PELIGRO EN LA TORRE
Todos estamos conscientes de que desde el inicio de su mandato,
como nos lo avisaba su campaña electoral, el presidente Fox ha intentado
dar una nueva fisonomía a la política mexicana, al menos
a la que practican los miembros de su gabinete y él mismo. Si bien
esto puede ser refrescante ante la costumbre de un proceder siempre solemne,
a veces hierático, que caracterizó al priísmo, incluyendo
al más deslavado del último sexenio, implica también
riesgos que van más allá de la descalificación o aprobación
de la conducta y decires de los funcionarios. Puede acontecer, como de
hecho ha sucedido, que la ligereza en las formas tenga repercusiones nada
saludables para un gobierno que inicia en el conjunto del quehacer político
y sus señales hacia la sociedad.
El tema de la política exterior de México
es siempre delicado y sensible. Esa política tiene una larga tradición,
de gran fortaleza en su contenido, y también de nombres ilustres
en sus protagonistas a lo largo de siglo y medio. Desafortunadamente en
estos días hemos presenciado una serie de hechos e incidentes que
requieren una reflexión seria, e incluso nos atrevemos a decir,
un rápido y eficaz reencauzamiento.
En primer término el voto de abstención
de México ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU
en la sesión que condenó a Cuba, provocó una desafortunada
concatenación de hechos.
El canciller cubano, Felipe Pérez Roque, hizo un
conjunto de señalamientos imprudentes además de severos sobre
la actitud que, a juicio de su gobierno, habían tenido tanto el
presidente Fox como el canciller Castañeda. Ante este hecho inédito
en nuestras relaciones con La Habana, el secretario de Relaciones Exteriores
de México reaccionó de manera personalizada con expresiones
muy desafortunadas.
Si las palabras del ministro cubano fueron tomadas como
una provocación, un canciller, y sobre todo un canciller mexicano
debe reaccionar guardando las formas, máxime si las declaraciones
incómodas provienen de un país siempre amigo y agradecido,
y sometido a una permanente presión y embargo.
La respuesta dada por el secretario de Relaciones Exteriores
de México, sólo la podemos entender como producto de un carácter
irritable y de una reiterada muestra de falta de experiencia en la materia.
Hay que tener conciencia plena de que no puede haber reacciones personales
ante cuestiones que atañen a políticas de Estado
Las declaraciones de ambos cancilleres generaron a su
vez una nueva cadena de dimes y decires contradictorios que a la sociedad
incomodan y desconciertan. No todo lo inédito suele ser lo correcto;
la mesura es generalmente, y más en política exterior, una
buena compañera de viaje. Como lo es tambien la prudencia para no
ahondar debates o dar pie a mayores confusiones.
Confiamos en que tanto Cuba como México sabrán
superar este incidente, pero es deseable que deje lecciones aprendidas.
Aunado a lo anterior, ha habido otros procederes que han
descuidado las formas en la política exterior. El primero, sin duda,
tener una embajadora especial para temas vinculados a los derechos humanos
que no ha sido ratificada por el Senado de la República. El hecho
de que ya esté en funciones irrita, con razón, al órgano
legislativo.
Por otra parte, el Ejecutivo firma en la reciente cumbre
en Quebec dos declaraciones que de hecho son cartas de intención
que comprometen la política y la economía nacionales, y lo
hace, también en este caso, sin consultar previamente al Senado
de la República.
Es necesario que la política exterior de México
se maneje en los cauces de las formas tradicionales, formas que además
tienen un claro mandato constitucional. El nuevo papel protagónico
que con todo derecho quiere desempeñar el nuevo gobierno en el ámbito
internacional, con aspectos en los que incluso muchos mexicanos están
de acuerdo, no tiene por qué implicar precipitaciones e incluso
pasar por alto formas legales, máxime de un gobierno que desde un
primer momento ha pretendido caracterizarse por el apego a la ley y la
construcción plena de un Estado de derecho.
Pero sobre todo, la expresión de la política
exterior requiere lineamientos claros, definiciones precisas, y sobriedad
y prudencia.
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