EL INFORME SEMESTRAL DE FOX
El documento presentado ayer por el presidente Vicente Fox,
denominado Presentación de Avances de Actividades del Primer Semestre,
tiene la motivación explícita de buscar una comunicación
más fluida y transparente del gobierno con la sociedad, un propósito
sin duda apreciable después de muchas décadas de regímenes
hieráticos y hasta autistas, como el propio Fox y otros políticos
definieron sobre la pasada presidencia zedillista. La rendición
de cuentas es, ciertamente, condición indispensable de un ejercicio
democrático y republicano del poder público.
Sin embargo, el mensaje de ayer presenta aspectos cuestionables
que no deben dejarse de lado. Desde el punto de vista del contenido, lo
dicho por Fox, a sólo seis meses de haber iniciado su gestión,
incluye necesariamente una enunciación de propósitos de gobierno
que resulta redundante con respecto a su discurso de toma de posesión
y que, a diferencia de aquél, son recibidos por un entorno social
más escéptico y menos dispuesto a otorgar al mandatario el
beneficio de la duda.
Por lo que hace al recuento de logros, y sin poner en
tela de juicio la veracidad de los anunciados ayer, el mensaje presidencial
recuerda los tonos triunfalistas y autocomplacientes con los que cada año
los jefes de Estado priístas anunciaban la construcción del
país a partir de la nada. Sería preocupante que esa evocación
difícilmente eludible causara una temprana erosión en la
credibilidad de la presidencia foxista.
Es cierto que el titular del Ejecutivo federal ha renunciado,
de palabra y hecho, a ejercer aquellas "facultades metaconstitucionales"
que se arrogaron sus antecesores y que en este primer semestre del sexenio
la Presidencia ha tenido actitudes plausibles de diálogo y tolerancia
para con sus adversarios políticos. Pero en no pocas ocasiones se
ha dado la impresión de que, privada de esas facultades, la institución
presidencial no encuentra otro recurso que la alocución, e incluso
que ha abusado de ella.
Si en política el fondo es forma, esa apariencia
--así sea sólo apariencia-- bastaría para generar
un indeseable desgaste político de una administración pública
que no debe darse el lujo de gastar en forma prematura su credibilidad
y su autoridad moral. Es el caso concreto de la insistencia presidencial
al Congreso de la Unión para que apruebe la reforma fiscal --a través
de la "fórmula que sea"--, la cual se ha mostrado contraproducente
y ha incrementado la renuencia de las bancadas opositoras a dar curso al
examen, modificación y aprobación de las propuestas del Ejecutivo.
Por último, la transparencia gubernamental no tendría
por qué traducirse en un uso desmedido de la tribuna --y esa es
la impresión que queda en diversos sectores sociales después
del informe semestral de ayer--, sobre todo cuando ha pasado tan poco tiempo
para aterrizar propósitos y concretizar logros.
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