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México, D.F.lunes 18 de diciembre de 2000 
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Editorial
 
POPOCATEPETL: INCERTIDUMBRE Y DESCONFIANZA 

SOL Pese a la reducción de la actividad volcánica del Popocatépetl durante las últimas horas, según han declarado los expertos, es imposible pronosticar con certeza el tiempo y la dimensión de una posible erupción violenta del volcán en los próximos días. Ante esta incertidumbre, las autoridades decidieron mantener el semáforo de alerta y elevar a 41 mil el número de personas que deben desalojar la zona de riesgo. Pero, de acuerdo con los últimos informes, tan sólo 12 por ciento de los pobladores de las localidades amenazadas han respondido al llamado de evacuación. 

Por una parte, algunos afectados que consideran exagerados los signos de alerta oficial hacen caso omiso a las indicaciones y se resisten a salir. Los que acceden, una vez ubicados en los albergues, se muestran inquietos por regresar a sus casas. La razón: temen perder lo poco que tienen. 

Las autoridades pretenden persuadir a la gente bajo la lógica del miedo, o dicho de manera elegante: la prevención de un desaste mayor, para que abandonen sus hogares y sus escasas pertenencias. Por supuesto, la intención es noble ya que se busca dar protección ante una posible catástrofe. Pero, al parecer, la forma de acercarse a la gente no ha sido la adecuada. El problema es de confianza; es decir, la gente teme retirarse, porque nadie les ha garantizado que, a su regreso, van a encontrar los bienes que dejaron. 

Es indispensable que las autoridades ofrezcan plenas garantías que den seguridad a los afectados. No se puede convencer a la población para que se traslade a lugares seguros, si detrás dejan sus posesiones a la deriva. De por sí, abandonar la casa, por más humilde que ésta sea, con la conciencia de que una posible -nunca deseable- erupción violenta se lo lleve todo, es una causa de intranquilidad mayor que debe rondar por la mente de los pobladores vecinos del volcán. Si a esto le sumamos la posibilidad del desfalco ante la ausencia, la tarea de convencimiento por parte de las autoridades se complica aún más. 

Si las autoridades encargadas de persuadir y convencer a los afectados para que desalojen, empezaran por cambiar estos conceptos dignos de un manual de ventas y buscaran tener un acercamiento responsable, garante de seguridad tanto física como material que tranquilice los inevitables temores de la gente, los llamados a evacuar tendrían, sin duda, una respuesta mucho más favorable que la lograda hasta ahora. El fin es el mismo: proteger a la población en peligro. La diferencia está en las formas de concebir la responsabilidad social. 
 

 

 

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