POPOCATEPETL: INCERTIDUMBRE Y DESCONFIANZA
Pese a la reducción de la actividad volcánica
del Popocatépetl durante las últimas horas, según
han declarado los expertos, es imposible pronosticar con certeza el tiempo
y la dimensión de una posible erupción violenta del volcán
en los próximos días. Ante esta incertidumbre, las autoridades
decidieron mantener el semáforo de alerta y elevar a 41 mil el número
de personas que deben desalojar la zona de riesgo. Pero, de acuerdo con
los últimos informes, tan sólo 12 por ciento de los pobladores
de las localidades amenazadas han respondido al llamado de evacuación.
Por una parte, algunos afectados que consideran exagerados
los signos de alerta oficial hacen caso omiso a las indicaciones y se resisten
a salir. Los que acceden, una vez ubicados en los albergues, se muestran
inquietos por regresar a sus casas. La razón: temen perder lo poco
que tienen.
Las autoridades pretenden persuadir a la gente bajo la
lógica del miedo, o dicho de manera elegante: la prevención
de un desaste mayor, para que abandonen sus hogares y sus escasas pertenencias.
Por supuesto, la intención es noble ya que se busca dar protección
ante una posible catástrofe. Pero, al parecer, la forma de acercarse
a la gente no ha sido la adecuada. El problema es de confianza; es decir,
la gente teme retirarse, porque nadie les ha garantizado que, a su regreso,
van a encontrar los bienes que dejaron.
Es indispensable que las autoridades ofrezcan plenas garantías
que den seguridad a los afectados. No se puede convencer a la población
para que se traslade a lugares seguros, si detrás dejan sus posesiones
a la deriva. De por sí, abandonar la casa, por más humilde
que ésta sea, con la conciencia de que una posible -nunca deseable-
erupción violenta se lo lleve todo, es una causa de intranquilidad
mayor que debe rondar por la mente de los pobladores vecinos del volcán.
Si a esto le sumamos la posibilidad del desfalco ante la ausencia, la tarea
de convencimiento por parte de las autoridades se complica aún más.
Si las autoridades encargadas de persuadir y convencer
a los afectados para que desalojen, empezaran por cambiar estos conceptos
dignos de un manual de ventas y buscaran tener un acercamiento responsable,
garante de seguridad tanto física como material que tranquilice
los inevitables temores de la gente, los llamados a evacuar tendrían,
sin duda, una respuesta mucho más favorable que la lograda hasta
ahora. El fin es el mismo: proteger a la población en peligro. La
diferencia está en las formas de concebir la responsabilidad social.
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