RELEVO EN EL DF
Hoy
llega a su fin el primer gobierno democráticamente electo de la
ciudad de México y se inicia la administración de Andrés
Manuel López Obrador, primer gobernador capitalino electo para un
periodo de seis años.
De 1997 a la fecha, con Cuauhtémoc Cárdenas
primero, y con Rosario Robles en el último tramo, la capital de
la República se ha estrenado como una colectividad con autoridades
electas y ha dejado de ser el coto de poder presidencial que agraviaba
a sus habitantes y los colocaba, ante el resto del país, como menores
de edad políticos. La administración urbana, por su parte,
ha dejado de ser el espacio óptimo para el saqueo y el desvío
de recursos, actividades que en tiempos del ahora prófugo Oscar
Espinosa Villarreal alcanzaron niveles de escándalo.
El mandato que está por terminar ha sido un periodo
difícil, caracterizado por la hostilidad del Ejecutivo Federal,
el PRI y el PAN --los cuales dejaron a la urbe en la intemperie presupuestal--
y por el acoso de los grandes conglomerados mediáticos, un acoso
que empezó desde la campaña electoral de 1997. A pesar de
ello, las administraciones de Cárdenas y de Robles demostraron que
es posible la convivencia entre el gobierno nacional y un Distrito Federal
en manos de la oposición. Más aun, demostraron que, con voluntad
política, la problemática urbana, ciertamente desmesurada,
puede empezar a resolverse.
López Obrador hereda, sin duda, una ciudad conflictiva,
pero en búsqueda de soluciones. Han descendido los niveles de criminalidad
e inseguridad --a pesar de la siempre activa campaña de histeria
colectiva alimentada por ciertos medios, en especial electrónicos--,
se ha combatido la corrupción en la administración pública
con una determinación sin precedentes y, pese a la astringencia
de recursos impuesta por el PRI y el PAN en el Congreso, se ha realizado
obra pública de importancia. Asimismo, se ha emprendido una vasta
tarea de reconstrucción del tejido social urbano, golpeado por tres
lustros continuos de política económica neoliberal, empobrecedora
y privatizadora, se han establecido espacios de convivencia y se ha dado
un impulso inocultable a las actividades culturales y recreativas.
Ciertamente, es mucho lo que falta por hacer para restituir
a la urbe su dimensión humana y su habitabilidad, y en este sentido
el nuevo jefe de Gobierno enfrentará desafíos bien identificados:
la relación con el gobierno federal, con las autoridades del estado
de México, con jefes de delegación panistas y con una Asamblea
Legislativa sin mayoría gubernamental; la batalla por el presupuesto
en la Cámara de Diputados; la profundización de la lucha
contra la corrupción y la impunidad --porque sería ingenuo
ignorar la existencia de estamentos mafiosos que aún permanecen
enquistados en la estructura de la administración pública--;
el ordenamiento del transporte y del comercio ambulante; la recuperación
ambiental; la dignificación, en fin, de la vida urbana.
Cabe esperar, por el bien de la metrópoli y del
país, que tenga éxito en su gobierno.
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