se emprendan en
el futuro contra estos ex mandatarios, se han hecho acreedores a un repudio
social proporcional al daño que causaron en sus naciones. Ahora
se requiere ir al fondo en los juicios en curso e iniciar los que procedan,
pero es necesario también avanzar en la regulación del ejercicio
del poder público para que la arbitrariedad, la arrogancia, la insensibilidad
y la descomposición no vuelvan a sentarse, en esta región
del mundo, en ninguna silla presidencial.
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