CARCELES: ABUSOS, CORRUPCION, INEFICIENCIA
La recomendación 07/2001, enviada recientemente por
la Comisión Nacional de Derechos Humanos a la Secretaría
de Seguridad Pública (SSP del gobierno federal, presidida por Alejandro
Gertz Manero), es un recuento exasperante de abusos de poder que no son,
sin embargo, descubrimientos de última hora, sino reportes de una
amarga y vieja realidad en las cárceles del país. La vejación
regular de los reclusos, de sus familiares y abogados es, en efecto, uno
de los vicios más arraigados en el sistema penitenciario nacional,
y no deja de tener cierta lógica el que las autoridades de algunos
Cefereso reconozcan, incluso con cierta dosis de candidez, que forma parte
de los procedimientos rutinarios de sus instituciones, en las cuales los
derechos humanos son letra muerta.
Aunque ninguna consideración de seguridad podría
justificar la comisión de tales abusos, es claro que en muchos funcionarios
de prisiones persiste, expresada con cinismo o encubierta con hipocresía,
la idea de que los atropellos referidos forman parte de mecanismos de seguridad
necesarios para mantener cierto orden en las cárceles.
Tal concepción es, por supuesto, falsa. Las drogas,
las armas y los planes e instrumentos para la fuga de reclusos no ingresan
a los penales en las cavidades corporales de los visitantes, sino a través
de las oficinas y de las estructuras administrativas corrompidas. Las revisiones
abusivas y violatorias de los derechos humanos en contra de los familiares
de los reclusos --casi siempre, de los más humildes-- son un ejercicio
de prepotencia o un mecanismo para facilitar la extorsión de los
visitantes por parte de empleados públicos inescrupulosos. A este
respecto, es significativo que uno de los penales que destacan por este
tipo de abusos de poder, el de Puente Grande, en Jalisco, haya sido el
escenario de la fuga más sonada de los últimos meses: la
de Joaquín El Chapo Guzmán, evasión que, según
la información disponible, fue posible por la corrupción
de altos funcionarios del propio reclusorio y de diversas oficinas gubernamentales.
Los atropellos a la dignididad humana, la corrupción
estructural y la ineficiencia carcelaria son distintos aspectos de una
misma cosa: la crisis del sistema penitenciario del país, expresión,
a su vez, de la descomposición institucional que afecta a los sistemas
de procuración e impartición de justicia en el país.
Son impostergables, en ellos, acciones profundas de moralización
y saneamiento. Mientras no se realicen esas tareas, las cárceles
del país seguirán siendo no el recurso extremo del estado
de derecho, sino su negación rotunda.
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