CHIAPAS: SIGNOS DE INCENDIO
Conforme se acerca el cambio de gobernantes en la Federación
y en Chiapas, las tensiones en esa entidad crecen a ojos vistas, y se acentúan
la descomposición social y los síntomas de ingobernabilidad.
Como se ha documentado en estas páginas en días pasados,
los conflictos y los factores de desestabilización se han multiplicado
en el territorio chiapaneco, hasta el punto de poner en peligro una sucesión
armónica y pacífica en el Ejecutivo estatal. La violenta
reacción de los grupos paramilitares a la detención de 11
de sus integrantes, la proliferación de enfrentamientos inter e
intracomunitarios --con su cauda de asesinatos, atentados, saqueos y expulsión
de familias de sus lugares de origen--, el renovado empeño de las
autoridades actuales por solapar y proteger a las bandas armadas de filiación
priísta y la ofensiva de la delincuencia común.
Para colmo, en ese explosivo contexto, el 18 de octubre
el Ejecutivo federal sembró una indeseable semilla de provocación
y violencia al emitir un decreto expropiatorio de ocho hectáreas
pertenecientes a la comunidad de Amador Hernández para instalar,
allí, un cuartel del Ejército Mexicano. Esa medida, que ha
suscitado el inmediato rechazo de los pobladores y las protestas de diversas
organizaciones de la sociedad civil, es emblemática de la actitud
de acoso, provocación y agresión innecesaria sostenida durante
el presente sexenio contra los indígenas chiapanecos rebeldes, y
si hay congruencia en los propósitos pacificadores del equipo político
que conformará el próximo gobierno, una de sus primeras medidas
tendría que ser la anulación del mencionado decreto expropiatorio
y el retiro de las tropas estacionadas en Amador Hernández.
En lo relativo a las autoridades que están a punto
de entregar el poder, su proclamado empeño por entregar el país
en armonía y estabilidad económicas al próximo presidente
se ve desmentido por el desdén y la hostilidad gubernamentales contra
los alzados de Chiapas.
Así fuera como un gesto de cortesía republicana
para con su sucesor, el actual Ejecutivo Federal debería poner,
en esa entidad, un empeño de contención equivalente al que
se aplica en los ámbitos bursátil y cambiario, y abstenerse
de echar más leña al fuego chiapaneco. Las próximas
semanas serán cruciales en este sentido, y en ese tiempo es indispensable
que el gobierno federal amarre las manos a las descontroladas huestes de
Roberto Albores y de la oligarquía tradicional de Chiapas, la cual,
obviamente, busca aprovechar el doble vacío de poder nacional y
estatal para escalar el conflicto y descarrilar, así, la sucesión
en la gubernatura.
Si lograran su propósito, Ernesto Zedillo dejaría
a Vicente Fox el legado de un incendio político y social en el sureste
del país. |