CERRAR
LAS MALLAS DE LA LEY
El incendio de una discoteca o "antro", en el vocabulario
popular, pone a luz nuevamente --ya lo había hecho Cuauhtémoc
Cárdenas cuando gobernaba el Distrito Federal-- la necesidad de
modificar el marco legal para no seguir ofreciendo escapatorias al crimen
organizado.
Pandillas de explotadores de la prostitución, de
tratantes de mujeres, de traficantes en droga, asesorados por equipos de
abogados que conocen todas las triquiñuelas legales, actúan
impunemente, aprovechando complicidades policiales o los resquicios que
les brinda un aparato judicial mal pagado, sobrecargado de trabajo o peor
preparado que los letrados al servicio de los pandilleros. A ello se añade,
desde luego, las deficiencias de legislaciones caducas, llenas de flancos
débiles, rebasadas por una realidad mucho más compleja que
aquella en que fueron concebidas, y evidentemente con unas organizaciones
criminales modernas, bien estructuradas y repletas de protagonistas de
cuello blanco.
El procedimiento para la impunidad que acompaña
la irresponsabilidad es simple: los mercenarios del crimen lanzan una lluvia
de amparos en diferentes juzgados, apoyándose en documentos falsificados
pero legalizados por un notario para burlar la buena fe del juez; si éste
percibe el truco, rápidamente los leguleyos de los delincuentes
desisten, impidiendo la prosecución del caso, mientras donde así
no sucede instalan un antro o varios gracias a prestanombres u hombres
de paja que permiten esconder a las autoridades los nexos entre los diversos
centros de vicio y el pequeño grupo de organizadores de lucrativos
delitos que no se pueden controlar de inmediato.
El número de capitalistas delincuentes es pequeño,
pero poderoso. Constituyen un coto cerrado y comparten especialistas legales
y comerciales en ocultar o confundir las huellas. Pero su fuerza principal
no proviene tanto de la cuantía de sus capitales o de su capacidad
de sobornar autoridades sino esencialmente de la dispersión de los
esfuerzos represivos, de lo inadecuado e insuficiente de la legislación
que sanciona esas actividades y de la falta de coordinación entre
las autoridades judiciales y policiales que actúan en diferentes
jurisdicciones.
Por consiguiente, hay que estrechar las mallas de la ley
para evitar que por ellas puedan escapar quienes administran ese tipo de
antros y ni siquiera se preocupan por darles un mínimo de seguridad
ante los siniestros a los clientes, que son simplemente gente a la que
hay que desplumar.
Y hay que establecer una estrecha coordinación
entre las policías preventivas federales, estatales o del Distrito
Federal y entre los aparatos judiciales respectivos, reformando incluso
las leyes que sea necesario a partir de los trucos que utilizan los abogados
de los criminales, para que dichos subterfugios resulten imposibles. Igualmente
es necesario mejorar la calidad y las condiciones de trabajo de la magistratura,
para evitar fallas involuntarias que puedan ser utilizadas por los asesores
de los delincuentes, y depurar, si fuese el caso, las filas de los magistrados
complacientes.
Pero también es urgente un catastro actualizado,
computarizado, ágil, que dinamice la identificación de los
lugares en cuestión, sus características físicas,
en fin, y someterlos a periódicas revisiones soportadas en informes
detallados.
Ante los muertos resultantes de una actividad delictiva
que pone en peligro a los vecinos y a la sociedad misma, no faltarán
nuevamente los que pidan "cero tolerancia", más represión
o incluso que se implante la pena de muerte. Pero al crimen organizado
no se le combate con otras ilegalidades. Contra la ilegalidad, sólo
vale la ley.
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