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México, D.F. miércoles 25 de abril de 2001 
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Editorial
 
PELIGRO EN LA TORRE 

SOL Todos estamos conscientes de que desde el inicio de su mandato, como nos lo avisaba su campaña electoral, el presidente Fox ha intentado dar una nueva fisonomía a la política mexicana, al menos a la que practican los miembros de su gabinete y él mismo. Si bien esto puede ser refrescante ante la costumbre de un proceder siempre solemne, a veces hierático, que caracterizó al priísmo, incluyendo al más deslavado del último sexenio, implica también riesgos que van más allá de la descalificación o aprobación de la conducta y decires de los funcionarios. Puede acontecer, como de hecho ha sucedido, que la ligereza en las formas tenga repercusiones nada saludables para un gobierno que inicia en el conjunto del quehacer político y sus señales hacia la sociedad. 

El tema de la política exterior de México es siempre delicado y sensible. Esa política tiene una larga tradición, de gran fortaleza en su contenido, y también de nombres ilustres en sus protagonistas a lo largo de siglo y medio. Desafortunadamente en estos días hemos presenciado una serie de hechos e incidentes que requieren una reflexión seria, e incluso nos atrevemos a decir, un rápido y eficaz reencauzamiento. 

En primer término el voto de abstención de México ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en la sesión que condenó a Cuba, provocó una desafortunada concatenación de hechos. 

El canciller cubano, Felipe Pérez Roque, hizo un conjunto de señalamientos imprudentes además de severos sobre la actitud que, a juicio de su gobierno, habían tenido tanto el presidente Fox como el canciller Castañeda. Ante este hecho inédito en nuestras relaciones con La Habana, el secretario de Relaciones Exteriores de México reaccionó de manera personalizada con expresiones muy desafortunadas. 

Si las palabras del ministro cubano fueron tomadas como una provocación, un canciller, y sobre todo un canciller mexicano debe reaccionar guardando las formas, máxime si las declaraciones incómodas provienen de un país siempre amigo y agradecido, y sometido a una permanente presión y embargo. 

La respuesta dada por el secretario de Relaciones Exteriores de México, sólo la podemos entender como producto de un carácter irritable y de una reiterada muestra de falta de experiencia en la materia. Hay que tener conciencia plena de que no puede haber reacciones personales ante cuestiones que atañen a políticas de Estado 

Las declaraciones de ambos cancilleres generaron a su vez una nueva cadena de dimes y decires contradictorios que a la sociedad incomodan y desconciertan. No todo lo inédito suele ser lo correcto; la mesura es generalmente, y más en política exterior, una buena compañera de viaje. Como lo es tambien la prudencia para no ahondar debates o dar pie a mayores confusiones. 

Confiamos en que tanto Cuba como México sabrán superar este incidente, pero es deseable que deje lecciones aprendidas. 

Aunado a lo anterior, ha habido otros procederes que han descuidado las formas en la política exterior. El primero, sin duda, tener una embajadora especial para temas vinculados a los derechos humanos que no ha sido ratificada por el Senado de la República. El hecho de que ya esté en funciones irrita, con razón, al órgano legislativo. 

Por otra parte, el Ejecutivo firma en la reciente cumbre en Quebec dos declaraciones que de hecho son cartas de intención que comprometen la política y la economía nacionales, y lo hace, también en este caso, sin consultar previamente al Senado de la República. 

Es necesario que la política exterior de México se maneje en los cauces de las formas tradicionales, formas que además tienen un claro mandato constitucional. El nuevo papel protagónico que con todo derecho quiere desempeñar el nuevo gobierno en el ámbito internacional, con aspectos en los que incluso muchos mexicanos están de acuerdo, no tiene por qué implicar precipitaciones e incluso pasar por alto formas legales, máxime de un gobierno que desde un primer momento ha pretendido caracterizarse por el apego a la ley y la construcción plena de un Estado de derecho. 

Pero sobre todo, la expresión de la política exterior requiere lineamientos claros, definiciones precisas, y sobriedad y prudencia.
 

 

 

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