INDICADORES INCOMODOS
El lunes pasado, Francisco Barrio Terrazas, encargado en
el equipo de transición del presidente entrante de la lucha contra
la corrupción, estimó que ésta cuesta cada año
al país 9.5 por ciento del producto interno bruto, es decir, más
de 500 mil millones de pesos. Ayer, el presidente de la Asociación
de Banqueros de México, Héctor Rangel Domene, indicó
por su parte que en la economía nacional se lavan anualmente más
de 200 mil millones de pesos procedentes de actividades ilícitas,
principalmente del narcotráfico.
Tales indicadores, que no aparecen entre aquellos de los
que hace ostentación la arrogancia tecnocrática, expresan
una alarmante inoperancia de las instituciones públicas y privadas
en el marco de un estado de derecho. El medio billón de pesos que
se escatima a las arcas públicas anualmente en actos de corrupción
no es, a fin de cuentas, sino una vasta privatización ilegal de
recursos públicos en la que participan, en pie de complicidad, funcionarios,
empresarios y simples ciudadanos. Por su parte, la delincuencia organizada
requiere, necesariamente, de la participación del sistema financiero
privado para blanquear los 200 mil millones anuales de sus ganancias ilegales.
Tales cifras obligan a pensar que los mecanismos de control
y fiscalización vigentes, así como el sistema de procuración
e impartición de justicia son, en parte, un aparato de simulación.
En efecto, si las transacciones por los montos mencionados pasan inadvertidas
a las contralorías estatales y a la federal, a la Secretaría
de Hacienda y a las procuradurías del país, ello sólo
puede deberse a una asombrosa ineficiencia, a un designio de hacerse de
la vista gorda o, más probablemente, a una combinación de
ambos factores. Erradicar la una y el otro requeriría, simplemente,
de voluntad política; las dimensiones de la corrupción y
del lavado de dinero muestran la ausencia, a lo largo del sexenio, de tal
determinación.
En otro sentido, las cifras mencionadas por Barrio Terrazas
y por Rangel Domene muestran hasta qué punto las descripciones macroeconómicas
oficiales caen en el terreno de la ficción. Si el discurso gubernamental
descontara de sus cifras públicas los movimientos procedentes de
actividades ilícitas y se limitara a presentar la economía
legal, el retrato resultante dejaría mucho que desear.
Es necesario, sin embargo, avanzar a una actitud de sinceridad
y realismo en el manejo de los números nacionales por parte de las
autoridades, no sólo para hacer más eficiente --ahora que
el neologismo "eficientar" llega a las altas esferas del poder-- la administración
pública sino para disponer de información confiable para
combatir la ilegalidad en todas sus formas. |