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México, D.F. sábado 10 de marzo de 2001
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Editorial
 

RACISMO Y CLASISMO EN COPARMEX

SOLLo sucedido ayer en la 78 asamblea nacional de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), puso en evidencia la intolerancia y racismo de un grupo de empresarios, encarnada en su recién nombrado presidente, Jorge Espina Reyes, quien lanzó toda clase de adjetivos condenatorios al movimiento indígena que encabeza el EZLN.

La rabieta de Espina Reyes, plagada de comentarios desatinados y negligentes, contó con el beneplácito de unos 500 empresarios, quienes parecieron, por momentos, uno de esos grupos sectarios dispuestos a linchar a los "ignorantes y perversos" indígenas que se atreven a entrar por la puerta principal de la casa para encarar al patrón. 

Resulta penoso que el presidente Vicente Fox, quien ha comprendido la dimensión del problema indígena y ha demostrado verdadera voluntad política para resolverlo, parezca estar solo en esta batalla para alcanzar la paz y acuerdos dignos para los indígenas.

En los últimos días hemos observado cómo ha crecido la ira de diversos analistas, politólogos y comentaristas de los medios en contra del subcomandante Marcos y las causas del movimiento zapatista, pero más aún, ha despertado el encono de algunos de los sectores más conservadores, quienes, paradójicamente, cargan con buena parte de la responsabilidad del atraso y desigualdad social que impera en el país. 

La marcha de los zapatistas se ha convertido en el blanco de sus agresiones; la sola idea de que sean tratados como iguales parece causarles tirria. Podría parecer que por primera vez se dan cuenta de que los indígenas existen, que son millones y que representan sólo una parte de los pobres de este país. Y eso por lo menos debe inquietarlos y, en algunos casos, aterrorizarlos. 

Estos grupos conservadores a ultranza se están convirtiendo en el mayor obstáculo en el camino para la reanudación del diálogo. Pero son también un problema para Vicente Fox, porque muchos de ellos comulgan y hasta militan en el partido que lo llevó a la Presidencia. Precisamente son estos sectores radicales los que le están dando la espalda a la democracia, los que evidencian no comprender la gravedad de la desigualdad social en México y el dramatismo de sus perspectivas.

Los epítetos --"protagónicos", "chantajistas", "utópicos", "demagogos irresponsables", "ignorantes supinos", "amenazantes de violencia"...-- que lanzó ayer el presidente de la Coparmex en contra de los zapatistas son en verdad lamentables. Expresan la limitada visión de un líder sectorial que sólo conoce un México, ese en el que los indígenas --y los pobres en general-- son un dato estadístico con el que se puede vivir. Son el tipo de argumentos que se pueden aplicar a quienes, año con año, han ofrecido resolver los problemas del país, pero que en los hechos han ignorado la existencia de por lo menos 44 millones de pobres.

Pero gran parte de la sociedad mexicana ya no cree en este tipo de posturas y está expresando su apoyo al zapatismo porque se trata de una lucha que atañe a todos. Un claro ejemplo de esto es el respaldo de millones de ciudadanos en México y otras partes del mundo a la aprobación en el Congreso de la iniciativa emanada de los acuerdos de San Andrés. 
 
 

 

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